Название | Orantes. De la barraca al podio |
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Автор произведения | Félix Sentmenat |
Жанр | Философия |
Серия | |
Издательство | Философия |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418604133 |
Björn Borg
Jimmy Connors
Guillermo Vilas
Ilie Nastase
Adriano Panatta
Stan Smith
Jan Kodes
Zeljko Franulovic
Balázs Taróczy
Manolo Santana
Lis Arilla
Joan Gisbert
Antonio Muñoz
Pepe Higueras
Ángel Giménez
Javier Soler
Arantxa Sánchez Vicario
Conchita Martínez
Emilio Sánchez Vicario
Javier Sánchez Vicario
Àlex Corretja
Sergio Casal
Albert Costa
Carlos Costa
Alberto Berasategui
Sergi Bruguera
Tomás Carbonell
Joan Aguilera
Jordi Arrese
Jordi Bardou
Prólogo de Rafa Nadal
Un grande de nuestro tenis
Estas líneas van dirigidas a uno de los grandes de nuestro tenis. Orantes formó, junto con Manolo Santana, la pareja de pioneros de lo que hoy es el tenis español. Ellos plantaron, en los años sesenta y setenta del siglo pasado, la semilla que muchas décadas más tarde ha germinado en la pasión con que se vive nuestro deporte en la actualidad.
Yo personalmente no tuve la oportunidad de verle jugar en directo. Una lástima. Claro que todos conocemos, aunque sea por imágenes antiguas en blanco y negro, esa zurda suya que podía hacer lo que quisiera con la bola.
Tanto mi tío Toni como mi padre siempre me hablaron de él y de su victoria más notoria, aquella del US Open en 1975 contra uno de los jugadores más emblemáticos de todos los tiempos, Jimmy Connors. Aún faltaban casi 11 años para que yo naciera. Y poco después le siguió la del Masters en 1976. No muchos han conseguido ganar ese torneo. De hecho, es uno de esos en los que he estado cerca, pero no lo he conseguido.
También fue un gran jugador de Copa Davis y muy buen compañero, aunque él y el resto de tenistas de su generación no tuvieron esa pizca de suerte necesaria para ganarla. España tuvo que esperar hasta el ya lejano año 2000 para ganar la primera ensaladera.
Este libro es una muestra de su carrera, su persona y sus grandes logros. Orantes es uno de esos jugadores que siempre tienen la sonrisa en la cara y que, como dije al principio, hicieron que en España todo el mundo se fijara en el tenis.
Gracias, Manolo, por todo lo que has hecho por nuestro deporte.
Rafa Nadal
Introducción
Bueno
La historia está repleta de hombres célebres que triunfaron en su trabajo, fueron venerados por millones de personas y sin embargo, de puertas a dentro, despreciaron a sus seres queridos o compañeros de trabajo. En el caso de Manuel Orantes no existe dualidad entre la vertiente profesional y la humana. Su trayectoria ha sido siempre impecable. Y el mejor modo de resumirla es con un adjetivo sencillo que disecciona a la perfección al tenista y, quizás aún más, a la persona. Bueno. Orantes fue bueno en la pista. Pero sobre todo lo ha sido fuera de ella, en la vida. Afortunadamente, a sus 73 años, lo sigue siendo.
Más allá del nivel que alcanzó como jugador de tenis, algo que quedó patente con sus 33 títulos o cuando el ranking ATP (Asociación de Tenistas Profesionales) le destacó en 1973 como segundo mejor tenista del mundo, Orantes siempre ha sido un hombre bueno. Un caballero con el que da gusto compartir cualquier momento. Quizás sea ese el principal aliciente de su historia, el ingrediente más valioso. El suyo es el éxito de la ética. De la calidad humana. Hay en su mirada, en su lenguaje corporal y por extensión en su comportamiento en la pista cuando jugaba, una nobleza limpia. Transparente.
Repasando las imágenes de sus gestas tenísticas es fácil encontrar detalles que muestran el respeto que se respiraba en sus partidos. Tanto de él hacia sus oponentes como de estos hacia él. También queda clara esa extraordinaria calidad humana cuando uno recoge la opinión que tienen de él algunos de los tenistas extranjeros y españoles que compartieron su aventura en las pistas. La unanimidad es aplastante. El diagnóstico de todos ellos coincide en destacar tanto su extraordinaria calidad tenística como humana.
En un mundo dominado por la competitividad, en el que se impone la ley del más fuerte, es extraordinario encontrar a una persona con ese talante. Con ese fondo tan agradable. De alguna manera, el mensaje de fondo de Orantes, al capear con la misma elegancia victorias y derrotas, es que ganar o perder no es tan importante. Que, por encima del éxito o el fracaso que inevitablemente asociamos al resultado de un partido, está el valor del trabajo bien realizado. Esa es una lección impagable que destiló Orantes con su actitud ejemplar.
Su historia personal, desde que nace hasta que empieza a destacar como tenista, es impactante. Tan asombrosa como desconocida para el gran público. Nació en Granada en una familia sin recursos. Su madre murió, enferma, cuando él tenía seis meses. Llegó a Barcelona con dos años y se instaló con sus dos hermanos, una tía y sus abuelos, en una barraca improvisada en un descampado del Carmel. Sin luz, agua ni calefacción. Su padre les abandonó poco después por otra mujer. Hasta que con ocho años entró como recogepelotas en el Club Tennis de La Salut y aprovechó ese trampolín para propulsarse hasta la cima del tenis mundial.
En una España que a finales de los sesenta y principios de los setenta seguía teñida por la pátina gris del franquismo, sin contar con apoyos sustanciales y en un entorno que no favorecía la aventura de alcanzar un nombre como tenista profesional, Orantes fue escalando peldaños desde muy jovencito. En ese ascenso continuo, siempre supo combinar esa capacidad de trabajo, esfuerzo y sacrificio con otras virtudes esenciales en su forma de ser. Virtudes como la humildad, o una prematura madurez, que combinadas entre sí lograron que jamás se tambaleara ante los aduladores cantos de sirena del éxito. Por ello, su historia también supone un modélico acceso a la fama: el de un deportista tan comprometido con su lucha personal como poco dado a exhibicionismos. Orantes tuvo la virtud de no distraerse con lo superfluo.
El origen de este proyecto fue un encuentro fortuito en el Snack del Real Club de Tenis Barcelona (RCTB). Estaba realizando un artículo para la revista del club, en el que repasaba los años setenta de la entidad. Y me quedé sorprendido por la cantidad de veces que había ganado el Trofeo Conde de Godó, o disputado la final, en el lapso de nueve años. Los transcurridos entre 1969 y 1977. Nada menos que tres títulos (1969, 1971 y 1976), además de otras cuatro finales (1972, 1973, 1974 y 1977). En un receso, bajé a la cafetería