Название | Distancia social |
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Автор произведения | Daniel Matamala |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789563248982 |
¿Cómo reflejar esta época única en las limitadas posibilidades de un libro?
La primera decisión fue descartar los órdenes temáticos tradicionales, y presentar esta colección de columnas en simple orden cronológico. En esta montaña rusa, todo está mezclado con todo, bien confundido y zangoloteado. No podemos entender cada paso del proceso constituyente sin recordar lo que estaba ocurriendo en ese momento con la pandemia, ni entender el apasionado debate sobre los retiros de las AFP sin citar la discusión sobre las medidas sanitarias, ni comprender el impacto de la corrupción sin hablar también de la pobreza y el desamparo. Este será, entonces, un relato desnudo, una especie de diario de vida de cómo contamos, en tiempo real, a través de columnas semanales, esta época.
Estos dos años que jamás olvidaremos.
Pero un libro es también la oportunidad de profundizar sobre algunos temas que el formato de columna no permite. Lo hicimos mediante dos textos más largos. “Ese verano en Cachagua” es la crónica de un fenómeno a mi juicio tan decisivo como poco analizado en detonar el estallido: la decisión de convertir el segundo gobierno de Piñera en un triunfo ideológico de la derecha más ortodoxa y del gran empresariado. Creo que esta decisión, fundada en una errada interpretación del resultado electoral de 2017, y empujada por influyentes grupos de lobby empresarial, fue fundamental en llevar esta olla a presión que era Chile hasta su punto de ebullición.
Si ese texto trata de explicar el pasado reciente, las páginas que cierran el libro miran al futuro. En “¿Y ahora, qué?” la tesis es que la crisis social en Chile se debe a un desajuste entre política y economía. Es el efecto de las expectativas gigantescas que generó el país al ampliar el alcance de la educación superior, pero sin una estructura productiva que pudiera cumplirlas. Las medidas políticas, como una nueva constitución, son indispensables, pero se quedarán cortas sin una modernización de la economía chilena que transite desde el extractivismo hacia la complejidad y la innovación.
Superados esos dilemas, quedaba uno más. ¿Cómo resumir estos dos años y estas reflexiones en un título y una foto de portada? Entonces recordé una foto que había visto pasar por redes sociales en diciembre de 2020. Pegado en algún muro, un cartel con el mapa del Gran Santiago partido en dos. De un lado, las tres comunas en que ganó el Rechazo en el plebiscito constitucional. Del otro lado, todas las demás, donde se impuso el Apruebo. Debajo, la expresión que había marcado el discurso sanitario para combatir el Covid: “distancia social”.
El doble sentido que tienen esas dos palabras en Chile es evidente.
En mayo de 2020 el gobierno reconocía que sus proyecciones sobre la pandemia se derrumbaban “como un castillo de naipes”. La ignorancia de problemas como el hacinamiento le había impedido ejecutar políticas sanitarias efectivas, a la vez que seguía mezquinando las ayudas económicas para la población. Entonces, en una columna titulada “Sincera distancia social”, propuse que la élite no estaba dispuesta “a abandonar su cómoda distancia social, esa que le permite ignorar día a día la realidad” y que esta pandemia había reflejado en toda su brutalidad. Mientras un Chile se acomodaba e incluso prosperaba, con ganancias récord para los billonarios de Forbes y las isapres, el otro Chile quedaba cesante, enfermaba y moría más. Las autoridades insistían en recomendar “distancia social” para prevenir los contagios, pero, en una dimensión más profunda, esa misma distancia era la enfermedad que nos estaba matando lentamente a todos.
La autora de la foto (Katy Becker, agradecimientos para ella) no pudo encontrar el original, pero en cambio pasó por la misma esquina ocho meses después, en agosto de 2021, y volvió a fotografiar el cartel. Aún estaba ahí, pero apenas. Ajado, desgarrado por manos anónimas, borradas algunas letras, permanecía aferrado a ese muro.
Pese a todo.
Vi la nueva foto y supe que teníamos la portada.
Porque nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Nosotros también estamos ajados, desgarrados por una crisis sobre otra crisis encima de otra crisis. Por una vida cotidiana que nunca volvió a ser lo que era. Por una normalidad que ya olvidamos. Y pese a todo, igual que ese viejo cartel, seguimos aferrados, creyendo que esta sociedad puede sanar sus heridas y seguir adelante.
Sin embargo, con esperanza.
D.M.
Agosto de 2021
En los días, semanas, meses y años que siguieron a octubre de 2019, Sebastián Piñera solía repetir una reflexión cada vez que se le preguntaba por lo ocurrido, cómo los había tomado tan desprevenidos, cómo no habían prestado atención a las señales, cómo –para resumirlo en esa frase que se convirtió en un mantra de autoexculpación de la clase dirigente– “no lo vimos venir”.
“Cómo lo íbamos a ver”, repetía el Presidente de la República, abriendo ambos brazos. “Mire, ese Dieciocho se batieron todos los récords de consumo. La venta de carne, de vino, los viajes de vacaciones”, enumeraba usando los dedos. “Parecíamos mejor que nunca…”, terminaba, con una sonrisa resignada haciendo la función de puntos suspensivos.
En esa anécdota está resumida gran parte del grosero error de cálculo que precipitó a la élite chilena a una caída de vértigo, y a Chile, a la cadena de acontecimientos que marca nuestro presente y marcará la historia de nuestra generación. Trocaron ciudadanos por consumidores. Vieron felicidad donde había consumo. Malinterpretaron compra por satisfacción, venta por esperanza, deuda por desarrollo. Confundieron consumidores con ciudadanos. Redujeron una sociedad a una orden de compra, un pulso social a una factura, metieron a la fuerza un Chile en ebullición a una planilla Excel.
Y todo lo demás dejaron de verlo.
Esta es una historia de cómo la distancia social los cegó. Y de cómo quedaron reducidos a poco más que espectadores de la mayor convulsión de nuestra historia reciente.
El amigo del Choclo
En el verano de 2018, tras ganar la presidencia con clara mayoría, Sebastián Piñera partió al exclusivo balneario de Cachagua para delinear su segundo gobierno y el gabinete que lo acompañaría. Se dejó ver en la playa, jugando tenis y golf, y asistiendo a un partido de fútbol en la Semana Cachagüina. Estaba en llamativa compañía. El abogado Gerardo Varela y el empresario Carlos Alberto Délano fueron algunos de sus acompañantes.
Choclo Délano, un viejo amigo y exsocio de Piñera, es uno de los protagonistas del caso Penta, la escandalosa trama de evasión de impuestos y pago a políticos con dinero sucio que había levantado el velo de la incestuosa relación entre política y dinero en Chile. Junto a su socio Carlos Alberto Lavín, Délano había pasado 46 días en prisión preventiva tras ser formalizado, y ese verano aún estaba sujeto a medidas cautelares (firma quincenal y arraigo nacional) a la espera de un juicio oral que jamás llegaría. Nada que le impidiera disfrutar de la playa junto a su amigo, el presidente electo.
“Ha sido, es y seguirá siendo mi amigo”, había avisado Piñera en 2015. Las mismas palabras que seis años después usaría otro íntimo amigo del Choclo, Joaquín Lavín, en un debate presidencial días antes de las primarias de ChileVamos de 2021, de las que saldría derrotado. Piñera y Délano tenían casi medio siglo de amistad, tras conocerse estudiando Ingeniería Comercial en la Universidad Católica y compartir negocios, viajes y vacaciones. La intimidad seguía inquebrantable, y ahora con Piñera como presidente electo la señal pública era clara.
Tres meses después, el caso Penta llegaría a su fin de un modo impresentable. La Fiscalía renunció a llevar a juicio oral a Délano y Lavín, tras negociar con sus defensas una condena a cuatro años de libertad vigilada y una multa. Los cargos de cohecho, por haber pagado una mesada bimensual al subsecretario de Minería del primer gobierno de Piñera,