Название | El Cristo del camino |
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Автор произведения | Patricia Adrianzén de Vergara |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789972849466 |
El cuarto camino lo retornó a Nazaret, donde vivió el resto de su infancia y su juventud. Allí se identificó plenamente con la gente sencilla, fue un artesano más. Aprendió el oficio de carpintero, vivió en familia, y supo lo que significa ser un hijo del pueblo.
Entonces llegó el momento de cambiar de rumbo, y Jesús tomó el camino que lo llevó al río Jordán para ser bautizado antes de iniciar su ministerio. Quiso identificarse plenamente con los pecadores, aunque en él nunca hubo pecado.
Después de bautizado eligió el camino hacia el desierto, donde fue tentado para aprender a compadecerse de los seres humanos y llegar a ser su sacerdote ante el Padre. Fue en ese desierto donde tuvo su primera gran victoria sobre el Enemigo de este mundo.
Durante tres años Jesús recorrió los caminos de esta tierra para acercarse tanto a humildes pescadores como a cobradores de impuestos. Fue llamado “amigo de pecadores”.[1] Nos enseñó con su ejemplo que mayor es el que sirve, y que las jerarquías no son de su agrado.
Caminó de aldea en aldea sanando enfermos, alimentando hambrientos, liberando endemoniados, resucitando muertos. Caminó buscando a los pobres y necesitados, a los que ya no tenían esperanza, a los marginados. Abrió un camino para la fe en medio de una tempestad. Perfiló un camino de asombros a orillas del mar de Galilea en la concurrida ciudad de Capernaúm, donde hizo tantos milagros. Tomó también el camino hacia el monte de la transfiguración donde mostró su gloria a los ojos humanos.
¡Y qué decir del conmovedor camino de Galilea a Jerusalén, para morir! El camino de la cruz, que aceptó voluntariamente para darnos redención, para abrirnos el camino de reconciliación con el Padre. Dio su vida por sus amigos. Conoció el camino del calvario, que recorrió agonizante, maltratado, llevado al matadero como oveja sin abrir su boca,[2] hasta ser clavado en esa cruz, donde derramó su sangre hasta la muerte.
Y cuando se pensó que todo terminaba allí, en una tumba, ¡resucitó! Jesús se levantó de los muertos. Y tomó el camino a Emaús, dándose tiempo para acompañar a dos de sus discípulos que se hundían en la desesperanza. Doce kilómetros, casi tres horas a pie, que él aprovechó para recordarles las Escrituras y explicarles que ya estaba escrito todo aquello que había de suceder.
El último camino contemplado por ojos tan humanos como los nuestros fue ¡de la tierra al cielo! Otro misterio. Pero antes de partir dejó bien trazado el camino que nos propone seguir, el camino del reino de Dios como una nueva forma de mirar la vida, de mirarnos a nosotros mismos y a los demás desde la perspectiva celestial. Nos reveló que su reino no era de este mundo. Pero demostró que era el único camino viable para la reconciliación de Dios con la humanidad. Y de la humanidad consigo misma.
Te invito a seguir las huellas del Maestro. Si en estas páginas escuchas su voz diciéndote “Sígueme”, no dudes en aceptar esa invitación. Solo así comprobarás que Él es el camino.
Capítulo 1
UN LEVE GEMIDO
El gemido de Jesús no quedó suspendido en el aire. El viento de Nazaret lo impulsó hacia la ventana de la casa, donde María acunaba al menor de sus hijos. Inmediatamente reconoció esa voz, inconfundible. Sin duda algo había sucedido en el taller donde su esposo y el niño practicaban la carpintería. Su corazón latió más de prisa, dejó al bebé en la cuna al cuidado de su segundo hijo de tan sólo cinco años y fue en busca de su primogénito. Lo encontró sentado en las piernas de su padre, quien sostenía su mano. Jesús se había hecho una herida con un clavo, mientras intentaba cepillar una de las maderas. La sangre manaba del corte, pero al ver a su madre el niño valientemente intentó retener sus lágrimas.
—¿Qué sucedió, mi amor? Déjame ver, voy a curarte.
Jesús extendió su mano.
—Gracias a Dios no es muy profunda la herida —dijo José—. Pudo haber sido peor. No se dio cuenta que la punta de un clavo sobresalía por debajo de la madera y se hizo un raspón muy grande.
—Ven pequeño, te lavaré la herida —ordenó María tiernamente.
Jesús salió del taller tomado de la mano de su madre. José observó que camino a la casa ella jugueteaba como siempre con los cabellos de su hijo y este parecía haber olvidado el dolor. ¡Había una comunicación tan fluida entre ellos!... algo así como un pacto secreto entre madre e hijo que en ocasiones le hizo sentir algo de celos. Él también amaba profundamente a Jesús, pero en el fondo de su corazón sentía que no era tan suyo como de María. Desvió su mirada hacia el trozo de madera manchado con la sangre del niño. Un sentimiento de ternura lo invadió... Jesús tenía solamente ocho años, sin embargo, había elegido pasar la mayor parte de la mañana aprendiendo en el taller en lugar de jugar con sus amiguitos. Como premio a su dedicación, José diseñó varios juguetes de madera para el niño; se sentía realmente orgulloso de él. ¡Estaba seguro de que llegaría a ser un gran carpintero! Cogió un trapo y limpió las huellas de la sangre de su hijo. De pronto reaccionó, Jesús no había nacido para ser carpintero. Recordó las palabras de ángel: “... porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.[3] Sin entender por qué, un presentimiento hizo que relacionara la solemnidad de la misión de su hijo con esas manchas rojas que se impregnaron en la madera.
Capítulo 2
EN FAMILIA
Durante la cena José observó el comportamiento de los tres hijos que Dios les había dado hasta el momento.[4] Jesús ensayaba el uso de la mano izquierda para comer, pues tenía vendada la mano derecha. Le sorprendió que el niño no se quejara más ni renunciara a volver al taller al día siguiente.
—Mira papá —le dijo—, ¡qué gracioso es hacer todo con la izquierda, me demoro más!
¡Era tan alegre!
Jacobo no quería comer. Su madre había intentado de todo mientras daba de lactar al más pequeño. Jacobo siempre había sido más inquieto, no duraba mucho tiempo sentado a la mesa. Pero fue Jesús quien se levantó en esa ocasión sin terminar sus alimentos. José y María se miraron, tal vez había perdido el apetito. Pero a los pocos minutos regresó con dos de sus juguetes nuevos que apenas podía sostener con su mano izquierda. Los puso al lado de Jacobo, su hermanito menor. La madre entendió el mensaje. Jacobo se distrajo con los juguetes y ella pudo llenarle la boca con el alimento.
José recibió al bebé en sus brazos para que María continuara su labor con Jacobo. Miró una vez más a su primogénito, que había regresado a su lugar en la mesa. El tiempo había pasado tan rápido. Pensó que hacía solamente unos años Jesús era el que estaba envuelto en pañales lactando del pecho de María. Recordó la noche de su nacimiento, con cuánto temor y reverencia lo cargó la primera vez. El anuncio del ángel lo había atemorizado. ¿Cómo ser un padre para el hijo de Dios? ¿Cómo sería ese niño? ¿Cómo debía tratar al salvador del mundo? ¿Por qué Dios había permitido que naciera de una forma tan humilde? ¿Por qué no hubo para ellos lugar en el mesón?
Jamás olvidaría la angustia que vivió buscando un lugar para el alumbramiento. Parecía una pesadilla, después de un viaje tan largo, María con los dolores, y él desesperado por hallar un lugar limpio y cómodo. ¡Terminaron en un establo! Eso no fue justo para Jesús. Su primera cuna un pesebre, un comedero de animales, como si el bebé fuera un alimento para las bestias. No, no entendía nada. Pero entonces llegaron los pastores, con esa noticia maravillosa de un coro celestial que confirmaba que había nacido el salvador del mundo. Venían a adorarle, sabían dónde encontrarlos porque habían recibido el anuncio angelical. Él los hizo pasar, les mostró al niño envuelto en pañales. En ese momento entendió que Dios, en su soberanía, había elegido esa forma para venir al mundo. Y que él tendría que asumir