Название | Horizontes culturales de la historia del arte: aportes para una acción compartida en Colombia |
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Автор произведения | Diego Salcedo Fidalgo |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789587252330 |
CUARTA PARTE
Espacio, tiempo y memoria
La violencia del estante: memoria e historiografía del arte en Colombia Carlos Rojas Cocoma
Prácticas funerarias y formas de la memoria en el Cementerio Central de Bogotá Daniel García Roldán
Fracasos de patrimonialización en un contexto multicultural. Regímenes de historicidad, autorrepresentación y arte entre los embera katío Anne-Marie Losonczy
El espectador como víctima: encuentros (in)directos con el trauma y la memoria Jairo Enrique Salazar Chaparro
APÉNDICE
Presas de Diana: mito, imagen y creación Mariana Dicker Molano
SOBRE LOS AUTORES
Nota de la Editorial: las obras citadas en este capítulo no han sido accesibles para su reproducción en esta obra académica por no obtener respuesta a las solicitudes de autorización de imagen o por una respuesta negativa a los permisos. Sin embargo, algunas cuentan con las respectivas autorizaciones, y dichas imágenes se reproducen aquí, y por lo menos el lector encontrará una referencia a la fuente en la cual puede consultar varias de las obras.
Hoy iniciamos un diálogo que indaga sobre el cómo y el para quién de la Historia del Arte. Con la apertura de la Maestría en Estética e Historia del Arte en el año 2009, la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano ha liderado un proceso académico para que esta disciplina, nueva en Colombia y que cuenta con un objeto autónomo de estudio, sea reconocida. Hoy, afortunadamente estamos menos solos en este reto. Gracias a la apertura de nuestro pregrado en Historia del Arte en el año 2013, junto con la Universidad de los Andes ya somos dos las instituciones que hemos apoyado su cultivo.
No sé si yerre al afirmar que la historia es ante todo una disciplina de la integración, un espacio en el cual confluyen los aportes metodológicos de varias ciencias. Quizá incluso con esta afirmación peque de ingenuo al recordar que, si bien la historia sólo encuentra su asiento en las universidades hasta bien entrado el siglo XVIII, es tan antigua como los relatos de Herodoto, los cuales no tenían otro propósito que el de articular sentido en el presente para no olvidar las gestas del pasado.
El objeto de la historia no es otro que el de esclarecer en el presente el sentido de los acontecimientos pretéritos. Gracias a ella, los seres humanos también pueden encontrar diferentes formas para otorgar sentido a su vida en el futuro. Ya desde la época de Aristóteles existía suficiente claridad acerca de la diferencia de este tipo de indagación científica sobre el pasado frente a las búsquedas propias de las ciencias naturales, por una parte, y de las artes, por la otra. La historia, a diferencia de la física y de las demás ciencias naturales, se ocupa de eventos singulares, casi únicos. Mientras que los eventos físicos, como el movimiento de los astros o la caída de los cuerpos, se repiten, presentan regularidades, son necesarios y, por ende, altamente predecibles; y los eventos biológicos, constituidos por procesos cíclicos, son menos predecibles, tales como el nacimiento, el crecimiento, la reproducción, el envejecimiento y la muerte, los hechos históricos muestran singularidades y, a pesar de sus parecidos, no se dejan encasillar en ciclos, como algunos historiadores nos han hecho creer. En términos lógicos, los eventos históricos no son necesarios ni tampoco imposibles. Por esa razón, son altamente impredecibles.
Adicionalmente, la historia se diferencia de la literatura, en la medida en que no está permitida la licencia de la ficción. Por estas circunstancias particulares, los hechos históricos deben abordarse con estrategias metodológicas diferentes a las de la física, a las de la biología o las de la literatura, para que la ciencia de la historia se adecue a su objeto de estudio.
En un pasaje del libro sobre la interpretación (De interpretatione 18b), en el cual Aristóteles discute el principio de bivalencia de la lógica, es decir, que las proposiciones son verdaderas o falsas, se enfrenta con dos asuntos que ponen en duda dicho principio. Por un lado, el carácter impredecible de los hechos históricos y, por otro lado, el reconocimiento de que algunos de los actos humanos son libres. Si se supone, como nos plantea Aristóteles, que mañana no se librará una batalla naval, entonces era cierto ayer que no tenía sentido combatirla. Si algo no será el caso, entonces no es posible que hoy sea el caso. No hay azar, cuando mañana algo es y no es. Pero, además del azar, ni los acontecimientos históricos, ni la voluntad libre que se exige para algunas de nuestras acciones, caben en esta disyuntiva que exige la lógica. No por ello Aristóteles sacrifica la comprensibilidad de los hechos históricos ni la libertad humana y propone una solución a la paradoja, consistente en indicar la imposibilidad de ambas opciones mañana. Si una opción resulta verdadera, la otra es falsa. Para mantener el principio de bivalencia en la lógica, Aristóteles indica que los eventos impredecibles como los hechos históricos y los de la voluntad de un ser racional no son posibles o imposibles, sino que son contingentes. Todo esto viene a colación, por cuanto ya desde Aristóteles existía la preocupación sobre el estatus epistemológico de la historia frente a otras ciencias, sin tener que sacrificar el carácter singular y altamente impredecible de los fenómenos históricos.
En la historia del arte se reproducen hasta nuestros días algunas disputas sobre las características de la historia como episteme de los hechos singulares, casi únicos, en los términos de Aristóteles, sobre las cuales no pretendo incursionar ahora. Tan sólo constato que vivimos en una época en la cual, además de aprovechar la distancia crítica que nos dejan las lecturas de los viejos maestros, presenciamos un debate con aproximaciones novedosas. Ambas lecturas deben ser objeto de formación del historiador. En el último siglo hemos sido testigos de varias revoluciones en la manera de entender la historia del arte y su más reciente aproximación para buscar en la vecindad de la estética un intersticio de interlocución. Son nuevas maneras que nos permiten acceder a las obras de arte, y a la vez, reflexiones que han alimentado el ingenio humano para convertirlas en obras. La historia del arte no sólo tiene la función de registrar el acontecimiento de la obra de arte como gesta del pasado, sino que hoy en día también ofrece la posibilidad de exploración para la creatividad del genio artístico capaz de plasmar sus pensamientos en nuevas obras. Sin embargo, alguien podrá preguntarse y, con razón, cómo se articula esta meditación en un país como Colombia, el cual con un retraso de décadas, por no decir de un siglo, apenas incursiona en la historia del arte. La doble tarea del historiador del arte no sólo está en registrar y documentar para evitar el olvido y la destrucción, sino que además está en el compromiso con la construcción de sentido para el futuro. En Colombia la historia del arte desempeña un papel clave en la configuración de tejido social. Por eso, su presencia es cada vez más notoria en actividades pedagógicas de la educación básica, media y superior universitaria. Pero, además, con los vientos de paz que soplan en la actualidad, la historia del arte está llamada a actuar en la etapa de posconflicto.
Para cumplir con los propósitos en la formación del historiador del arte se requiere un sólido conocimiento de las teorías que configuran la disciplina y los debates que la jalonan. El historiador del arte: 1) debe contar con las herramientas conceptuales para el registro; 2) debe ser capaz de determinar la configuración formal de las obras de nuestro entorno que somete a escrutinio; 3) debe explicitar las coordenadas espacio-temporales que le permitan determinar el contexto en el que las obras se produjeron; 4) debe estar en condiciones de discutir el problema de la recepción;