Los días y los años. Luis González de Alba

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Название Los días y los años
Автор произведения Luis González de Alba
Жанр Философия
Серия
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9786078564590



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que ejerce en forma directa, que podría darse muy pronto un cambio cualitativo. El régimen está acostumbrado a un continuo monólogo, a las alabanzas de gobernadores, diputados líderes obreros y líderes campesinos: o mismo, hasta el tono de voz es igual.

      –¿Y ustedes creen que puede suceder algo parecido a lo que me han dicho?

      –Es difícil –respondió Osorio–, porque el gobierno sabe bien cuáles son sus puntos débiles y no va a ceder. Reprimirá el Movimiento con toda saña antes de perder posiciones importantes. Por lo pronto, el Movimiento ha causado una gran agitación en organizaciones tradicionalmente sometidas. Y no porque tengamos una gran capacidad para la agitación, sino porque es natural que la inquietud se propague. Pueden pasar diez o veinte años sin que surja una protesta general entre los obreros cotidianamente controlados por pistoleros, soplones, granaderos y Ejército; pero cuando ya no están solos, cuando cientos de miles se han movilizado primero, los pistoleros y soplones ya no son suficientes, se necesita la represión directa.

      –Ése es ahora el peligro más inminente –concluyó Escudero.

      –¿Y el Consejo tiene ya prevista la represión en gran escala?

      –No –respondí–. Individualmente se ha considerado muchas veces la posibilidad, pero el cnh no tiene aún un criterio definido al respecto. En gran parte los delegados creen que la represión en gran escala es una posibilidad muy remota.

      –¿Y ustedes?

      –Nosotros creemos que no lo es tanto. Como te dijimos antes, el gobierno conoce sus lados flacos y no permitirá que lo dejemos sin protección. Sería tanto como suicidarse. Pero tampoco sabemos en qué medida puede ceder. Dentro del cnh existe otra posición extrema, sostenida por unos cuantos delegados; éstos afirman que el gobierno ya es incapaz de conceder y que la única salida que tiene es la represión. Si se tratara de una concesión total yo les daría la razón, el actual gobierno está demasiado esclerótico para esperar la agilidad de un joven; pero aún puede parlamentar y nosotros también. Si aceptáramos que toda concesión es imposible, tendríamos que ser consecuentes con nuestro enfoque y retirarnos antes de que nos masacren, ¿o vamos a pedir a los estudiantes que se defiendan con las armas? Es evidente que no. Contamos con un millón de manifestantes, pero de ahí no sacaremos muchos guerrilleros. Y aunque lo hiciéramos, en pocos días acabarían con nosotros: no tenemos aún la organización revolucionaria que permita hacer de un manifestante un revolucionario, y de un estudiante un guerrillero urbano. En su gran mayoría los estudiantes y los sectores que nos apoyan están convencidos de que el gobierno va a ceder por lo menos en algunos puntos. ¿Vamos a gritar que no es así?

      Escudero tomó el micrófono y respondió a la pregunta que yo me hacía. Esperó a que cambiaran la cinta.

      –La demagogia revolucionaria del gobierno empieza a fallar, pero aún tiene arraigo en muchos sectores de los ahora movilizados. Por lo mismo no podemos decir, simple y llanamente, que el gobierno está incapacitado para resolver el conflicto. Si decimos tal cosa nos quedaremos solos, pues no tendrá objeto seguir luchando por algo que nunca podrá obtenerse.

      –¿Cuáles son, entonces, las perspectivas que ven ustedes?

      –Primero, que el gobierno ceda en parte –respondió Escudero–; aunque no lo hará en todo. Se entablarán negociaciones públicas y ahí se decidirá si nos damos por satisfechos o le seguimos. Otra posibilidad es que nos repriman, aumente el número de presos, se ocupen las escuelas. Algo parecido a lo que hicieron con los ferrocarrileros en 1959.

      –Pero, si ya sucedió con los ferrocarrileros, ¿crees que pueda ser diferente ahora?

      –Sí, porque la fuerza popular es mucho mayor y más dispersa. Los ferrocarrileros estuvieron prácticamente solos. Nosotros no lo estamos. Y como te dije, somos una fuerza más dispersa; incrustada hasta en sectores cercanos al gobierno, como algunos técnicos que se han movilizado. No se trata de reprimir a un solo sindicato, sino a varias universidades, escuelas, institutos, etcétera; y a amplios sectores de la población que no tienen organización alguna. La represión tendría que ser terrible –concluyó.

      –¿Crees que se pueda evitar? –preguntó volviéndose a verme.

      –Sí. De no creerlo no estaría aquí –respondí riéndome–. Si nuestra fuerza aumenta, el gobierno no podrá reprimir.

      La grabadora se detuvo. Esperé a que la revisaran. Se había desconectado.

      –Hace un momento hablabas del apoyo prestado por otros actores. ¿Se trata de los obreros?

      –No. Se trata, principalmente, de la clase media, de los padres de familia, los maestros, los empleados. No hemos podido romper el control gubernamental en fábricas y sindicatos. Los mecanismos de control y de represión inmediata han sido perfeccionados por años. La dependencia respecto del gobierno es completa. Hay pocas excepciones.

      –¿Crees que, en esas circunstancias, se logre una movilización obrera?

      –Sí.

      –¿Cómo?

      –Golpeando y golpeando desde afuera. Cada manifestación es un ariete que sacude los mecanismos de control.

      –¿Qué efectos tendría el apoyo obrero?

      –Pues, si se diera libre, el primer efecto que notaríamos sería que dejaba de ser «apoyo». Lo cual estaría muy bien, «apoyo» seríamos nosotros en adelante.

      –Si tuviéramos paralizada la producción nacional, como sucedió en Francia durante mayo, ya Díaz Ordaz hubiera tomado su Ipiranga –interrumpió Osorio.

      –¿Su qué?

      –Es el nombre del barco en el que Porfirio Díaz salió del país.

      –¿Así lo crees?

      –Sin duda. Aquí no hay cgt que salve a la burguesía del desastre y el pc es casi inexistente.

      Vio cuánta cinta quedaba y añadió:

      –Si alguno quiere agregar algo, puede hacerlo.

      –Solamente –dijo Escudero–, que observes cómo seis peticiones, ninguna de las cuales puede considerarse una reforma medianamente radical en otros países, en México se transforman en un verdadero explosivo. Aunque no logremos más que un triunfo parcial, nuestro mayor mérito será el de haber indicado un camino a seguir.

      Como a las diez de la mañana me llamaron a «defensores». Debe ser Marjorie, pensé, a ver qué me dice de mis exámenes. La Universidad nos había permitido presentar exámenes desde la cárcel; pero cada maestro tenía que fijar tema y extensión de un trabajo escrito, pues no era posible efectuarlos de otra manera. La principal dificultad consistía en conseguir los libros, ya que, aunque también se había fijado un pequeño presupuesto para libros, luego se retardaba todo por los trámites que tenía que cubrir un solo licenciado nombrado por el rector para ver nuestros casos.

      «Defensores» es un patio rectangular, algo retirado de la crujía, en donde los presos hablan con sus abogados; pero como también se puede nombrar como defensor a personas que no sean abogados, todos reciben a sus familiares cercanos, novias y amigos más que a verdaderos defensores. En el patio, al que sólo nos llevan por la mañana, hay un mostrador cubierto por un techo; ahí venden café, donas, tacos y otros alimentos. El ambiente, a no ser porque se está en la cárcel, no es del todo desagradable.

      Cuando llegué, todas las mesas y bancas estaban ocupadas por presos de diferentes crujías y sus visitas. Cerca de la entrada estaba mi hermano Arturo.

      –¿No vino Marjorie?

      –No. Me la encontré en la Universidad y me dijo que no podía venir hoy; por eso vine yo, aunque es viernes.

      –Vamos a comprar un café porque no he desayunado.

      Pedimos dos cafés y dos donas.

      –¿Con leche?

      –Uno sí y otro no.

      –¡Mira!