Acontecimientos Subjetivantes. Carlos José Zubiri

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Название Acontecimientos Subjetivantes
Автор произведения Carlos José Zubiri
Жанр Философия
Серия
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9789878722306



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de psicología, una práctica que pudimos realizar a instancias de la profesora Dra. María Rampulla, en su cátedra de Psicoterapia Psicoanalítica. Sin titubeos, estimo que esta fue una época inolvidable de estudio, donde se vuelven a afianzar y desplegar la ciencia y el conocimiento para consolidar la ética (ausente o desorientada en el presente). Esta ética individual de tantos maestros se acoplaba, o ese era el objetivo, a la ética del compromiso social; parece que el advenimiento de una historia democratizada procuraba autoridad para intentar cambiar la sociedad con la inexcusable participación e intervención de la educación y la cultura. Me parece que esta filosofía en la actualidad quedó postergada, se observa con cuentagotas a los enamorados del compromiso de la ciencia y la cultura. La universidad continúa formando profesionales, pero sin aquel romanticismo ochentoso que forjó nuestra ética irrenunciable. Se observan grandes técnicos sin romance humanista.

      Fue así como brillantes y comprometidos profesores se implicaron en la universidad, aprovechando una época con inconmensurable libertad intelectual, permitiéndonos vivir, por lo menos hasta iniciados los noventa, una etapa universitaria extraordinaria. Se puede comparar con la epopeya intelectual y cultural de la Universidad de Buenos Aires, con Risieri Frondizi a la cabeza entre 1955 y 1966, antes de la destrucción oscurantista sintetizada en la Noche de los Bastones Largos, macabramente pensada por Onganía y los amigos de siempre.

      Entiendo que en 1986 se reabrió o reinauguró aquella filosofía, con una universidad pública con absoluta libertad de cátedras, con concursos al estilo Manuel Sadosky o Rolando García (próceres golpeados por los incompasibles bastones).

      En conclusión, los ochenta fueron una época de grandes exaltaciones intelectuales, la Facultad de Filosofía y Humanidades a la que pertenecíamos tenía una biblioteca que se enmarcaba en un balcón de la ciudad universitaria, una casona de estilo francés con salones muy emblemáticos con estufas a leña, ventanales que proyectaban toda la ciudad desde una vista privilegiada, salones de lectura plagados de libros desde el piso hasta el techo; reproduciendo un ambiente erudito singular. Quien no leía en ese contexto era un extraño. Me detengo en esta apreciación porque, en ocasiones, las escuelas no producen estos contextos intelectuales, nosotros lo entendimos y es lo que me llevó a la idea de “sostenerme en la trinchera” para seguir dando batalla en la apreciación de ideas que recuperen una vida que oriente su agenda en el conocimiento. Aquellos jóvenes compañeros junto a aquellos generosos profesores conformaron un grupo de estudio exquisito que me iba a marcar el camino toda la vida, desde aquí extiendo mi agradecimiento a tanta gente interesante, baluartes intelectuales de una historia a la que denomino “la generación del 86”.

      de sentido singular

      El ámbito de trabajo en las ciencias humanas y subjetivas se constituye como un proceso de aprendizaje permanente, se aprende de la teoría, de la formación académica, en cursos, posgrados, pero principalmente nuestra experiencia se articula con aprendizajes en la relación o vínculo con nuestros pacientes.

      Quien decide una consulta psicológica ha asumido un trabajo interno de mediación con su “conciencia de enfermedad” o un reconocimiento de problemas manifiestos (me incomoda filosóficamente la palabra enfermedad), es decir, la experiencia subjetiva de identificar algo de la vida afectiva que no gratifica o molesta y que promueve, en ocasiones, el instinto o deseo de cambio.

      Por eso los admiro.

      Son seres que identifican e interpretan la voluntad de establecer un instrumento que pueda modificar su pretensión subjetiva.

      Esta conducta no es habitual en otros ámbitos de la vida, en la sociedad. La sociedad marcha con bastantes carencias al respecto, los pacientes, en cambio, se animan a modificar, a cambiar, a franquear momentos no tan gratos, producto de su historización, inmersa en experiencias donde predomina la angustia como mínima expresión neurótica o los avatares psicóticos con sus intentos alucinatorios o delirantes, en ocasiones, como intento franco de restitución de sentido.

      Este espinoso proceso tiene implícita la búsqueda de posiciones con mayor bienestar, atravesando inexorablemente un proceso que es singular, muy especial, de transformación, que a menudo implica perturbar estructuras, resistencias, modos de vida, modos de comportamientos.

      Se animan, por eso los admiro y aprendo de ellos, porque fortalecen su experiencia vivencial a partir de pensarse, con todo lo que implica cada singularidad. En general la población no transita por este tipo de experiencias y tampoco llegan a entender el componente fructífero de este proceso.

      Insisto, por eso los pacientes son admirables.

      Es cierto que en la actualidad es común y más fluida la composición de demanda de ayuda. No obstante, antes de llegar a la consulta existe un proceso de crisis, de duelo, de cambio, de dolor, la demanda no se da espontáneamente, se articula como un proceso donde paulatinamente se va reconociendo cómo un factor genera malestar, displacer, angustia, como antecedentes de la decisión de pedir ayuda.

      En diversas oportunidades he escuchado la siguiente idea: “al psicólogo van los locos”. Es una ocurrente referencia porque nos permite abrir otro campo de conceptualización, ojalá se pudieran avivar con nuestra ayuda la presencia de rasgos “locos” de los pacientes, en el sentido de promover posibilidades de trasgredir ciertas normas implícitas que conciben más daño que bonanzas, hablamos de algunas transgresiones que son éticas y que es por donde el sujeto encuentra sus auténticas y delicadas potencialidades.

      Invariablemente el proceso psicoanalítico es un proceso de esclarecimiento y crecimiento permanentes; obviamente que no es un proceso continuo, está ligado o regido por cierta discontinuidad propia de los procesos psíquicos, conflictivos y dolorosos. Dar acceso a la palabra en esta experiencia permite una contemplación desde un lugar inédito, pensar desde un terreno original, tópico, desde donde nunca se ha pensado.

      La experiencia analítica genera una sensación de apertura y crecimiento y desarrollo psíquico, también es indudable que el paciente, al sentir modificaciones internas, reactualiza material inédito o redefine nuevos. Es común observar a pacientes que vienen por alguna problemática específica y continúan luego por otra situación afectiva conocida o esclarecida en el proceso.

      También se observa que luego de un tiempo en que terminan con un proceso vuelven con otra demanda o temática, con la sabiduría de lo que ha sido el proceso anterior, en cuanto a la dinámica y la forma de encuentro, experiencia creativa y esclarecedora. Allá por los 90 las consultas eran o parecían más clásicas, había procesos neuróticos típicos, histerias inconfundibles, fobias características. Se encontraba cierta correspondencia, al menos indirecta, con los cuadros o funcionamientos psicológicos conocidos en cualquier curso no muy vetusto de psicopatología.

      Por aquella época parecía todo medianamente más delineado, con un exiguo, pero destacable, sentido humano en lo social, todavía la culpa, como sentimiento y entidad organizativa del psiquismo, era un factor determinante y estructurante de este.

      En la actualidad, las características de la demanda de nuestras prácticas dan cuenta de una sensación de descarga en actos, los motivos de consulta son agudos, las somatizaciones no son tan inocentes o tan claramente representables, del tipo histérico clásico con inervación somática típica; sino que se presentan daños físicos reales, posinfartados, pacientes ulcerados, etc. El cuerpo participa activa y centralmente en los esbozos de enunciados de queja neurótica, a veces con un nivel de deterioro importante, producto de la agudeza. Es como si la producción sintomática de las patologías actuales se viera atravesada por formaciones de compromisos que no solo incomodan la psique, sino que desplazan parte de sus compulsas en el soma y con notoria agudeza. Cuerpo y acto, dos instancias que denotan las imposibilidades del lenguaje, del discurso simbólico, de la creatividad narrativa; en el cuerpo y en la irracionalidad compulsiva del actuar se enmarcan grandes problemáticas de la modernidad más cruda: adicciones,