Название | Los planes de Dios para su vida |
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Автор произведения | J. I. Packer |
Жанр | Религия: прочее |
Серия | |
Издательство | Религия: прочее |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9781646911141 |
El error número dos fue pensar que era aceptado, que como profeta no podía haber problema alguno con su propia relación personal con Dios. Después de todo, él era un joven distinguido, de alcurnia y muy talentoso, en una nación que tenía un pacto oficial con Dios. Además, él tenía una inclinación religiosa, era un fiel que acudía regularmente al templo, y estaba involucrado en el ministerio. ¿Acaso no le estaba haciendo un favor a Dios ejerciendo de esa manera sus intereses religiosos? ¿Qué problema podía tener Dios con él? Muchas personas en nuestra sociedad piensan de esa manera. Ellos creen que al interesarse por Él en un mundo donde tan pocos se preocupan de Él, le están haciendo un favor a Dios. De ese modo esperan convertirse en un grupo selecto espiritual que puede contar con el favor de Dios. Isaías tuvo que aprender que algo le tenía que ocurrir antes de ser aceptado en la comunión y el favor de Dios. Hoy necesitamos aprender la misma lección.
El error número tres fue que Isaías pensara, cuando llegó a comprender algo acerca de la santidad de Dios, a saber, que no sólo se encontraba fuera del campo de la amistad de Dios debido a su pecado (eso era cierto), sino que también estaba eternamente perdido. “¡Ay de mí! Que soy muerto” Al darse cuenta de que su rectitud era como trapos sucios, se desesperó. Pero estaba otra vez equivocado; había misericordia para él. A pesar de su gran pecado (no existen pecados pequeños en contra de un Dios grande), la gracia de Dios era aún mayor. Dios limpió su pecado, tanto aquél que conocía es ese momento como aquel otro que se pasaría toda la vida descubriendo. De la misma manera, para los cristianos, todos sus pecados, tanto conocidos como desconocidos, todos los actos y hábitos pecaminosos, y todas las ramificaciones del pecado en nuestro sistema espiritual, son expiados por la muerte de nuestro Señor Jesucristo. El amor santo vence al poder del pecado que condena y arruina nuestras almas.
Isaías apreció lo que le había acontecido. Su actitud cambió con la limpieza de su conciencia. En gratitud y gozo, como los ángeles, se ofreció a ir en nombre de Dios, ya que así lo había hecho el ángel que le trajo la palabra de perdón. Todos aquellos que saben que son pecadores absueltos, personas encontradas por la gracia cuando ellas se daban ya por perdidas, sienten la misma gratitud. El “Aquí estoy. ¡Envíame a mí!” de Isaías resuena como un eco en nuestros corazones.
El cuarto error de Isaías fue dar por un hecho que tendría éxito en el servicio de Dios. Supongo que él sabía lo maravilloso de su don natural de elocuencia. Él tenía alguna noción del poder de su posición como un joven de la alta sociedad de Israel. Sin duda, cuando resumió su posición de influencia—un hombre nuevo con un nuevo gozo caminando en el poder de una nueva experiencia de Dios— dio por descontado que los demás se fijarían en él y lo admirarían, y que su ministerio produciría mucho fruto.
Yo deduzco que Isaías estaba pensando así, ya que las primeras palabras divinas que escucha después de su ofrecimiento como voluntario son la advertencia de que su misión no sería exitosa en forma manifiesta. Dios le dijo: “Ve y dile a este pueblo: ‘Oigan bien, pero no entiendan; miren bien, pero no perciban’... Haz insensible el corazón de este pueblo; embota sus oídos y cierra sus ojos” (versículos 9-10). Aquí hay pena divina como también ironía. Dios no se complace con la muerte del malvado, y la tarea que le estaba encomendando a Isaías era llamar a los israelitas para que volvieran a Él. Pero ahora Dios le estaba advirtiendo a Isaías que su mensaje iba a ser rechazado, de manera que el efecto de su ministerio sería dejar a la gente con una menor sensibilidad a las cosas espirituales que antes (porque los corazones siempre se encallecen cuando le dicen que no a Dios).
De la misma manera, nosotros, que hablamos en nombre de Cristo, debemos estar preparados a descubrir que los demás no toman en cuenta lo que decimos, y que en realidad nos esforzamos para alcanzar muy poco éxito o quizás ninguno. Al igual que Isaías, nuestro llamado es a ser fieles, no necesariamente fructíferos. Nuestra tarea es la fidelidad; la capacidad de producir fruto es un asunto que debemos contentarnos de poner en manos de Dios. Sabemos que la Palabra de Dios no volverá vacía, mas debemos estar preparados para no ver los frutos, a lo menos de inmediato. En el ministerio cristiano, nadie nos garantiza el éxito visible bajo la forma de resultados instantáneos, ni a ustedes ni a mí.
¿Cuál es entonces la conclusión del asunto? Primero, debido a que Dios es santo, nadie puede tener jamás comunión con Él excepto sobre la base de la expiación que Dios mismo proporciona y aplica. Segundo, nadie habla por Dios como debería, excepto como resultado de la conciencia personal de la santidad de Dios, de la pecaminosidad de nuestras propias faltas, de la objetividad de la expiación de Cristo, y de la gracia de Dios que nos lleva a la fe y nos asegura su perdón. Tercero, nadie debería suponer que su corazón o mensaje o ministerio no son como deberían ser debido al hecho de que no ven ningún éxito presente. Tal situación es un llamado a regresar a Dios para preguntarle si algo está mal (y algo podría estarlo). Pero la falta de éxito presente no significa necesariamente que algo en particular esté mal. El camino correcto puede ser simplemente perseverar en fidelidad, esperando que venga el momento en que Dios nos dé su bendición. Cuarto, la adoración personal: alabanza y devoción, debe ser el pilar de la vida y el ministerio cristianos. Estos pensamientos me son preciosos; me mantienen en oración, y por lo tanto me dan la fuerza para seguir adelante. Espero que sean preciosos para ustedes también, y que funcionen en ustedes de la misma manera.
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