Un llamado a destacarse. Elena G. de White

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Название Un llamado a destacarse
Автор произведения Elena G. de White
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789875678347



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si fuera uno de tus empleados”. Débil y hambriento, vestido con harapos, dejó por fin la compañía de los cerdos y se puso en camino para regresar al hogar de su niñez.19

      El fugitivo no tenía idea de la tristeza que había aplastado a su padre desde que el hijo se había ido. Mientras bailaba y banqueteaba con sus escandalosos compañeros, no había tenido tiempo de pensar en la sombra que se había extendido sobre su casa. Y nadie podría haberle hecho creer que su padre se sentaba todos los días a contemplar el regreso de su hijo. Ahora, con pasos pesados y dolorosos, el hijo regresa a implorar no más que un empleo.

      A la distancia, el padre reconoce a su hijo y corre a su encuentro y le da un largo y emotivo abrazo. Para proteger a su hijo de las miradas indiscretas, el padre se quita su propia capa y la coloca sobre los hombros del joven.

      Confundido por este amoroso recibimiento, el muchacho comienza el discurso de arrepentimiento que había ensayado. Pero su padre no quiere escucharlo, porque no tiene en su casa un lugar para un siervo-hijo; su muchacho va a disfrutar de lo mejor que el hogar posee. El padre les da instrucciones a sus siervos para que le den los mejores vestidos, un anillo y calzado nuevo. Se organiza una fiesta, para que todos puedan celebrar: “Mi hijo estaba muerto, pero ahora vive; estaba perdido, pero ha regresado”.

      ¡En ese momento, el concepto que el hijo tiene de su padre es totalmente distinto! Siempre había pensado que era autoritario, exigente, inflexible. Pero no más. En su profunda necesidad, comprendió el verdadero carácter de su padre. Y de eso se trataba la historia.

      En nuestra rebeldía, a menudo pensamos que Dios es intolerante y autoritario, demandante ante sus requerimientos. Pero, cuando hemos estado lejos por algún tiempo y estamos hambrientos espiritualmente, vestidos con los harapos del pecado y la culpa, podemos apreciar cuán amoroso y compasivo es realmente el Padre. Cuando apenas damos el primer paso del arrepentimiento, él corre a nuestro encuentro y nos recibe en sus brazos de amor. Perdona nuestros pecados y nunca más se acuerda de ellos (ver Jer. 31:34).

      17 Palabras de vida del gran Maestro, pp. 156, 157.

      18 Ibíd., p. 157.

      19 Ibíd., p. 159.

      20 Ibíd., pp. 160-162.

      Capítulo 5

       Cuando hacer todo bien no es suficiente

       Sucedió que un hombre se acercó a Jesús y le preguntó:

       –Maestro, ¿qué de bueno tengo que hacer para obtener la vida eterna?

       –¿Por qué me preguntas sobre lo que es bueno? –respondió Jesús–. Solamente hay uno que es bueno. Si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos.

       –¿Cuáles? –preguntó el hombre.

       Contestó Jesús:

       –“No mates, no cometas adulterio, no robes, no presentes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre” y “ama a tu prójimo como a ti mismo”.

       –Todos esos los he cumplido –dijo el joven–. ¿Qué más me falta?

       –Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.

       Mateo 19:16-22.

      * * * *

      Este joven tenía todo lo que a la gente de su edad le gustaría tener: fama y riquezas. Un día, al observar cómo Jesús trataba a los niños, nació en su corazón el deseo de ser también su discípulo. La idea fue tan fervorosa que corrió hasta Jesús, se arrodilló y, sinceramente, le hizo la pregunta más importante en la vida: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”

      Jesús respondió con un desafío que probó los pensamientos del muchacho. Replicó: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solo Dios”.

      Este joven ejecutivo obviamente vivía “la buena vida”. Se había convencido a sí mismo de sus logros personales en la vida laboral y espiritual. Sin embargo, aunque tenía todo sentía que algo le faltaba. Había visto cómo Jesús bendecía a los niños, y él también deseaba recibir esa bendición.

      Para responder a su planteo, Jesús le ordenó que guardara los Mandamientos y citó algunos de los que tienen que ver con las relaciones interpersonales. El muchacho aseguró con confianza que siempre había cumplido con todo eso, y agregó: “¿Qué me falta?” Mientras Jesús lo contemplaba, podía ver la vida y el carácter del joven que estaba arrodillado frente a él. Lo amaba y deseaba darle la paz que necesitaba. Así que, contestó: “Una cosa te falta. Vende todas tus posesiones y entrega lo recaudado a los pobres. Eso te abrirá una cuenta bancaria en los cielos. Entonces, toma tu cruz y sígueme”.

      Jesús deseaba sinceramente que este joven fuese uno de sus discípulos. Sabía que los jóvenes pueden ser una tremenda influencia para el bien. Tenía hermosas habilidades y talentos. Jesús quería darle la oportunidad de desarrollar un carácter como el de Dios.

      Realmente, se podría haber convertido en todo lo que quería ser. Pero, le faltaba solamente una cosa, ¡solo una!: liquidar su riqueza, repartirla y seguir a Jesús. Eso habría resuelto el problema, lo habría vaciado de su orgullo para ser llenado, en su lugar, con el amor de Dios. Jesús lo invitó a elegir entre el tesoro celestial y la grandeza mundanal.

      Aceptar a Jesús significaba que este joven tenía que comprometerse a llevar, sin nada de egoísmo, una vida de sacrificios y generosidad. Con profundo interés, Jesús observó cómo sopesaba la situación. Por medio de una profunda reflexión, el joven comprendió lo que estaba en juego, y se deprimió. Si hubiera entendido lo que significaba el don que Cristo le ofrecía, se habría convertido en uno de sus discípulos. En cambio, estaba pensando con desconsuelo en todo aquello que perdería.

      Este joven arrodillado delante de Jesús servía como uno de los honrados miembros del Concilio de los judíos, y Satanás lo tentaba con pensamientos de futura gloria terrenal. No hay duda de que quería obtener el tesoro espiritual que Jesús le estaba ofreciendo, pero no iba a sacrificarse. Finalmente, después de pensarlo dos veces, se marchó con tristeza. El costo de la vida eterna le pareció demasiado elevado.

      El joven rico fue víctima de la autocompasión. Aunque se había confesado observador de la Ley, en realidad no había estado cumpliendo con sus mandatos. Tenía un ídolo: sus riquezas. Amaba sus posesiones más que a Dios; amaba los dones más que al Dador de esos dones.

      Muchas personas actualmente toman la misma decisión. Cuando ponen en la balanza los requerimientos del mundo espiritual y del mundo material, se alejan de Jesús y, como el joven rico, dicen: “No puedo seguirte”.

      Si hubiera sido capaz de mirar más allá de una vida de obediencia, hacia la vida de verdadero amor que Jesús le ofrecía, ¡cuán diferente podría haber sido su vida!