Acontecimientos Subjetivantes. Carlos José Zubiri

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Название Acontecimientos Subjetivantes
Автор произведения Carlos José Zubiri
Жанр Философия
Серия
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9789878722306



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la grieta entre la praxis de todos los días y una producción escrita redundante”, al mismo tiempo agrega la necesidad de “publicar para abrir brechas, crear alternativas, desplazándonos, de la práctica a la teoría, buscando salir de la claustrofilia clínica”.

      Confieso que en este momento sentí esta conmoción y sensación, poder pensar con otros, para otros, por otros, con la ineludible disposición por producir y descubrir símbolos y conjeturas basadas en años de práctica comprometida en una clínica, que manda en la teoría, fortaleciendo la evolución y maduración de la experiencia que mi comprometida labor me confirió, casi sin darme cuenta.

      Una amiga entrañable de la vida, refiriéndose a mi tarea con el psicoanálisis, me expresó lo siguiente: “maravillosa tarea, ética y comprometida, no puedes darte el lujo de ser mudo, ciego o sordo”. Nada más cierto, donde existen sujetos y subjetividades, no hay espacio para la mudez. Hay que decir, abrir, compartir y cuestionarse, construyendo junto a otros las problemáticas del devenir de la subjetividad. “No puedes darte el lujo de ser mudo”, genial ocurrencia de aquella amiga que le otorga un carácter de optimismo e ilusión a buena parte de este texto. Uno de los psicoanalistas e intelectuales más lúcidos de este lado del mundo, el Dr. Marcelo Viñar, ha insistido en sacar el psicoanálisis del encierro de los consultorios; entiendo que tenemos mucho que decir y bien decir sobre los fenómenos subjetivos que determinan el curso del sujeto y de la sociedad. Intentaré honestamente aproximar al lector a todos los aspectos que he madurado a lo largo de mi práctica y experiencia. Como decía Sebastián Bertuccelli, “compartir lo pensado a partir de lo vivido y sentido”. Espero, como insiste Marcelo Viñar, que contribuya a reflexionar nuestra existencia más allá del recogimiento de un consultorio. Mientras valga la pena, lo intentaré.

      Al enfocarme en mi primera producción escrita decidí compartir un grupo de ocurrencias que he ido garabateando de tiempo en tiempo, siempre buscando, o intentando al menos, la producción de sentido, contribuyendo en la potenciación del pensamiento simbólico como amalgama coherente con el desarrollo de la subjetividad.

      Aquellos tiempos de 1986, cuando ingreso a la UNC, me iban a sorprender gratamente, me encuentro con un movimiento universitario extraordinario, una instancia que selló mi impronta como persona y, tiempo después, como psicólogo.

      Fue un tiempo donde estudiábamos los principios universales de psicología, pero también temáticas socioculturales enmarcadas por temas filosóficos, antropológicos, culturales y sociales. Siempre les comento a mis alumnos que, al terminar una jornada, salíamos disparados del aula con premura, con el fin de caminar al lado de los profesores, era otra manera de seguir aprendiendo y conociendo; la Escuela de Psicología era un gran cuerpo con un único fin: “desarrollar individuos humanitarios, capacitados, profunda y responsablemente”.

      Se aprendía en el parque, en los pasillos, en los bares, estos lugares tenían como objetivo mantener viva la llama de esta ciencia renovada y reavivada luego del letargo en el que la había introducido la dictadura militar setentista.

      Durante los 70 los psicólogos no gozaban de las posibilidades que tenemos en la actualidad, la actividad profesional tenía aristas de dependencia de las ciencias médicas, “garante moral” de nuestra práctica. Cada vez que pienso en este tema surge en mi recuerdo aquel brillante análisis de Foucault sobre el “poder de la psiquiatría y sus consecuencias”. En aquellos tristes días se oficiaba como auxiliares de la medicina, incluso en mis inicios laborales recuerdo que, para tener cobertura de su mutual o prepaga, algunos pacientes debían solicitar una autorización médica (viejos resabios de una época lúgubre).

      Unas máculas de esa época funesta de la Argentina consustanciada con la desdicha castrense donde, entre otras cosas, de tanto en tanto, se les ocurría cerrar todas las escuelas de altos estudios con interesante acerbo social y humanístico (obviamente las de psicología y filosofía a la cabeza).

      La reapertura de la Facultad de Psicología en 1983, algunos dicen que fue en el 84, luego de una transición lógica de reacomodamiento institucional, rompe con influencias bizarras, abordadas por el lamentable Plan 78, dando lugar al programa del Plan 86, que tomaría cuerpo a partir de ese mismo año. Se dejaron propuestas rígidas, sin prácticas, con precarios planteos, propio de adormecimientos impulsados por asignaturas fósiles que no producían otra cosa que retraso a este atrayente espacio de pensamiento.

      Desde ese momento la Facultad de Filosofía y Humanidades y la Escuela de Psicología se constituyeron como un hormiguero intelectual, surgían pensadores y profesores interesantes desde todos los rincones. Se abría un espacio de libertad y, como era lógico, se vehiculiza un movimiento sabio y erudita de gran envergadura. Era un placer caminar por aquellos sitios académicos.

      Creo que quienes vivimos esta etapa como alumnos, hemos sido partícipes de la pasión que vivían aquellos catedráticos por volver con autonomía a su hábitat natural sin condicionamientos y sin fobias ante posibles intervenciones de viejos poderes panópticos de turno.

      Si bien cursé con aquel remozado plan 86, conviví unos meses con el plan 78, el único beneficio que pude aprovechar de aquel currículo fue haber rendido y estudiado Filosofía, una asignatura encantadora, donde pude acercarme a los grandes pensamientos sobre la vida, y llegué a darme cuenta de la importancia crucial de sus fundamentos.

      La estructura académica de aquella bella época tenía un especial cuidado en todas sus áreas por articular propósitos de estudio donde la correspondencia entre la teoría y la práctica fuera permanente. Se estudiaba mucho, con rigurosidad, teníamos la opción de elegir entre seminarios optativos que definirían implícitamente nuestra especialidad. Aprovechando ese movimiento asistí formalmente a todas las electivas de clínica y al mismo tiempo cursaba, como oyente, los otros seminarios que eran de mi interés (sin poder agregarlos a mi analítico formal por tener los cupos completos). Así conocí a Sebastián Bertuccelli, un maestro en redes comunitarias, con su espacio Estrategias de Intervención Comunitaria; tiempo después realicé con él unas jornadas sobre “redes comunitarias y alimentación infantil” en la ciudad de Arias (Cba.) junto a mi amigo y compañero, el gran pediatra Rogelio Gaidolfi. Como se puede apreciar, se vivían intelectualmente muchas experiencias, enriquecedoras en búsquedas e inquietudes; existía, sin duda, una asombrosa pasión por conocer.

      Otro aspecto, no menos significativo, fue la presencia en el cuadro docente de diversos psicoanalistas, muchos de ellos con orientación “lacaniana”, que llevaron el psicoanálisis en forma integral a la universidad, contrariando los requisitos freudianos institucionales, pero aproximando al alumnado a este esquema referencial teórico tan rico e imprescindible para la psicología. Cabe aclarar que la mencionada formación incluía a Freud, Lacan, Klein, Ferenczi, Pichon-Rivière, Etchegoyen, Paz, Miller, Laplanche, Bleger, Winnicott, Fiorini, Bleichmar (Hugo y Silvia) y tantos otros, definiendo un variado espíritu de miradas y perspectivas sobre el psicoanálisis.

      Sin vacilar, entiendo que las raíces de mi formación psicoanalítica y mi acervo identificado con este ámbito de análisis y estudio me los contagió aquella época encantadora (generación del 86). Nos hicieron enamorar del conocimiento y la cultura, no logré de ningún modo interrumpir mi pasión por descubrir, leer, investigar y adoptar una postura comprometida y activa ante los problemas y dilemas sociales y humanos. Esa época fue un fructuoso impulso.

      Recuerdo que para cursar psicoanálisis debíamos asistir a la cátedra dos veces por semana, una vez por semana también, teníamos un grupo de estudio de Freud en un consultorio particular y al mismo tiempo, los sábados, concurríamos a los ateneos clínicos del Servicio de Salud Mental del Hospital San Roque de Córdoba a cargo del encumbrado Dr. Rapela, por aquel momento unos de los psiquiatras más reconocidos de Córdoba. Nada menor recordar la experiencia de la cátedra de Clínica del Dr. Manzur y el Lic. Zoroastro que nos permitió acceder al Hospital Neuropsiquiátrico de Barrio Junior, también en Córdoba; allí, aparte de observar y realizar entrevistas pude acceder a la producción de la obra de teatro realizada por pacientes y personal del hospital, una delicia de humanidad y amor