La práctica de la piedad. Jerry Bridges

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Название La práctica de la piedad
Автор произведения Jerry Bridges
Жанр Философия
Серия
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9781629462769



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es el proceso de guardar la Palabra en nuestros corazones. Pero si el proceso de guardar la Escritura se refiere principalmente a la meditación, también es cierto que la memorización es el primer paso para la meditación. Meditar en la Palabra de Dios es ordenado en Josué 1:8 y es elogiado en el Salmo 1:2. Ambos versículos hablan de meditar de día y de noche, no solo mientras tenemos nuestro tiempo «devocional». Es imposible meditar en la Escritura día y noche sin algún tipo de memorización de la Escritura.

      En el capítulo 1 definimos la piedad como devoción a Dios que produce una vida agradable a Dios. Si tuviéramos que seleccionar un capítulo de la Biblia con una descripción de la fuerza que impulsa a la persona piadosa, probablemente sería el Salmo 119. En 174 de los 176 versículos, el escritor relaciona su vida con la Palabra de Dios y con el Dios detrás de esa Palabra. Todo el tiempo habla de Tus mandamientos, Tus estatutos, Tus juicios, Tus testimonios, etc. Para el salmista, la ley de Dios no eran las órdenes frías de alguna deidad distante sino la Palabra viva del Dios a Quien él amaba, buscaba y anhelaba agradar.

      Caminar con Dios implica comunión con Dios. Su Palabra es absolutamente necesaria y central para nuestra comunión con Él. Para agradar a Dios es necesario conocer Su voluntad —cómo quiere Él que vivamos, qué quiere que hagamos. Su Palabra es el único medio por el cual Él nos comunica esa voluntad. Es imposible practicar la piedad sin recibir de forma constante, consistente y balanceada la Palabra de Dios en nuestras vidas.

      Recibir la Palabra es el medio fundamental para practicar la piedad, pero no es el único medio. En el siguiente capítulo consideraremos cómo desarrollar la devoción a Dios. En capítulos posteriores consideraremos cómo crecer en algunos rasgos específicos del carácter piadoso, y veremos algunos pasos prácticos que podemos seguir en la práctica de la piedad.

      La esencia del ejercicio

      Pablo dijo: «Ejercítate para la piedad». Tú y yo somos responsables de ejercitarnos. Dependemos de Dios que nos capacita para hacerlo, pero nosotros somos responsables; no somos pasivos en este proceso. Nuestro objetivo en este proceso es la piedad —no ser más competentes en el ministerio, sino desarrollar una devoción centrada en Dios y un carácter semejante al de Dios. Ciertamente queremos ser competentes en el ministerio, pero a fin de ejercitarnos para la piedad queremos enfocarnos en nuestra relación con Dios.

      Ejercitarse para la piedad requiere compromiso, requiere la enseñanza del Espíritu Santo a través de Su Palabra y requiere práctica de nuestra parte. ¿Estamos preparados para aceptar nuestra responsabilidad y hacer el compromiso? Mientras sopesamos esa pregunta, recordemos que «la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera» (1 Timoteo 4:8) y «gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento» (6:6).

      Con todo mi corazón te he buscado;no me dejes desviarme de tus mandamientos. Salmo 119:10

      La Escritura define a los no creyentes como totalmente impíos. En su carta a los romanos, Pablo dice que ellos no tienen temor de Dios, son hostiles a Él, no están dispuestos a someterse a Su ley y son incapaces de agradarle. Esto es tan cierto del no creyente que lleva una vida moralmente recta como lo es del libertino más corrupto. El primero adora a un dios de su propia imaginación, no al Dios de la Biblia. Cuando este es confrontado con las demandas del Dios Soberano del universo, usualmente reacciona con mayor hostilidad que el incrédulo que vive abiertamente en pecado.

      En el momento de nuestra salvación, Dios a través de Su Espíritu Santo se encarga de este espíritu impío en nuestro interior. Él nos da un nuevo corazón y nos mueve a obedecerle, nos da un corazón sin doblez e inspira en nosotros temor a Él, y derrama Su amor en nuestros corazones de modo que empezamos a comprender Su amor por nosotros. Todo esto hace parte de las bendiciones del nuevo nacimiento, por eso podemos decir con seguridad que todos los cristianos poseen, al menos en forma embrionaria, una devoción a Dios básica. Es imposible ser cristiano y no tenerla. La obra del Espíritu Santo en la regeneración garantiza esto. Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para la vida y la piedad.

      Pero aunque todos los cristianos poseemos esta devoción a Dios básica como parte integral de nuestras vidas espirituales, nosotros tenemos que crecer en esta devoción a Dios. Debemos ejercitarnos para la piedad; debemos poner toda diligencia en añadir piedad a nuestra fe. Crecer en piedad es crecer tanto en nuestra devoción a Dios como en nuestra semejanza a Su carácter.

      En el capítulo 2 ilustramos la devoción a Dios con un triángulo en el cual las puntas representan el temor de Dios, el amor de Dios y el deseo de Dios. Crecer en nuestra devoción a Dios es crecer en cada una de estas tres áreas. Y así como ese triángulo tiene los tres lados iguales, también nosotros debemos buscar crecer equitativamente en todas estas áreas; de lo contrario nuestra devoción se vuelve desequilibrada.

      Buscar crecer en el temor de Dios, por ejemplo, sin crecer también en la comprensión de Su amor hace que empecemos a ver a Dios como alguien distante y austero. O buscar crecer en nuestra consciencia del amor de Dios sin crecer también en nuestra reverencia y admiración ante Él puede hacer que veamos a Dios como un Padre celestial permisivo e indulgente que no confronta nuestro pecado. Esta última perspectiva desequilibrada es la que predomina en nuestra sociedad actual. Por eso muchos cristianos están insistiendo en que se renueve el énfasis en la enseñanza bíblica del temor de Dios.

      Una característica crucial de nuestro crecimiento en la devoción piadosa, por tanto, debe ser una aproximación equilibrada a los tres elementos esenciales de la devoción: temor, amor y deseo. Otra característica crucial debe ser una dependencia vital del Espíritu Santo que produce este crecimiento. El principio del ministerio cristiano que Pablo declara en 1 Corintios 3:7: «ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento», es igual de válido como principio para el crecimiento en la piedad. Debemos plantar y regar a través de los medios que Dios nos ha dado, pero solo Dios puede hacer que la devoción piadosa aumente en nuestros corazones.

      Orando por crecimiento

      Nosotros expresamos que dependemos de Dios cuando oramos pidiéndole que nos haga crecer en nuestra devoción a Él. David oró: «Afirma mi corazón para que tema tu nombre» (Salmo 86:11). Pablo oró para que los cristianos efesios pudieran comprender la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo (cf. Efesios 3:16–19). Y David oró pidiendo que pudiera habitar en la casa del Señor para contemplar Su hermosura y buscarlo en Su templo (cf. Salmo 27:4). Cada una de estas oraciones es un reconocimiento de que el crecimiento en devoción a Dios proviene de Él.

      Si estamos comprometidos con la práctica de la piedad, eso se verá reflejado en nuestra vida de oración. Vamos a pedir regularmente a Dios que incremente nuestro temor de Él, que profundice nuestra comprensión de Su amor por nosotros y que aumente nuestro deseo de comunión con Él. Haríamos bien, por ejemplo, si ponemos los tres versículos mencionados arriba, o pasajes similares, en nuestra lista de peticiones de oración y oramos con ellos regularmente.

      Meditando en Dios

      Ya hemos discutido la importancia general de la Palabra de Dios para desarrollar la piedad. La Palabra también nos ayuda específicamente en las tres áreas de la devoción: el temor de Dios, el amor de Dios y el deseo de Dios.

      Si bien toda la Biblia debe instruirnos en el temor de Dios, yo he notado que ciertos pasajes me ayudan de manera especial a concentrar mi atención en la majestad y la santidad de Dios —los atributos particularmente apropiados para estimular en nuestros corazones el temor de Dios. Estos son algunos de los pasajes a los que vuelvo frecuentemente:

      • Isaías 6 y Apocalipsis 4 —la santidad de Dios

      • Isaías 40 —la grandeza de Dios

      • Salmo 139 —la omnisciencia y omnipresencia de Dios

      • Apocalipsis 1:10–17 y Apocalipsis 5 —la majestad de Cristo

      Menciono estas porciones de la Escritura solo como sugerencias. Quizá tú encuentres otras que son más