Название | Los irreductibles I |
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Автор произведения | Julio Rilo |
Жанр | Языкознание |
Серия | Los irreductibles |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418996733 |
El edificio se encontraba donde había estado en su día el Hospital de San Rafael, lo suficientemente apartado del Hotel Ramos como para que aquella horterada no le tapase el sol. La gente de la zona se refería a la sede de Industrias Lázaro como «la Iglesia», y había que admitir que la enorme estructura tenía cierto porte regio. La Iglesia se sostenía con columnas, postes y paredes blancas, y aunque había algunos paneles para tapar de la claridad del sol, todos los exteriores del edificio bajo eran cristaleras.
Aquel radiante edificio tenía una forma circular, como un estadio o una plaza de toros. El círculo de cristal era la parte a la que el público tenía acceso, y todo a lo largo suya había salas multiusos destinadas a los eventos de marketing en su mayoría. En la parte más cercana a la calle, que era donde estaba Kino, estaba la entrada, y al lado opuesto de la circunferencia se erigía el edificio principal, que era donde estaban la mayoría de las oficinas, así como el ala de I+D. Aquel edificio principal, iluminado por la luz del ocaso, parecía la hoja de la daga de un gigante apuntando desafiante al cielo. El estrecho pero considerablemente alto edificio brotaba de la propia estructura del círculo de cristal, y en este solo había ventanas por la parte interior y exterior del círculo, por los lados las paredes eran blancas. Dentro del círculo crecía un frondoso jardín con plantas y fuentes, un oasis en medio de la ciudad y donde la mayoría de los trabajadores de la Iglesia iban a pasar las horas de descanso.
Le dio la primera calada al cigarro y Kino se dirigió a la entrada principal preguntándose cuánto cobraría un responsable de contenidos sénior, al mismo tiempo que el breve rayo de sol volvía a desvanecerse, haciendo que el edificio dejase de brillar y dándole un aspecto lúgubre.
Al acercarse a las enormes puertas dobles de cristal custodiadas por dos guardias de seguridad, uno a cada lado, Kino cayó en la cuenta de que se acababa de encender el pitillo. De manera que, con la intención de no desperdiciar tabaco, se lo apagó con sumo cuidado en la suela de su bota procurando que solo se echase a perder el principio del cigarro. Una vez hecho esto, se acercó a la puerta, y uno de los guardias se dirigió a él.
—El acceso al público cierra a las ocho, señor.
—Sí, ya, disculpe. El caso es que me esperan dentro.
—De acuerdo, pero quienes le esperan también tendrán que salir a las ocho.
Kino reprimió una risa.
—No se preocupe, yo se lo digo de su parte.
No le hizo caso a la agria expresión de la cara del guardia de seguridad y se dirigió a las puertas de cristal, que se abrieron automáticamente en cuanto se acercó lo suficiente. El interior era cálido, y una melodía suave sonaba por el hilo musical. Kino miró alrededor, buscando, y cuando lo encontró se dirigió al puesto de información, que estaba a medio camino de la puerta principal y la que daba acceso a la zona de jardines. Una vez allí, se dirigió a la chica que estaba detrás de la mesa, que en aquellos momentos terminaba de meter todos los papeles de su mesa en los cajones que había debajo, y sus efectos personales en el bolso.
—Disculpe, tenía una cita. No sé si podrá ayudarme.
La chica, que obviamente se moría de ganas por irse de su lugar de trabajo un viernes a última hora, le miró con cara de muy pocos amigos.
—Vamos a cerrar en un rato, señor.
—Sí, bueno. El caso es que había quedado a esta hora con el jefe.
—¿El jefe de quién?
—Pues de casi todos aquí. Vengo a ver a Raúl Lázaro.
—¿En serio? —Kino asintió—. ¿A estas horas? —Kino volvió a asentir, mientras la chica se volvía a sentar en su silla ergonómica resoplando—. Hay que ver…
Encendió el ordenador, y la pantalla se proyectó en el aire ante su rostro mientras ella desenrollaba su teclado flexible. Luego, empezó a navegar a toda prisa por menús y ventanas, hasta que llegó a una lista de contactos y llamó a una compañera en videoconferencia.
—«Hola, Danny. ¿Qué quieres hija? Me pillas in extremis, que me estaba yendo ya».
—Ya lo sé, tía, pero me acaba de llegar uno que tiene una cita con el jefe.
—«¿Con el jefe-jefe?».
—Ajá.
—«¿A estas horas?».
—Eso digo yo —dijo Danny lanzándole a Kino una mirada asesina.
—«¿Y qué, necesitas que te pase con Isidoro, no?».
—Ajá.
—«A ver, un momento». —La compañera de Danny se puso a navegar a su vez por los menús de su ordenador tecleando a toda velocidad. Con todos los protocolos que tenían que seguir para ponerse en contacto entre departamentos, normal que la chica le mirase así, pensaba Kino—. «A ver, aquí está. Te lo paso ya, ¿vale? Perdona si estoy un poco brusca, pero es que estoy con prisa».
—Ya, ya. No te preocupes, cariño. Gracias.
Las dos se lanzaron un beso, y el recuadro de la pantalla donde hasta hace unos instantes había aparecido la compañera de Danny se cerró para dejar paso a otro recuadro que anunciaba que se estaba estableciendo el enlace, con un ruido de tono telefónico. Donde antes había aparecido la sonriente cara de su compañera, ahora se abrió un recuadro donde un chico muy joven y serio le respondió:
—«Despacho del Sr. Lázaro».
—Hola, Isidoro. Tengo aquí a un señor que dice que tiene una cita con el Jefe.
—«¿Quién es?».
Danny miró a Kino.
—¿Nombre, por favor?
—Joaquín Jade.
—Se llama Joaquín Jade.
—«Ah, sí. La cita de las diecinueve horas del Sr. Lázaro. Mándalo hasta el auditorio y ya bajo yo a buscarlo. Gracias, Danny». —Y sin más, colgó.
—Si ya sabes quién era, ¿para qué…? —murmuró en voz baja una malhumorada Danny mientras cerraba las pestañas de su ordenador—. El asistente del Sr. Lázaro, el Sr. Silva, le estará esperando a las puertas del auditorio este para llevarlo hasta las oficinas del Sr. Lázaro. Está casi al otro extremo del estadio… le llamamos «estadio» a esta parte de las instalaciones…
—Sí, no te preocupes. Conozco más o menos la zona, ya he estado aquí antes.
Danny soltó avergonzada un breve suspiro, dándose cuenta de que no se estaba comportando de la forma más profesional posible.
—¿Seguro que no necesita que le acompañe?
—No, de verdad. Otro día, si acaso.
Ella le miró enarcando una ceja y con una media sonrisa.
—Muy bien. Hasta otro día, en ese caso.
Kino se despidió sonriendo y se puso en camino. No se le había escapado el retintín en la voz de la recepcionista cuando se despidió, y aunque no lo dijo con esa intención, se figuró que ella se había imaginado que con lo de «otro día» quería decir que ya se pasaría a verla más adelante. Sonrió con algo de orgullo de haber conseguido que Danny le siguiera el rollo sin siquiera haberlo intentado, a pesar del kilometraje que llevaba encima aún era capaz de mantener cierto atractivo… «Bueno, más que atractivo, encanto», pensó al verse reflejado en uno de los ventanales que daban al exterior oscuro. Como Rebe siguiese sin responderle a los mensajes, le iba a entrar. Seguro. Aunque estar seguro de aquello significaba que estaba seguro de que después de hablar con su hermano, volvería por allí. Y eso era mucho de lo que estar seguro.
Los ruidos de sus pisadas provocaban un eco sordo