Название | Añorantes de un país que no existía |
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Автор произведения | Salvador Albiñana Huerta |
Жанр | Документальная литература |
Серия | Oberta |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788491346685 |
Ana cruzó la frontera francesa el 8 de febrero por Le Perthus. Lo hizo en un coche del XIV Cuerpo de Ejército, acompañada de dos amigas, una de ellas, María, esposa de Antonio Buitrago:
El francés tiene un gran respeto a los burgueses –declaró en 1995, con una coquetería que nunca perdió–, y viendo que íbamos en un coche enorme y yo iba bien vestida –hábito que he procurado conservar–, no nos registraron. Lamento haberme deshecho de una pistola que llevaba. Pasé con ropa, algo de ropa de Antonio, y afortunadamente con todos mis papeles ya que los tenía en Barcelona, el título, el nombramiento, todo.
Fue a Perpiñán y, tras unos días en París, acogida por Mireille Tremoulié, esposa de Ilić, estuvo por un tiempo en la localidad de Saint-Jean-de-Vaux, en la Borgoña.
Deltoro dejó atrás la frontera unos días después.
Pasamos de una manera organizada el día trece, digo de una manera organizada porque los últimos días fueron de una desorganización completa, ya había desbandada. […] Los gendarmes nos indicaron el camino que debíamos seguir y en un retén de policía ya nos quitaron las armas. […] En aquel retén nos pusimos en plan teatral, formamos y cantamos el himno de Guerrilleros, que era el Partisan: «Por llanuras y montañas guerrilleros rojos van, los mejores luchadores del campo y la ciudad…».
La escena, tras la que iniciaron el camino hacia el campo de concentración, tuvo lugar en Le Boulou, donde Deltoro se tropezó con un aturdido y abatido Carl Einstein, notable ensayista y crítico de arte a quien había conocido en Valencia en 1937. Detenido y puesto en libertad, Einstein, angustiado por el avance alemán, se suicidó cerca de Pau un año después de este fugaz encuentro.45
Tras cinco días de laberínticas caminatas llegaron al campo de Saint-Cyprien, playa de enorme extensión acotada por una larga alambrada entre la arena y la orilla del mar, que reunió a cerca de 90.000 refugiados. «Hay escritas toneladas sobre los campos de concentración. Cada uno tiene su campo de concentración y su paso de la frontera con todas sus cosas personales», le decía a Perujo, al referir aquellos miserables días de hambre, frío y enfermedades. Un tanto oculto tras el pseudónimo de cabo Antonio de la Vargas Machuca –la militancia comunista debió de aconsejarlo–, Deltoro estuvo en Saint-Cyprien entre finales de febrero y abril, momento en el que, junto con su grupo y restos del Ejército del Ebro, pasó al cercano campo de Barcarès. Allí recibió alguna carta de Ana con noticias sobre la creación en París de la Junta de Cultura Española y la organización de embarques con destino a México.46
A través de Ana -que se entrevistó en París con Quiroga Pla y Giner Pantoja, miembros de la Junta- el Comité francés de Ayuda a los Intelectuales españoles, que dirigía Jean Cassou, localizó y pudo sacar a Deltoro de Barcarès. Debió ser mediado junio y le fue a recoger el escritor Vladimir Pozner, miembro de la AEAR, que le condujo a Perpiñán y a Narbona, a un Centro de Acogida atendido por el Comité Británico de Ayuda a España. Allí, 18 de julio, pudieron reunirse Ana y Antonio. Alguna foto les muestra felices por el reencuentro. Ya no se separarían. De los días de Narbona, Deltoro traza otra de sus pequeñas galerías de raros con el extravagante y pintoresco director de cine Francisco Camacho, el poeta valencianista Puig Espert –febrilmente prendado de Maruja Camarena, una modelo de los carteles taurinos de Ruano Llopis– y sobre todo con el médico Pedro Vallina, figura notable del activismo anarquista español, a quien evoca con veneración. «Me hizo feliz durante mi estancia en Narbona», declaraba. Aquellos días fueron un dolce far niente, con paseos, pláticas y lecturas. Entre ellas, La Veillée à Benicarlo, versión francesa de la obra de Manual Azaña, publicada en París en agosto de 1939. Esta reflexión sobre la guerra, escrita en abril de 1937, les indignó, una actitud acorde con la severa e injusta condena de Azaña que había lanzado Dolores Ibárruri en París, en marzo de 1939.
El inicio de la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1939, creó una grave situación económica en el Centro: «El Comité británico que entregaba dinero para el refugio –recordó Martínez Iborra– dejó de hacerlo y nosotros contribuimos con la vendimia». Por un tiempo los más jóvenes trabajaron para un acomodado vigneron y colaboraron al mantenimiento, pero nada se logró. El Centro debió de cerrarse a lo largo del mes de noviembre. Fue entonces cuando Ana y Antonio Deltoro se trasladaron a París, donde residieron hasta enero de 1940. Allí recibieron alguna ayuda económica de la familia de Ana y la noticia de que su hermano Manuel se encontraba en la cárcel.
Todavía desde Narbona, Deltoro había escrito a Juan Larrea –secretario de la Junta de Cultura– interesándose por su salida a México, pero –ausente Larrea, de camino a Nueva York– fue Giner Pantoja quien le contestó el 28 de octubre, ofreciéndose a gestionar su viaje a Chile, «ya que México –le precisaba– ha cerrado por ahora sus puertas». Por entonces estaba reciente el atraque en el puerto chileno de Valparaíso del Winnipeg, un carguero remozado por el SERE, que abría la expectativa de otras travesías al país sudamericano. También por entonces México había suspendido los embarques. El comienzo de la Segunda Guerra Mundial, los problemas de integración de los primeros refugiados –llegados a Veracruz en junio y julio de 1939– y los conflictos entre prietistas y negrinistas, explican la actitud del Gobierno de Cárdenas, que finalmente levantó la prohibición en junio de 1940.47
Dijeron que había una lista de intelectuales para salir de Francia y venir a México –declaró Martínez Iborra a Francisca Perujo en 1995– y no sé cómo se extravió el pasaporte…, que si estaba en Burdeos, o no sé dónde, pero el caso es que nosotros no pudimos salir ni en el Sinaia ni en ninguno de los posteriores. Y no había más opción que ir a Santo Domingo.
Ana y Antonio achacaron ese inesperado cambio a errores burocráticos en el consulado de Burdeos, pero debieron de ser más determinantes la interrupción de los embarques a México y la creciente amenaza alemana.
Ciertamente, a finales de enero de 1940, José Ignacio Mantecón –secretario general del SERE– recibió un oficio de Fernando Gamboa, de la Legación de México en Francia, notificándole que, a petición de la Junta de Cultura Española, México admitía la llegada de un grupo de treinta intelectuales, entre los que se encontraba Deltoro; pero ese escrito no debió de tener efecto alguno. Por lo demás, el oficio de Gamboa se solapó seguramente con la salida a Santo Domingo.48
Fue Emili Gómez Nadal, en un encuentro algo tenso en las oficinas del SERE, quien comunicó a Deltoro y a Martínez Iborra que el único destino en ese momento era la República Dominicana. «I em veig arribar, entre altres, Deltoro i la muller […]», recordó en 1980 en la entrevista con Manuel Aznar Soler y Francesc Pérez Moragón.
Era després de la ruptura de la famosa bretxa de Sedan i els alemanys estaven a divuit dies en París. Hi havia un barco en Vernon, al costat de Burdeus, i el SERE […] va dir: s’han acabat els cupos. Tot el que siga comunista, prioritari. Que no s’arrisquen més. I us hem fet vindre per anarvos-en. Ara, aneu a Santo Domingo. I em contesta [Deltoro]: «¿I México? Que tenemos todos los amigos y no sé qué…». Dic: «Escolta […] Si vas a Santo Domingo, des d’allí està molt prop. […] Del que es tracta ara és d’eixir de París».
La entrevista debió tener lugar a comienzos de enero de 1940, durante la inquietante calma de la llamada drôle de guerre, cuando la amenaza del avance alemán no ofrecía dudas. La decisión pudo contrariarles, pero, admitía Deltoro: «Yo no quería pasar otra guerra».49
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Por un error burocrático nos tiramos año y pico en Santo Domingo, cosa que a mí no me desagrada porque fue otra experiencia más, una experiencia estupenda por la edad que teníamos. […] para nosotros fue un sainete tragicómico