Название | La práctica de la piedad |
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Автор произведения | Jerry Bridges |
Жанр | Философия |
Серия | |
Издательство | Философия |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9781629462769 |
La piedad tiene un precio, y la piedad nunca está en descuento. Nunca se obtiene barata o fácilmente. El verbo ejercítate, que Pablo escogió deliberadamente, implica un esfuerzo perseverante, arduo y diligente. Él era muy consciente del compromiso total de esos atletas jóvenes para ganar una corona que no duraría. Y mientras pensaba en la corona que sí duraría —la piedad que para todo aprovecha, tanto en la vida presente como en la venidera— él alentaba a Timoteo, y nos alienta a nosotros hoy, a asumir el tipo de compromiso necesario para ejercitarnos para la piedad.
Aprendiendo de un maestro hábil
La segunda condición mínima para entrenar es un maestro o entrenador competente. Ningún atleta, independientemente de la habilidad natural que tenga, puede llegar a los Olímpicos sin un entrenador capacitado que le exija el estándar de excelencia más alto y que vea y corrija cada falla pequeña. De la misma forma, nosotros no podemos ejercitarnos para ser piadosos sin la enseñanza y el entrenamiento del Espíritu Santo. Él nos exige el estándar de excelencia espiritual más alto a medida que nos enseña, reprende, corrige y entrena. Pero Él nos enseña y nos entrena por medio de Su Palabra. Por tanto, tenemos que exponernos constantemente a la enseñanza de la Palabra de Dios si queremos crecer en la piedad.
En Tito 1:1 Pablo menciona «el conocimiento de la verdad que es según la piedad».9 No podemos crecer en la piedad sin el conocimiento de esta verdad. Esta verdad solo se encuentra en la Biblia, pero no es simplemente conocimiento académico de datos bíblicos; es el conocimiento espiritual impartido por el Espíritu Santo conforme Él aplica la verdad de Dios a nuestros corazones.
Hay un tipo de conocimiento religioso que de hecho es perjudicial para el ejercicio de la piedad. Es el conocimiento que envanece al llenarnos de orgullo espiritual. Los cristianos corintios tenían este tipo de conocimiento. Ellos sabían que un ídolo no era nada y que comer lo sacrificado a los ídolos era indiferente en términos espirituales. Pero ellos no entendían su responsabilidad de amar al hermano más débil. Solo el Espíritu Santo imparte ese tipo de conocimiento —el que conduce a la piedad.
Es posible ser muy ortodoxo en la doctrina y muy recto en el comportamiento y aun así no ser piadoso. Muchas personas son ortodoxas y rectas, pero no son devotas a Dios; son devotas a su ortodoxia y a sus estándares de conducta moral.
Solo el Espíritu Santo puede sacarnos de esas posiciones de falsa seguridad, por eso debemos acudir sinceramente a Él para que nos entrene, a fin de que crecer en la piedad. Debemos pasar mucho tiempo expuestos a Su Palabra, dado que es el medio que Él usa para enseñarnos. Pero esta exposición debe ir acompañada por un sentido de profunda humildad en cuanto a nuestra habilidad para aprender la verdad espiritual y un sentido de total dependencia de Su ministerio en nuestros corazones.
Práctica y más práctica
La tercera condición mínima en el proceso de entrenamiento es la práctica. La práctica es lo que pone el compromiso en movimiento y aplica la enseñanza del entrenador. La práctica, que desarrolla la habilidad, es lo que hace al atleta competitivo en su deporte. Y la práctica de la piedad es lo que nos permite llegar a ser cristianos piadosos. No hay un atajo para adquirir habilidad al nivel de los Olímpicos; no hay un atajo para la piedad. Es la fidelidad en usar día tras días los medios señalados por Dios y empleados por el Espíritu Santo lo que nos permitirá crecer en la piedad. Nosotros tenemos que practicar la piedad, así como el atleta practica su disciplina particular.
Tenemos que practicar el temor de Dios, por ejemplo, si queremos crecer en ese aspecto de la devoción a Dios. Si estamos de acuerdo con el pastor Martin en que los elementos esenciales del temor de Dios son conceptos correctos sobre Su carácter, un reconocimiento constante de Su presencia y una consciencia permanente de nuestra responsabilidad hacia Él, entonces tenemos que encargarnos de llenar nuestras mentes con las expresiones bíblicas de estas verdades y aplicarlas en nuestras vidas hasta que seamos transformados en personas temerosas de Dios.
Si llegamos a estar convencidos de que la humildad es un rasgo del carácter piadoso, entonces meditaremos frecuentemente en pasajes de la Escritura tales como Isaías 57:15 y 66:1–2, donde Dios mismo exalta la humildad. Oraremos sobre esos pasajes, pidiendo al Espíritu Santo que los aplique a nuestras vidas para hacernos verdaderamente humildes. Esta es la práctica de la piedad. No es ningún ejercicio etéreo. Es práctico, realista e incluso un poco incómodo a veces mientras el Espíritu Santo obra en nosotros. Pero siempre es gratificante a medida que vemos que el Espíritu Santo nos transforma más y más en personas piadosas.
Usando la Palabra de Dios
Es evidente que la Palabra de Dios desempeña un papel crucial para nuestro crecimiento en la piedad. De manera que, una parte importante de nuestra práctica de la piedad será el tiempo que pasamos en la Palabra de Dios. La forma en que invertimos ese tiempo varía según el método empleado. "Los Navegantes usan los cinco dedos de la mano como recordatorios de los cinco métodos para alimentarse de la Palabra de Dios: escuchar, leer, estudiar, memorizar y meditar. Estos métodos son importantes para la piedad y deben ser considerados uno por uno.
El método más común es escuchar la Palabra de Dios que nos enseñan nuestros pastores y maestros. Actualmente vivimos en una época en que este método tiende a ser menospreciado por muchos pues lo consideran poco efectivo para aprender la verdad espiritual. Esto es un grave error. El mismo Señor Jesucristo ha dado a Su iglesia personas dotadas para enseñarnos las verdades de Su Palabra, recordarnos las lecciones que somos dados a olvidar y exhortarnos a ser constantes en aplicarlas. Necesitamos prestar atención a aquellos que Él nos ha dado con este propósito.
Ninguno de nosotros llega a ser tan autosuficiente espiritualmente como para que no necesite escuchar la Palabra de Dios enseñada por otros. Y la mayoría de nosotros no tenemos la habilidad o el tiempo para inquirir por nosotros mismos «todo el consejo de Dios» (Hechos 20:27). Necesitamos sentarnos bajo la enseñanza frecuente de un hombre dotado por Dios y entrenado para exponer la Palabra de Dios.
Una de las razones por las que el escuchar la Palabra de Dios, no es algo suficientemente valorado, consiste en nuestra desobediencia a la enseñanza de Apocalipsis 1:3: «Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas». Muy a menudo escuchamos para ser entretenidos más que instruidos, para ser conmovidos emocionalmente más que movidos a la obediencia. Nosotros no guardamos en nuestros corazones lo que escuchamos ni lo aplicamos a nuestras vidas cotidianas.
Los cristianos de la actualidad no somos muy distintos a los judíos del tiempo de Ezequiel, de quienes Dios dijo: «Vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra» (Ezequiel 33:31). Dios luego le dice a Ezequiel que para su audiencia el profeta no es más que un cantor con una voz hermosa y que toca bien un instrumento. Los judíos venían a él en busca de entretenimiento, pues no tenían la intención de poner en práctica lo que escuchaban.
La forma de escuchar la Palabra que Dios aprueba es ilustrada con los cristianos de Berea, quienes «recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así» (Hechos 17:11). Ellos no escuchaban y olvidaban; no escuchaban solo para ser entretenidos. Ellos reconocían que había asuntos eternos en juego, así que escuchaban, estudiaban y aplicaban. Teniendo en cuenta que ellos probablemente no tenían copias personales de las Escrituras, el hecho de que estudiaran la enseñanza de Pablo es admirable. Es una reprensión para nosotros hoy, que escasamente recordamos lo que escuchamos en el sermón del domingo después de que cruzamos la puerta de la iglesia.
Ya hemos considerado brevemente la idea expresada en Tito 1:1 —que el conocimiento de la verdad es