Los días y los años. Luis González de Alba

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Название Los días y los años
Автор произведения Luis González de Alba
Жанр Философия
Серия
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9786078564590



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      –Es que le traigo mucho coraje por todas las que me ha hecho. A ella y también a la loca. ¡Ay, maldita mujer! ¡Ya no la aguanto, no la aguanto, no la aguanto! ¡No, no, no!

      –Parece que estás en escena. Te verías bien en Las troyanas como Casandra para que gimieras y aullaras con los pelos al aire.

      –Es que de veras ya no la aguanto.

      –¿A Paz?

      –No, a la loca.

      Al rato salí para traerle la canasta con los trastes de la cocina.

      –Ya es hora, Selma; hace rato que tocó la banda. Dile a Vísit que me escriba.

      Al abrirse la puerta del elevador, un calor de persianas asoleadas hacía más intenso el aroma de la madera barnizada que recubre los descansos en cada piso de la torre de Humanidades. Las plantas del octavo piso humedecían el aire. Subí las persianas, abrí todas las ventilas y entró el sol de la tarde por los cristales. Ojalá llueva en la noche, pensé. La puerta estaba abierta. Al fondo se podía escuchar el mimeógrafo funcionando.

      El piso era muy cómodo y amplio. En un extremo tenía un salón grande rodeado de cubículos, en ellos habíamos instalado el mimeógrafo, el sonido de «Radio Humanidades» y la cafetera eléctrica. En el salón grande había otro mimeógrafo y mesas para cortar los volantes. Las sillas estaban apiladas en un rincón. Otro cubículo lo usaba Revueltas para escribir los manifiestos de la Asamblea de Intelectuales y Artistas y, después, los análisis que presentaba al Comité de Lucha, pues éste había sido ampliado con algunos compañeros que no pertenecían a la Facultad. Muchas oficinas estaban vacías. El piso tenía otra ala, ésta mucha más elegante, alfombrada por completo de rojo, con cortinas blancas, libreros y sillones. Di un vistazo por todas partes, pasé por las oficinas vacías y regresé. Junto a la puerta de entrada había otra puerta, toqué y durante un rato se escuchó que alguien se acercaba hablando.

      Sobre la alfombra había una grabadora grande y varios rollos de cable. Escudero platicaba con dos muchachos que llevaban camisas a cuadros, como de leñador, pantalones de pana y botas bajas.

      –Son del sds –me dijo Osorio mientras cerraba la puerta.

      –¿De Berkeley?

      –No, del sds alemán.

      –¡Ah!, mucho gusto.

      En la mesa larga para conferencias, que usábamos durante las reuniones ampliadas, se veía un micrófono. Escudero respondía una pregunta en ese momento. Me senté en silencio.

      –Se nota una gran diferencia entre las demandas formuladas por los estudiantes mexicanos y las que se han enarbolado en otros países. Nosotros no alcanzamos a explicarnos la defensa de la Constitución que hacen ustedes. En Alemania no queremos defender nuestra actual Constitución, sino acabar con ella; lo mismo pasa en Francia o en Italia; los estudiantes impugnan a sus regímenes y a las leyes que los sostienen. ¿Qué me puedes decir al respecto? –me preguntó uno de los alemanes, que tenía unos veintiocho o treinta años.

      –Ya otras veces nos han preguntado lo mismo –respondí–. Tanto para los franceses, como para los norteamericanos que han venido, es inexplicable que un movimiento de alcance nacional, como el nuestro, con las proporciones que ha adquirido para estas fechas, insista constantemente en demandas tales como libertades democráticas y respeto a la Constitución. La diferencia radica en varios puntos. En primer lugar, permíteme aclararte, para evitar confusiones posteriores, que nosotros no aceptamos la tesis de que los países de América Latina, o todos aquellos que no han tenido una revolución burguesa, deban primero efectuar ésta para luego iniciar una revolución socialista. Nos parece que ya Cuba demostró lo contrario y que insistir en la actualidad en la necesidad de pasar por la revolución burguesa en el camino a la socialista es la forma más primitiva de disfrazar el oportunismo. Quise empezar por aquí porque nuestras principales demandas, vistas desde lejos y sin conocer el país, hacen pensar en quienes aún piden alianzas con las «burguesías nacionales», votaciones como sinónimo de democracia y cambio frecuente de los hombres en el gobierno. Cuando en Europa y los Estados Unidos se oye «libertades democráticas y respecto a la Constitución», no parecen consignas revolucionarias. Estoy de acuerdo con ustedes en que, después de movilizar a casi un millón de ciudadanos, nada más en esta ciudad, y contar con la simpatía de sectores cada vez más importantes, las demandas que formularían los estudiantes de otros países serían muy distintas, en apariencia mucho más radicales. En cambio nosotros seguimos manteniendo exigencias puramente reformistas. La verdad es que, en nuestro país, tales demandas cobran un carácter no sólo avanzado, sino abiertamente revolucionario en sus consecuencias. Me explicaré. La actual Constitución de la República nunca ha estado vigente en su totalidad por razones que la historia oficial oculta: al finalizar la Revolución de 1910 se intentó dar carácter de ordenamiento constitucional a las más importantes reformas exigidas por cada facción revolucionaria. El carrancismo, la facción más conservadora, pero, al mismo tiempo, con mayor solidez ideológica, tenía para entonces el control político de la nación y era de esperarse que la Constitución resultara liberal y moderada. En parte así fue; pero, a pesar de que el control político lo ejercían los carrancistas, las ideas revolucionarias estaban aún demasiado frescas en la mente de los diputados constituyentes, la presión popular era muy grande y el carrancismo no podía gobernar solo, necesitaba ganarse el apoyo popular. Las reformas de Carranza, cautelosas, pero orientadas a conmover la opinión; su programa político, liberal, pero claro, le ganaron el apoyo de la Casa del Obrero Mundial y de sus «batallones rojos». Villa fue derrotado, en gran parte, a causa de que los «batallones rojos» combatieron al lado del carrancismo. La Casa del Obrero Mundial fue clausurada después, pero seguía siendo una fuerza presente, como lo eran los obreros que habían combatido contra Villa y otros grupos revolucionarios. La composición política del Congreso reflejaba todas estas contradicciones y la debilidad de la naciente burguesía. El proyecto de Carranza fue rechazado y en su lugar se promulgó, muy a pesar del Poder Ejecutivo, nuestra actual Constitución. Para poder gobernar era necesaria una política de «unidad nacional». Y así lo vio el carrancismo. Ahora bien, la derrota militar de los sectores con pensamiento más progresista y su incapacidad para dar cohesión a un sistema ideológico y político que se enfrentara con éxito al carrancismo, trajo como consecuencia una contradicción permanente entre el espíritu revolucionario que animó a muchos legisladores y el gobierno establecido. Ningún gobernante se ha sentido con suficiente fuerza como para modificar a fondo la Constitución y adaptarla a las verdaderas necesidades de la clase en el poder; o mejor aún, así como toda su apariencia radical dentro de las constituciones no socialistas, es la mejor fachada para un gobierno que pretende ser el sucesor tanto de Carranza, como de Villa, Zapata y todos los revolucionarios mexicanos sin excepción. Por lo mismo no se modifica, pero tampoco se cumple. A eso se reduce actualmente la «unidad nacional»: tú trabajas, levantas el país, me defiendes de los gringos… y te prometo seguir hablando de la Revolución en todos los discursos. Bueno, pues por ahí nos hemos colado: la mayor parte de los innumerables cuerpos de policía son ilegales, el artículo 145 del Código Penal es probadamente anticonstitucional, el abuso de poder es la llaga más extendida y el mal más vergonzoso en la vida pública de nuestro país; pero las policías, la legislación arbitraria, los abusos de poder, la corrupción de las organizaciones populares, el sometimiento al Poder Ejecutivo por parte de los otros dos poderes, son los puntales mismos del régimen. Un solo ejemplo: si desaparece la corrupción de las organizaciones populares y su sometimiento directo al régimen, la fuerza liberada será tan grande que cambiará todo el actual equilibrio de fuerzas. Por eso se nos acusa de querer derrocar al gobierno.

      –Y hay algo más –agregó Escudero–. El Estado actual necesita, para su supervivencia, mantener firmes cada uno de los puntales. Estamos pidiendo libertades democráticas, bien poca cosa en apariencia; pues si la conmoción que hemos producido trae como consecuencia libertad en los sindicatos, con ese solo triunfo se acabó el sistema político mexicano que ahora conocemos. Le quitamos de un golpe su principal puntal.

      –¿Socialismo? –preguntó uno de los alemanes acercándose al micrófono y volviendo a colocarlo junto a Escudero.

      –No.