El no alineamiento activo y América Latina. Jorge Heine

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Название El no alineamiento activo y América Latina
Автор произведения Jorge Heine
Жанр Социология
Серия
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9789563249170



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de la disputa estratégica entre ambos. En ese sentido, leer la geopolítica actual con los lentes de la Guerra Fría puede conducir a equívocos.

      Esto no obsta para afirmar que hay un componente de la creciente disputa global entre Estados Unidos y China que no debe desconocerse en Latinoamérica. La mayor conflictividad bilateral volvió a colocar en escena, como en la Guerra Fría, la presión de Washington y la lógica de “con o contra” Estados Unidos. Eso fue evidente durante la administración del presidente Trump pero encontró dos obstáculos para la anuencia en la región: por un lado, una exigencia de “lealtad” pero con una notable escasez de recursos materiales como contrapartida y, por el otro, la ausencia en la gran mayoría de naciones latinoamericanas de jugadores poderosos con capacidad de veto para frenar los vínculos económicos con Beijing. Una paradoja del inmediato pos-11/9 y de la gestión de Trump es que a pesar de que Estados Unidos demandó a América Latina, como en la Guerra Fría, un respaldo ideológico, gobiernos afines a Washington y aquellos que son distantes tienden a ser más pragmáticos de lo que usualmente se examina: no hay (aun en la mayoría de las elites más conservadoras o derechistas) la disposición ni convicción para enfrentar a China como fue el caso de la disputa Estados Unidos-Unión Soviética. La Casa Blanca, con Biden y a pesar de modales y estilos iniciales distintos, pedirá, seguramente con un tacto más discreto, más adhesión a Estados Unidos, mientras Xi Jinping hará sentir en la región el ascenso cada vez más asertivo de Beijing. En esa dirección, desde el lado latinoamericano la disyuntiva ya no es como en los setenta estar “unidos o dominados”, sino ser poco viables doméstica y colectivamente mientras Estados Unidos y China refuerzan, con distinta intensidad, el uso de la región como espacio de lucha y subordinación.

      Mirando a América Latina

      ¿Y si América Latina ya no existe?

      (Jorge Volpi, El insomnio de Bolívar, 2009).

      Es evidente que América Latina es una unidad de análisis excesivamente agregada al momento de evaluar sus retos y dilemas. No obstante, también es cierto que existe un conjunto de condiciones, necesidades, intereses y aversiones que atraviesan toda la región. En ese sentido, el péndulo ilusión-desilusión siguió una trayectoria singular que no fue un espejo exacto de lo que aconteció a nivel mundial.

      Si en los setenta Latinoamérica experimentó una década perdida a raíz de la extensión de gobiernos autoritarios en la región y en los ochenta vivió una segunda década perdida en materia económica, en los noventa padeció su tercera década perdida. En ese caso en el ámbito social: se ahondó la desigualdad, se incrementó la pugna entre clases, se mantuvieron altos los índices de pobreza, creció la criminalidad, se multiplicó el desempleo, se descuidó la educación y se deterioró la salud. Con ese marco de referencia la primera década del siglo XXI mostró, sin embargo, que surgía lo que algunos denominaron, con un optimismo inmoderado, una “nueva” América Latina.

      El dato más trascendental lo constituyó el significativo aumento de los precios de los productos primarios agrícolas, mineros y energéticos que exporta la región. Ello permitió altas tasas de crecimiento y la posibilidad de incrementar las arcas de los gobiernos que se encontraban disminuidas por las medidas pro-mercado de los lustros previos. A lo anterior se sumaron los intentos por ampliar la democracia mediante diversas experiencias nacional-populares, de centro-izquierda y radicales. También fue posible, en particular en América del Sur, recuperar una histórica aspiración de la región: acrecentar la autonomía relativa mediante el soft balancing, la unidad colectiva ante asuntos claves y la diversificación de las relaciones exteriores. Para ello coincidieron el auge económico de China y la desatención política de Estados Unidos.

      Pero a pesar de un contexto interno e internacional propicio, la matriz social, política y económica de los países no se alteró significativamente. Se redujo la pobreza, pero no la fragilidad de los sectores populares. Se acrecentó el rol del Estado, pero no necesariamente sus capacidades. Se creció a tasas importantes, pero no hubo una mejora sustantiva en materia de innovación científica y tecnológica. El tiempo de la ilusión en la región también fue breve.

      El segundo lustro de la segunda década del siglo XXI mostraba que América Latina ha ido perdiendo gravitación en el mundo y que los países parecían abocados a disentir cada vez más entre sí. Lo primero ha conducido a la vulnerabilidad y lo segundo a la fragmentación: ambas potencian la dependencia. Si se observan históricamente diversos indicadores –votaciones en el marco de la ONU, participación en las exportaciones mundiales, nivel de primarización de las economías, inversión en ciencia y tecnología, índices de desigualdad, atributos militares, rankingcomparado de “poder blando”, entre otros– se advierte el debilitamiento de Latinoamérica en contraste con otras regiones como el Sudeste de Asia, por ejemplo.

      A su vez, si se evalúan los ámbitos e iniciativas de concertación e integración de la región, hay un franco retroceso. Una mezcla de estancamiento, fragilidad y decadencia atraviesa, por igual, aunque con variada intensidad, al Mercosur, la Comunidad Andina de Naciones, la Alianza del Pacífico, el ALBA, la Celac, la OEA, Unasur y Prosur. Dinámicas exógenas como el auge de China reforzaron la primarización económica y los incentivos para buscar atajos individuales. Con la llegada de gobiernos de derecha en distintos países de Suramérica, en particular, se evidenció la preferencia por el “sálvese quien pueda” y a favor de un claro acercamiento, sino acoplamiento, a Washington. El corolario estratégico de esto ha sido el deslizamiento hacia modos de aquiescencia en vez de opciones autonómicas.

      Es en este contexto en el área en el que arriba el covid-19 a América Latina. En la región, el alcance de la desigualdad es agudo; los niveles de densidad demográfica en las grandes metrópolis resultan muy altos; las capacidades estatales son, por lo general, bajas; la infraestructura sanitaria muy insuficiente; los porcentajes de informalidad laboral elevadísimos; la fragilidad económica notoria; las condiciones de vulnerabilidad de minorías específicas son ostensibles; las desventajas materiales, legales y políticas para las mujeres patentes; las instituciones públicas en muchos casos son poco creíbles y en varias naciones la existencia de fuertes conflictos de diversa naturaleza e intensidad dificultan la aplicación de políticas para mitigar las consecuencias de la pandemia. Sintéticamente, el covid-19 entre nosotros resultó letal.

      La pandemia, entonces, se insertó en medio de la desilusión generada por la desaceleración económica, la convulsión política, el descontento social y la disgregación diplomática.

      Estados Unidos hoy: pocas certezas

      Las naciones son amantes de la paz, bajo determinadas circunstancias históricas, y belicosas en otras; y no es ni la forma de gobierno ni las políticas internas las que lo determinan

      (Hans J. Morgenthau, El rechazo de la política, 1946).

      Es evidente que todo comienzo de una nueva administración en Estados Unidos –o para el caso, cualquier otro país– exige un tiempo de espera para ser analizada y evaluada en detalle. Es también cierto que el covid-19 exacerbó en el plano global una sensación de incertidumbre. Sin embargo, la experiencia sobre las transiciones de poder, las tendencias profundas de las relaciones interamericanas y las condiciones de la coyuntura doméstica en Estados Unidos permiten delinear algunas certezas.

      Respecto al tema de China la rivalidad se seguirá profundizando. No se trata de una cuestión de voluntad: como lo muestra la historia de las relaciones entre Estados, todo reacomodo sustantivo de poderío genera tensiones habituales, mayor pugnacidad y puede conducir a conflictos mayúsculos. En todo caso, la encrucijada será cómo manejar y moderar el power shift; y esa tarea no es solo de Washington y Beijing. Con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca la relación con China continuará siendo un tema prioritario en la política exterior y de defensa de Estados Unidos: habrá que ver si, en verdad y así sea gradualmente, Washington abandona la acostumbrada gran estrategia de la primacía; algo difícil de desarraigar.

      Antecedentes personales, comentarios durante la campaña de 2020 y un nutrido número de informes y estudios sugieren que Washington buscaría alcanzar una