Название | ¿Te va a sustituir un algoritmo? |
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Автор произведения | Lucía Velasco |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418895814 |
ansiedad tecnológica y tecnofobia
En el diseño de nuestro Estado del bienestar y nuestro contrato social no había tecnología, y los lugares de trabajo eran prácticamente tres: fábrica, campo o empresa. El sistema se basaba en la localización física y el modelo era básicamente trabajar para el sector público o para la empresa con sus diferentes modalidades contractuales: indefinido, temporal o a tiempo parcial, todas ellas con limitaciones claras que buscaban garantizar que las personas trabajadoras tenían acceso a trabajos de por vida.
La vida de los padres de Luna fue así. Su padre entró a trabajar en una promotora inmobiliaria y lleva en ella más de veinte años. Su familia es de un pueblo de Extremadura y le tocó empezar a trabajar pronto en la obra, que era lo que había. A los años decidió irse a Madrid a probar suerte y consiguió trabajo en la cafetería de un ministerio en el que estuvo casi quince años y donde conoció a la madre de Luna. Después, ya pensando en la familia, decidió cambiar y le contrataron en una empresa del sector de la construcción. Un grupo muy conocido en España. Siempre cuenta que las ha visto de todos los colores. La época dorada del euro, del boom y también la de la crisis, cuando se despidió a mucha gente.
También la más reciente de la digitalización. Le cuesta mucho. A él se le dan bien las personas. Cuando trabajaba en la cafetería estaba todo el día dándole conversación a la clientela. Por eso acabó siendo después uno de los mejores en la promotora. Es de la vieja escuela, de las comidas donde se cierran los tratos y de conocer a la gente, de patearse los sitios y de saber detalles de la vida de las personas con las que trata. Ahora su día a día ha cambiado. Tiene que hacer muchas cosas en la web porque la mayoría de los clientes entran a través de un portal donde están anunciados sus pisos. Va todo muy rápido. Le llega una petición de información y tiene que agendar la visita lo antes posible en una aplicación interna para optimizar los procesos de alquiler y venta. No estamos para perder oportunidades. No lo lleva bien, se siente torpe y además no entiende por qué tiene que ir todo tan rápido: contestar, concertar las visitas, actualizar fotos, mirar los precios de la competencia, ver si salen bien en términos de posicionamiento online, si está vendiendo menos que sus compañeros o no, decidir si necesita meter más publicidad para que sus casas tengan más visibilidad… Siente que está en una competición y que cada vez se tiene que poner más grande el tamaño de la letra del móvil porque se está quedando ciego de tanto mirarlo. Le llegan correos, whatsapps y notificaciones de la web que es incapaz de gestionar al mismo tiempo. Antes eran un equipo, cada uno hacía lo suyo y la parte administrativa la llevaba una compañera. Prácticamente se han convertido sin querer en inmobiliarias individuales. Hace tiempo que con la aplicación y el resto de herramientas de marketing online se prescindió de la ayuda administrativa, se redujo a la mitad el personal y los que quedaron asumieron individualmente muchas más funciones además de un portafolio completo de principio a fin. Ha notado mucho el cambio en los últimos cinco años, aunque se consuela pensando que ya le queda poco para jubilarse. Gracias a una carrera estable en la que ha llegado a ser responsable territorial de la promotora, ha podido tener una familia de tres hijos, una casa comprada en Madrid, dos coches y un apartamento cerca de Torrevieja, donde hicieron una promoción y le salió prácticamente a precio de coste. Después de cuarenta años cotizados sabe que va a tener la pensión íntegra.
Este era el plan inicial del que hablábamos antes. El Estado redistribuía para reducir la desigualdad a cambio de impuestos provenientes de una parte de los salarios. Sector público y privado darían formación educativa y profesional, se crearían empleos dignos con salarios que permitirían progresar. Los que tuvieran mala fortuna o se hicieran mayores serían protegidos mediante los subsidios, las pensiones y la sanidad. No habría pobreza. Los números salían si las personas trabajaban de media una serie de años, con un salario mínimo que previsiblemente se incrementaría con el tiempo. Todo más o menos estaba pensado. Hasta que llega la digitalización y hace que se tambaleen los cimientos de aquel diseño del siglo pasado. Nos lo cambia prácticamente todo. Y se ven afectadas: productividad, competencia, fiscalidad, educación y, por supuesto, trabajo.
A muchas personas les preocupa. En febrero de 2021, la consultora PwC encargó una encuesta en la que participaron más de treinta mil personas representativas de todos los estados laborales posibles y de dieciocho países.5 ¿Conclusión? Casi el 40% cree que su trabajo quedará obsoleto en cinco años y a seis de cada diez les preocupa que las máquinas les sustituyan. Es lo que muchos llaman “ansiedad tecnológica”. El miedo a un futuro digital donde no hay espacio para las personas. Después de un tiempo crítico con gran impacto en el mundo del trabajo, y en el que ciento catorce millones de personas han perdido su empleo, es normal que las preocupaciones se hagan más presentes.
Cuando Luna se pregunta “¿me va a sustituir un algoritmo?”, está sintiendo sin saberlo esa tecnofobia. No sabe cómo debería actuar ante una realidad amenazante con la que convive desde que empezó a trabajar. Quiere probar cómo pueden ayudar los algoritmos a hacer mejor su trabajo, a dedicarle más tiempo al trabajo de fondo y a los contenidos de calidad, pero no sabe si eso tendrá consecuencias negativas para algunos compañeros. Cada vez las redacciones son más pequeñas.
La realidad de Luna la viven miles de personas. Más que una respuesta individual, requiere de un plan común. Dar respuesta a los temores que tanta incertidumbre están generando debe ser el punto de partida para aquellos a los que hemos encargado gestionar nuestro presente y prepararnos para el futuro.
menos mal que estamos en europa
Como en anteriores revoluciones, los beneficios que se supone que traerá la digitalización, no son automáticos. Tenemos que hacer todo un proceso de conversión primero. Hay que adaptar nuestros mercados laborales, la educación o la formación, además de los sistemas de protección social para garantizar que la transición sea mutuamente beneficiosa. Los Gobiernos nacionales tienen un papel crucial que desempeñar, garantizando que las condiciones con las que parten los trabajadores permitan aprovechar las oportunidades. Necesitamos ordenadores, buena conexión, saber usar la tecnología e inglés para entenderla. Tenemos que prepararnos a fondo y rápido. Por desgracia, en España ha faltado una conciencia común sobre el impacto que la digitalización va a tener y eso nos hace salir desde más atrás que el resto.
No todos los territorios viven igual la digitalización, no todos tienen la capacidad de decidir el tipo de transición digital que quieren. De hecho, hay algunos que deciden mantener unas condiciones laborales tan precarias que les sigue compensando contratar en lugar de usar la tecnología. Es lo que pasa principalmente en la industria textil del Sudeste Asiático, donde por ahora sale más a cuenta pagar noventa euros al mes que automatizar partes de la cadena de producción de ropa. Lo creamos o no, hay lugares del mundo donde las personas son más baratas que las máquinas. Tengamos en cuenta que digitalizar una industria no es solo incorporar máquinas, también es promover la economía digital y la inclusión financiera, por ejemplo, mediante la incorporación de pago de salarios electrónicos a monederos personales.6 Y hablando de inclusión financiera, seguramente aquí no podamos entender lo importante que es para el empoderamiento de la mujer en los países en los que no tienen derechos y están sometidas al control patriarcal del dinero. Por suerte, nosotros en Europa sí tenemos los medios para aprovechar las oportunidades y la determinación de garantizar la inclusión y los derechos fundamentales.
Por situarnos en el punto en el que estamos, en 2019 se nombró una nueva Comisión Europea,