Название | Nosotros no estamos acá |
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Автор произведения | Jorge Rojas |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789563248753 |
La situación en el campamento es crítica. Además de las carpas, la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) ha montado albergues y ha establecido un sistema de vales de comida para los más necesitados, una ayuda que pareciera ser imposible de focalizar porque todos allí arrastran precariedades que bordean la miseria. Muchos están sin dinero hace semanas, casi en estado de vagancia, y si bien algunos como Alexánder llegaron a Tacna en bus, otros lo han hecho caminando desde Venezuela. Convertidos en trashumantes. Así de literal.
Alexánder observa el paisaje sin decir nada. Le presento a Jessica Vivas, una venezolana que lleva dos semanas organizando una fila para que se respeten los turnos de llegada. “La guardiana del consulado”, le dicen. Ella le explica que los únicos que están ingresando son los que tienen pasaporte vigente, la solicitud de visa hecha por internet y el certificado de antecedentes limpio. Le cuenta, además, que hay una lista de al menos 600 personas anotadas, cada una con una pulsera que ellos mismos mandaron a hacer, para darle un orden a lo que hasta fines de junio era una masa de humanos abrazados día y noche, como un ferrocarril, para que ningún recién llegado se colara en la fila.
Desde entonces, se elige a alrededor de 50 personas al día para ingresar al consulado a exponer su situación, priorizando a las embarazadas y a los adultos mayores. Jessica le dice a Alexánder que hay una joven censando a los que tienen cédula vigente, que sería su caso, y que está disponible un tercer registro para aquellos que salieron de Venezuela con los documentos vencidos. Nadie allí les ha dado esperanzas a estos dos grupos, pero de forma autónoma se han comenzado a organizar. Al menos, creen, la trazabilidad servirá para graficar la magnitud de la crisis humanitaria que está en ciernes.
Alexánder no está anotado en ningún registro. Dice que esta mañana entró al consulado enredado en un lote de una familia que conoció, como si fuese un pariente más, y que un funcionario chileno le confirmó lo que temía: que no podía tramitar la visa sin su pasaporte. Jessica lo mira con las cejas fruncidas. No cree que Alexánder haya entrado. La verdad es que yo tampoco. Hay venezolanos allí que llevan casi dos meses esperando hacer lo que él supuestamente concretó en un día. No digo que en todo este tiempo nadie se haya pasado de listo, pero sí que, al estar rodeado de personas cansadas de esperar, es una misión suicida. Puedo asegurar, más bien, que al ver el panorama Alexánder se ha ido convenciendo de que no vale la pena postular a la visa y se ha decidido a cruzar por un paso no habilitado.
En las dos horas que lleva parado frente a la reja ha visto cómo algunos venezolanos, con pulseras y pasaporte vigente, han salido llorando porque les faltan papeles, entre ellos, por ejemplo, el certificado de antecedentes peruano, necesario para acreditar que mientras han estando en tránsito no han cometido ningún delito. Esa es otra piedra en el camino para él. Tal vez, la lápida para su ingreso regular. Hace tres días cruzó a Perú por un paso no habilitado, de manera que ni siquiera existe un registro oficial de que él, en este momento, está en Tacna.
Le cuento que esta mañana Fernando me ha mandado un mensaje y me responde que ya sabe que me ha pedido 180 dólares (122.000 pesos). Me explica que él está financiando el viaje y que ya se ha gastado 100.000 pesos que tenía ahorrados por su trabajo en Chile y 50.000 pesos más que le pidió a un amigo. Con eso pagaron el pasaje en bus desde Cúcuta a Lima, incluidas las comidas, en una agencia llamada Trayectos Andinos.
La compañía tiene un perfil en Facebook. Las últimas fotos que publicaron son de hace un mes y medio. Allí publicitaban sus viajes a Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Argentina. El servicio incluye un kit de aseo, un refrigerio, un almuerzo en el trayecto y una ducha en una de las paradas. En una de las imágenes se ven dos bandejas con comida, en un bus que tiene hasta pantallas individuales en cada asiento para ver películas o escuchar música. Lo más parecido a un avión, pero en la tierra. También hay un listado de precios: Colombia, 30 dólares; Ecuador, 120; Perú, 250; Chile, 370, y Argentina, 540. La tarifa contempla todos los gastos que se realizan para trasladar a un venezolano a otro país, algo así como el “valor CIF” de la migración, aunque acá no necesariamente hay seguridad de que se cumplirá con lo pactado. Para algunos, como Trayectos Andinos, el éxodo de venezolanos se ha convertido en una oportunidad económica. En Cúcuta, agencias como estas son negocios millonarios, a veces al borde de la legalidad y la estafa.
Alexánder describe cada uno de los tramos de su viaje hasta Tacna. Partió por el puente Simón Bolívar, sobre el río Táchira,17 uno de los pasos fronterizos más transitados entre Colombia y Venezuela, y símbolo de la emergencia humanitaria. El 7 de julio, allí, comenzó su viaje al sur de Latinoamérica, caminando en medio de un caudal humano. Se le vienen varias imágenes a la cabeza: el policía revisando su carnet migratorio, hombres con carretillas llevando mercadería, vendedores sin polera gritando sus productos, viajeros que van de salida cargando maletas enormes, barberos que ofrecen sus servicios por el equivalente a 5.000 pesos chilenos, mujeres que venden su pelo al mercado de las extensiones para financiar el bus y las agencias repletas de captadores ofreciendo programas de viaje que están lejos de cumplir con las comodidades que promocionan. Y también la humedad sofocante, el sudor en la frente, en el pecho y en la espalda, el bolso pegado a la piel, el polvo de Cúcuta entrando por los poros, el olor a tierra. Allí, entre cientos de venezolanos que van y vienen, aparece Generoso —sí, así se llama—, el “asesor” que finalmente lo terminará embarcando hacia Perú.
Generoso es venezolano y es la misma persona que ayudó a Fernando a llegar a Chile en marzo. El trato es así: en Cúcuta hay más de veinte agencias de transporte como Trayectos Andinos, pero no todas pueden llenar un bus en un solo viaje, por lo que reúnen a todos los pasajeros que van en una misma ruta y los montan en una máquina. Cuando llegan a una frontera se cambian de bus y cada agencia tiene “asesores” que se encargan de pasar a los pasajeros de un país a otro. Generoso es el primer eslabón de Alexánder en esta larga red.
—Caminé con él, me compré unas cosas y luego me llevó a un cuarto de la agencia, donde me senté a esperar. Fernando le mandó 260 dólares para que me comprara el pasaje y unos panes con jamón.
Alexánder aprovechó de bañarse en ese lugar. Estuvo cinco horas hasta que salió el bus. Desde ahí le tomaría un día y medio para llegar a Rumichaca, en Ecuador. Según le había adelantado Fernando, ese era uno de los peores tramos, por lo sinuoso del camino. Unos días antes de salir, le contó una anécdota de su viaje, para prepararlo. Le habló de un señor que iba sentado a su lado, que había pasado a Colombia por el río y que se había ido todo el trayecto con los zapatos y los pantalones mojados hasta la rodilla. En la noche el señor se vomitó encima por el mareo y ocupó el baño para hacer caca. Como eso no estaba permitido, tomó el mojón con un calcetín y lo arrojó a la ruta.
—Pobre hombre —dice Alexánder, haciendo una mueca de asco—. Estos viajes están llenos de publicidad engañosa. Generoso me pintó todo bonito: el transporte, el baño, las comidas, el aire acondicionado y el wifi. Al lado mío se sentó una muchacha que venía con una niña. Yo estaba un poco estresado cuando la vi, porque todavía no nos montábamos en el bus y la niña ya estaba llorando y gritando.
Durante la madrugada de ese 8 de julio, Alexánder y Fernando discutieron por primera la posibilidad de cruzar a Chile por un paso no habilitado:
Fernando: Acabo de hablar con la gente y cobran 200 (dólares) para que pases. Toca trochita, rey. Eso lo hace un chileno, el mismo que te va a recibir en Lima. El chamo me dijo que desde allí el pasaje a Tacna cuesta 45 dólares y que de Arica a Santiago son 70 dólares más. Todavía nos faltan como 320 dólares.
Alexánder: Verga, sí, ¿no habrá alguien que cobre más barato?
Fernando: No, ¿estás loco? Estoy asustado con esto del cruce. Lo barato cuesta caro.
Alexánder: ¿Por esos 200 dólares igual tengo que ir al desierto?
Fernando: Claro, es la trocha: taxi y caminas como una hora. El riesgo es que te paren y te regresen.
Alexánder: Pero si me regresan, ¿ellos me pasarían otra vez? Pregúntale a cuántas