Catequesis I-X. Santo - Simeón - el Nuevo Teólogo

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Название Catequesis I-X
Автор произведения Santo - Simeón - el Nuevo Teólogo
Жанр Документальная литература
Серия Clásicos de Oriente Cristiano
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788428561655



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por Romano Lecapeno que tiene su punto culminante con Basilio II. El primero prohibió a los poderosos la compra de tierras en los pueblos donde no tuvieran propiedades y permitió la adquisición de las posesiones de los pequeños propietarios solo a los campesinos. Por su parte, Basilio II recrudeció esta política debido a su odio contra las familias de los magnates que le habían disputado el trono de sus padres y por una toma de posición a favor de los pequeños propietarios, pagadores de impuestos. Así, anuló la venta de todas las tierras hecha por los pequeños propietarios a los poderosos desde el año 922, lo que permitió un gran traspaso de tierras desde los grandes a los pequeños propietarios y de esta manera se podían vigilar y regular mejor las cargas fiscales. Sin embargo, estas medidas resultaron ineficaces y los pequeños campesinos van a ir desapareciendo poco a poco durante los siglos XI y XII.

      Junto con esta sociedad predominantemente rural también existía la urbana. Durante este período se observa un crecimiento de la población de las ciudades motivado por el éxodo del campo a la ciudad en busca de trabajo y mejores condiciones de vida y por la práctica ausencia de epidemias. En lo concerniente al desarrollo industrial de la ciudad se puede notar un auge tanto en el mundo artesanal como en lo referente a la metalurgia, cerámica e industria textil.

      Desde el punto de vista social, las ciudades cuentan con los siguientes grupos: en primer lugar la gente humilde que busca trabajo y malvive gracias a la labor asistencial de la Iglesia, del emperador, del personal de palacio y de los ricos que invierten dinero en instituciones asistenciales con el fin de perpetuar su memoria; una masa depauperada que constituía la gran mayoría de los habitantes de las ciudades. En segundo lugar, el mundo de los artesanos, asociados en gremios, y del comercio, que prosperaba en esta época porque, al aumentar la población de las ciudades, tenían que procurar el alimento para mucha gente, a lo que habría que unir una creciente demanda de servicios por parte de la clase dirigente. Por último, la aristocracia de servicio formada por las familias terratenientes que iban a la ciudad en busca de un puesto en la corte. Estos normalmente eran enviados a la administración provincial, quedando algunos en el palacio, los hombres de la casa o imperiales, cuyo poder va aumentando. Durante el siglo X esta clase va a contraer fuertes alianzas con la aristocracia terrateniente.

      Finalmente, en lo relativo al comercio, se aprecia un gran desarrollo durante este período, aunque será efímero, debido fundamentalmente a tres factores: el dominio de Bizancio sobre las principales rutas marítimas y terrestres, una situación que llega a su culmen en el 963 con la reconquista de las islas y del norte de Siria; además el derecho del comerciante, aunque fuera extranjero, a importar, exportar, comercializar las mercancías e incluso fijar sus precios, pues solo tenían que pagar una tasa aduanera muy reducida (entre un 2% y un 10%), por último, la gran estabilidad monetaria de que gozó el Imperio bizantino.

      1.3. Contexto cultural

      La situación cultural durante el reinado de la dinastía macedónica pasó por un período de apogeo que empezó con León el Matemático, «la primera figura de un verdadero hombre del Renacimiento»5. Este comenzó estableciendo una escuela en una casa humilde donde enseñaba aquellas materias que sus alumnos solicitaban, que más tarde se convirtió en una especie de escuela superior de enseñanza, gratuita, que algunos han llamado la «Universidad de Bardas».

      A su muerte, la antorcha del saber pasó al patriarca Focio, que nos legó obras tan importantes como la Biblioteca, el Léxico y las Amphilochia, libros que son una especie de enciclopedia donde se tratan multitud de temas de carácter religioso, exégesis bíblica, filosofía (sobre todo la de Aristóteles), mitología... En su obra podemos descubrir una crítica severa a Platón, sobre todo por su teoría de las ideas.

      Y junto a Focio debemos hacer presente a Aretas, un posible discípulo suyo, que, aunque no fue profesor, tuvo un papel relevante en esta época como filólogo y gozó de gran importancia en este renacimiento cultural al dedicarse precisamente a hacer copiar un buen número de textos paganos y profanos, colocando comentarios personales y escolios a los mismos.

      Del siglo X al XII se produjo además en Bizancio un florecimiento de la teología mística de la mano del Pseudo-Dionisio y Máximo el Confesor. A este movimiento pertenece nuestro autor, Simeón el Nuevo Teólogo, junto con Calixto Catafigiotis. Al lado de estos eruditos que se dedican a la mística nos encontramos con otros que siguen la filosofía de Platón como Miguel Psellos y su discípulo Juan Ítalos. Por lo que se refiere al pensamiento cristiano se puede afirmar que en esta época los eruditos, como es el caso del Nuevo Teólogo, emplean con gusto la filosofía griega en aquello que no vaya contra el dogma cristiano.

      La gran figura que promoverá un verdadero desarrollo de la enseñanza en Bizancio será el emperador Constantino VII quien, a fin de promover la ciencia y la cultura, fundó una escuela para la que escogió a hombres de su confianza: un profesor de filosofía, otro de retórica, otro de astronomía y otro de geometría.

      Aunque su hijo Basilio II no parece haber sido hombre de letras, no por ello dejó de haber signos culturales en su reinado como nos indica el historiador Louis Bréhier:

      Después de Juan Tzimisces, no hay ningún testimonio sobre la existencia de una enseñanza pública anterior al año 1045. Basilio II, espíritu superior, pero ante todo guerrero y hombre de acción, no parece haber tenido ni el tiempo ni el deseo de interesarse por los estudios. Pselos se asombra de que bajo el reinado de un emperador que menospreciaba así la ciencia, haya habido tantos rétores y filósofos notables. La instrucción estuvo incluso bastante extendida. Hombres tales como el emperador Argiro (1028-1034), que poseía una cultura griega y latina, o Miguel Ataliatis, que miraba a Constantinopla como la metrópolis del saber, habían recibido una amplia instrucción. Los jóvenes provincianos seguían viniendo a terminar sus estudios en la ciudad imperial, pero solo ahora las escuelas privadas dispensaban la ciencia6.

      Terminamos mencionando que también en este siglo se elaboraron otros libros de carácter enciclopédico como el Menologio de Simeón Metafrastes, que consiste en un compendio de textos hagiográficos, 148 en concreto, ordenados según la celebración litúrgica de cada santo, un libro con una gran importancia en los siglos posteriores a juzgar por la gran cantidad de manuscritos que han sobrevivido.

      1.4. Contexto eclesiástico

      La situación eclesial en la que vivió Simeón está caracterizada sobre todo por la relación del patriarcado de Constantinopla con la sede de Roma, que concluyó en el año 1054 con la ruptura entre ambas y cuya principal causa fue el deseo de la Iglesia de Constantinopla de ser igual a la romana y el recelo de esta, que imponía su supremacía a todo el resto de la Iglesia. Además de este motivo existía la creencia por parte de los bizantinos de que el clero occidental era rudo y sin cultura y la pretensión del emperador bizantino de ejercer una autoridad absoluta en materia religiosa, lo que los occidentales no podían aceptar.

      De hecho se juntaron aquí dos modelos de entender la Iglesia: en el caso de Constantinopla se sostenía que el gobierno de la Iglesia debía ser colegiado y la doctrina infalible de la Iglesia tenía que ser proclamada por la asamblea de todos los obispos reunidos, y no por uno solo. La Iglesia romana y, junto a ella, la Iglesia occidental, en cambio, se dirigía hacia una forma de dirección monárquica de la Iglesia universal. Junto a esto había ciertas discrepancias a la hora de entender el dogma trinitario, sobre todo cuando ambos intentaban explicar la procedencia del Espíritu Santo, y ciertos usos de carácter disciplinar y litúrgico.

      A estos problemas teológico-disciplinares se unieron ciertos sucesos históricos que fueron enfriando las relaciones entre la Iglesia occidental y oriental. Ya en el año 857 se produjo el conflicto que protagonizaron Focio e Ignacio, por parte bizantina, y el papa Nicolás I, por parte latina, cuando Ignacio, a la sazón patriarca de Constantinopla, fue depuesto por Miguel III y Focio fue colocado en su lugar. A esta decisión se opuso el papa Nicolás I, que no quiso reconocerlo como patriarca hasta que en el año 861 se convocó un concilio en Constantinopla al que asistieron legados pontificios, quienes, después de una larga deliberación, acabaron por aceptarlo como obispo de Constantinopla. Dos años más tarde Focio, que reivindicaba la independencia de la sede patriarcal frente al papado