Orantes. De la barraca al podio. Félix Sentmenat

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Название Orantes. De la barraca al podio
Автор произведения Félix Sentmenat
Жанр Философия
Серия
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9788418604133



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      Los resultados, efectivamente, así lo confirmaron: victorias sencillas a dos sets ante el sudafricano Bernard Mitton y el indio Sashi Menon en las dos primeras rondas; victoria a tres sets ante el campeón alemán, Hans-Jurgen Pohmann; y en octavos, con partidos ya a cinco sets, victoria en cuatro sets ante el francés François Jauffret. “Jauffret era un jugador muy fuerte en tierra batida, había llegado un par de veces a semifinales de Roland Garros, era muy competitivo. Pero bueno, sabía que podía perder algún set, como así fue, pero tenía muchas posibilidades de ganar”.

      En cuartos de final empezó de verdad el US Open para Orantes. Su rival, el rumano Ilie Nastase, era uno de los grandes jugadores del circuito. Fue el primer número uno del mundo, coincidiendo con la aparición de los rankings computarizados, en agosto de 1973. Meses antes de alcanzar esa posición, había levantado su segundo torneo de Grand Slam en la tierra batida de Roland Garros. Aquel fue su último torneo grande, después de haberse impuesto en 1972 en el US Open, cuando se disputaba sobre hierba. Debieron ser más de dos, muchos más, a tenor de su extraordinario talento. Pero al rumano siempre le traicionó su carácter, entre díscolo, histriónico e infantil. Eso sí, sumó nada menos que 57 títulos individuales y fue campeón del Masters los años 1971, 1972, 1973 y 1975.

      La mirada bonachona de Orantes se ilumina, junto a su amplia sonrisa, cuando recuerda algunos de los episodios vividos con el rumano.

      Nastase era un poco infantil. Nosotros le decíamos alguna cosa en broma, como retándole, y él enseguida lo llevaba a cabo. Un año, en 1973, en Louisville, salió la norma de que los jugadores tenían que jugar el dobles con la camiseta del mismo color. Él lo jugaba con Arthur Ashe, y cuando iban a salir, estaban los dos vestidos de blanco y le dijimos: “Nastase, te van a multar porque no vais del mismo color, él es negro y tú no” (Manuel ríe abiertamente). Y el tío cogió betún y se pintó de negro… (más risas).

      Nastase nació en 1946, tres años antes que Orantes, y sus carreras discurrieron en paralelo, por lo que coincidieron en infinidad de ocasiones y trabaron una buena amistad.

      En otro torneo, en Londres, en el Albert Hall, su partido se atrasó mucho y le tocó jugar muy tarde. Y también le dijimos “Nastase, es muy tarde”, y se puso el pijama para salir a la pista a jugar. Y otra vez estábamos en un hotel y le cambió la tarjeta del desayuno al croata Nikola Pilic, que lo había pedido a las 9 de la mañana. Se la quitó y puso otra tarjeta pidiendo tres desayunos enteros a las 4 de la mañana… (ríe). Los del servicio de habitaciones le despertaron, y el otro se encontró con toda la comida en una mesa (más risas). Era un tío muy bromista, pero era por ese aspecto infantil, siempre de buena fe.

      De hecho, si uno indaga en la trayectoria de Nastase, además de constatar la opinión unánime de que fue uno de los grandes talentos de todos los tiempos, se encuentra con una amplia variedad de episodios disonantes. En cierto modo, fue uno de los grandes exponentes de una etapa del tenis que quedó definitivamente atrás. Algo así como el último mohicano de un tiempo en el que brotaron por doquier jugadores tan carismáticos que, por tener, hasta tenían nombres carismáticos: Vitas Gerulaitis, Arthur Ashe, John McEnroe, Jimmy Connors, Stan Smith, Adriano Panatta, Björn Borg... Los más viejos del lugar recordarán sin duda la gracia de Nastase para improvisar charlas distendidas con el público, su afición por bromear con los rivales, incomodarlos o increparlos si se le cruzaban los cables, o sus acaloradas discusiones con los árbitros…

      Todo en él, desde su habilidad para inventar golpes inverosímiles hasta su comportamiento imprevisible y a menudo inclasificable, era puro espectáculo. Era, por todo ello, uno de los jugadores más apreciados por el público. En la lista negra de su hoja de servicios como enfant terrible del tenis destaca una ocasión en la que, tras discutir con un juez de red que le había anulado un punto de saque al considerar que la bola había rozado la red, impactó un saque de forma deliberada en su cabeza. Una vez concluida su carrera, la polémica siguió acompañándole. En su autobiografía, titulada Mr Nastase y publicada en el 2004, se jactó públicamente de haberse acostado con más de 2.500 mujeres. A lo que su tercera esposa, Amalia Teodosescu, 30 años menor que él, replicó declarando sentirse orgullosa de haber conquistado a semejante hombre.

      Dicho todo esto, hay que valorar en positivo la excelente relación que siempre mantuvieron el español y el rumano. “Tanto con Nastase como con todos, yo siempre me portaba deportivamente, y ellos siempre me respetaban. De hecho, a algunos jugadores Nastase intentaba humillarlos, reírse de ellos durante el partido, pero conmigo no, siempre me respetaba”. Circunstancia que tiene especial mérito si tenemos en cuenta que a lo largo de sus carreras se enfrentaron un total de 25 veces, con un balance muy favorable al rumano de 17 victorias por solo 8 derrotas. Aun así, aquel año 1975 Manuel estaba en plena forma y afrontaba el duelo con optimismo. “Yo le había ganado la final de Toronto, dos semanas antes, por un claro 7-6 6-0 6-1”.

      Manuel también había salido airoso en el enfrentamiento anterior al de Toronto, dos semanas antes de Roland Garros, cuando en las semifinales de Hamburgo disputaron un duelo tan reñido como indica el marcador final, 7-5 6-4 2-6 6-7 7-5. Pero antes de esas dos victorias consecutivas de 1975, Nastase había concatenado nada menos que nueve victorias, incluidas las finales del Trofeo Conde de Godó de 1973 y 1974 y las finales de Madrid y Valencia de ese año 1975. Si miramos el balance total hasta ese duelo de cuartos de final del US Open de 1975, Nastase mandaba con 12 victorias por solo 4 derrotas.

      En definitiva, aunque se tratara de un rival contra el que tenía un escaso bagaje de una victoria cada cuatro encuentros, Orantes contaba con dos argumentos que invitaban a cierto optimismo: le había ganado los dos últimos duelos, y jugaban en tierra batida, algo decisivo teniendo en cuenta que, como recuerda Manuel, “Nastase sobre todo me ganaba más en pista rápida”.

      En el US Open siempre trataron muy bien a Orantes. Si algo distingue al público norteamericano, como aclara Manuel, “es que aprecian el deporte y la técnica. No son tan nacionalistas como en Europa o España, donde se protege más lo nuestro y la furia. No, allí van a ver deporte, con espíritu deportivo, y es allí donde jugué mi mejor tenis. En ese sentido, notar que el público estaba conmigo y apreciaba mi manera de jugar me daba mucha moral”. Manuel se siente a gusto recordando aquella etapa luminosa en la que él, un granadino veinteañero de origen humilde, criado entre barracones en el barrio barcelonés del Carmel, triunfó contra todo pronóstico al otro lado del Atlántico: “Si miras mi historial verás que las mejores victorias de mi vida todas han sido allí: a parte del US Open, gané el Mundial de Miami, Indianápolis tres veces, Boston en dos ocasiones, Louisville, el Masters en Houston y la Orange Bowl”.

      Pero, tal como aclara con su modestia habitual, no es que el público norteamericano le apoyara más a él:

      A Nastase también le querían mucho, porque era un jugador con mucha técnica. Jugaba muy bien. Es decir que ellos apreciaban el partido. No es que se pusieran en contra de él o a favor mío. No, veías que apreciaban el partido, porque los dos éramos jugadores más técnicos que físicos, destacábamos por nuestro talento, y hacíamos buenas jugadas. Veían las estrategias, la lucha del uno contra el otro, cómo intentaba cada uno imponer su juego, su ritmo. Además, los puntos eran bonitos, hacíamos buenas dejadas, buenos lobs liftados, passing shots, y él como deportista era muy querido en todos lados por eso.

      Como no puede ser de otro modo tras haber salido derrotado hasta en 17 ocasiones en sus duelos personales, Manuel confiesa abiertamente su admiración por Nastase:

      Para mí, en esa época, como jugador global, Nastase era mucho mejor que todo el resto. Yo lo pondría entre los mejores de todos los tiempos, aunque por una cosa u otra al final solo ganó dos torneos del Grand Slam y cuatro Masters. No ganó más por la mentalidad. Si él hubiera sido más serio, con una cabeza mejor amueblada… Pero él se divertía, el tenis para él era para disfrutarlo. Y aunque ganó bastante, podría haber ganado mucho más si no llega a ser por errores tontos, por no hacer lo que tenía que hacer, por no ser profesional. De los que yo he conocido era el que tenía más talento natural. Y físicamente era muy fuerte, pero lo que le fallaba era la cabeza. Estaba más pendiente de las bromas, de divertirse.

      Técnicamente