Название | El Espíritu Santo |
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Автор произведения | A. W. Pink |
Жанр | Философия |
Серия | |
Издательство | Философия |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9781629462936 |
En segundo lugar, «y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos» (Hechos 2:3), es decir, sobre los Doce, y solo sobre ellos. La prueba de esto es contundente. Primero, fue solo a los Apóstoles a quienes el Señor les habló en Lucas 24:49. Segundo, solo a ellos, por el Espíritu, les dio mandamientos después de Su resurrección (Hechos 1:2). Tercero, solo a ellos les dio la promesa de Hechos 1:8. Cuarto, al final de Hechos 1 leemos, «(Matías) fue contado con los once Apóstoles». Hechos 2 comienza con «Cuando» conectándolo con 1:26 y dice, «(los Doce) estaban todos unánimes juntos» y el Espíritu ahora «se asentó» sobre ellos (Hechos 2:3). Quinto, cuando la multitud asombrada se reunió, exclamaron: «¿no son galileos todos estos que hablan?» (Hechos 2: 7), ¡es decir, los «hombres (en griego, «varones») de Galilea» de 1:11! En sexto lugar, en Hechos 2:14-15, leemos: «Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque éstos no están ebrios», ¡la palabra «éstos» sólo puede referirse a los «once» que están de pie con Pedro!
Estas «lenguas repartidas, como de fuego» que descendieron sobre los Apóstoles fue la señal individual, la credencial divina de que eran los embajadores autorizados del Cordero entronizado. El bautismo del Espíritu Santo fue un bautismo de fuego. «‘Nuestro Dios es fuego consumidor’. La señal elegida de Su presencia es el fuego apagado de la tierra, y el símbolo elegido de Su aprobación es la llama sagrada: el pacto y el sacrificio, el santuario y la dispensación fueron santificados y aprobados por el descenso del fuego. ‘Él Dios que respondiere por medio de fuego, ése sea Dios’ (1 Reyes 18:24). Esa es la prueba final y universal de la Deidad. Jesucristo vino a traer fuego sobre la tierra. El símbolo del cristianismo no es una Cruz, sino una Lengua de Fuego» (Samuel Chadwick).
En tercer lugar, los apóstoles, hablando «en otras lenguas» fue la señal pública. 1 Corintios 14:22 declara que «las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos», y como lo muestra claramente el versículo anterior (donde se cita Isaías 28:11), eran una señal para el Israel incrédulo. Una ilustración sorprendente y una prueba de esto se encuentra en Hechos 11, donde Pedro trató de convencer a sus hermanos escépticos en Jerusalén de que la gracia de Dios fluía ahora hacia los gentiles: fue su descripción del descenso del Espíritu Santo sobre Cornelio y su casa (Hechos 11:15-18 y10:45-46) que los convenció. Es muy significativo que el tipo pentecostal de Levítico 23:22 dividía la cosecha en tres grados y etapas: la «cosecha» o parte principal, correspondiente a Hechos 2 en Jerusalén; las «esquinas del campo» correspondientes a Hechos 10 en «Cesarea de Filipo», que estaba en la esquina de Palestina; ¡y el «espigar» para «el extranjero» correspondiente a Hechos 19 en Éfeso gentil! Estas fueron las únicas tres ocasiones de «lenguas» registradas en Hechos.
Es bien sabido por algunos de nuestros lectores que durante la última generación, muchas almas fervientes han sido profundamente ejercitadas por lo que se conoce como «el movimiento pentecostal», y con frecuencia se plantea la pregunta de si el extraño poder desplegado en sus reuniones, emitiendo sonidos ininteligibles llamados «lenguas», es el don genuino del Espíritu. Aquellos que se han unido al movimiento, algunos de ellos almas piadosas, creemos, insisten en que no solo el don es genuino, sino que es deber de todos los cristianos buscarlo. Pero seguramente los tales parecen pasar por alto el hecho de que no era una «lengua desconocida» la que hablaban los Apóstoles: los extranjeros que las oían no tenían dificultad en comprender lo que se decía (Hechos 2:8).
Si lo que se acaba de decir no es suficiente, entonces apelemos a 2 Timoteo 3:16-17. Dios ahora nos ha revelado completamente Su mente: ¡todo lo que necesitamos para «prepararnos enteramente» para «toda buena obra» ya está en nuestras manos! Personalmente, el escritor no se tomaría la molestia de entrar en la habitación contigua para escuchar a cualquier persona dar un mensaje que, según él, fue inspirado por el Espíritu Santo; con las Escrituras completas en nuestra posesión, no se requiere nada más excepto que el Espíritu las interprete y aplique. Debe observarse también debidamente que no hay una sola exhortación en todas las epístolas del Nuevo Testamento que los santos deben buscar «un nuevo Pentecostés», no, ni siquiera a los corintios carnales o los gálatas legalistas.
Como muestra de lo que creían los primeros «padres» citamos lo siguiente: «Agustín dijo: ‘Los milagros fueron necesarios para que el mundo creyera en el Evangelio, pero el que ahora busca una señal para creer es una rareza, sí, un monstruo’. Crisóstomo concluye sobre las mismas bases que, ‘No hay ahora en la Iglesia ninguna necesidad de hacer milagros’, y llama ‘un falso profeta’ a quien ahora se encarga de hacerlos» (De W. Perkins, 1604).
En Hechos 2:16 encontramos que Pedro fue impulsado por Dios a dar una explicación general de las grandes maravillas que acababan de suceder. Jerusalén estaba, en este momento de la fiesta, llena de una gran concurrencia de gente. El repentino sonido del cielo «como de un viento recio que soplaba», llenando la casa donde los Apóstoles estaban reunidos, pronto atrajo allí a una multitud de personas; y cuando, asombrados, escucharon a los apóstoles hablar en sus propios y variados idiomas, preguntaron: «¿Qué quiere decir esto?» (Hechos 2:12). Pedro luego declaró: «Mas esto es lo dicho por el profeta Joel». La profecía dada por Joel (2:28-32) ahora comenzó a recibir su cumplimiento, la última parte creemos debe entenderse simbólicamente.
¿Y cuál es el efecto de todo esto sobre nosotros hoy? Responderemos en una sola frase: el advenimiento del Espíritu siguió a la exaltación de Cristo: si entonces deseamos emplear más del poder y la bendición del Espíritu, debemos darle a Cristo el trono de nuestro corazón y coronarlo como el Señor de nuestras vidas.
Habiendo insistido en los aspectos doctrinales y dispensacionales de nuestro tema, a continuación esperamos tomar las orientaciones «prácticas» y «experimentales» del mismo.
Es un gran error suponer que las obras del Espíritu son todas de un mismo tipo, o que Sus operaciones conservan una igualdad en cuanto a su grado. Insistir en que lo son sería atribuir menos libertad a la Tercera Persona de la Deidad de la que disfrutan y ejercen los hombres. Hay variedad en las actividades de todos los agentes voluntarios: incluso los seres humanos no están confinados a un solo tipo de trabajo, ni a la producción del mismo tipo de efectos; y cuando así lo planean, los moderan en grados de acuerdo con su poder y placer. Mucho más lo es con el Espíritu Santo. La naturaleza y el tipo de Sus obras están reguladas por Su propia voluntad y propósito. Algunas las ejecuta con el toque de Su dedo (por así decirlo), en otras extiende Su mano, mientras que en otras (como en el día de Pentecostés) desnuda su brazo. Él obra no por necesidad de Su naturaleza, sino únicamente según el placer de Su voluntad (1 Corintios 12:11).
Muchas de las obras del Espíritu, aunque perfectas en su género y cumpliendo plenamente su diseño, son obra de Él sobre y dentro de los hombres que, sin embargo, no son salvos. «El Espíritu Santo está presente en muchos en cuanto a operaciones poderosas, con quienes Él no está presente como en una habitación de gracia. O muchos son hechos partícipes de Él en Sus dones espirituales, quienes no son hechos participes de Él en Su gracia salvadora: Mateo 7:22-23» (John Owen sobre Hebreos 6:4). La luz que Dios proporciona a las diferentes almas varía considerablemente, tanto en clase como en grado. Tampoco debería sorprendernos esto en vista del panorama del mundo natural: cuán grande es la diferencia entre el brillo de las estrellas del resplandor