RRetos HHumanos. Rosa Allegue Murcia

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Название RRetos HHumanos
Автор произведения Rosa Allegue Murcia
Жанр Зарубежная деловая литература
Серия Directivos y líderes
Издательство Зарубежная деловая литература
Год выпуска 0
isbn 9788418811272



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frase diaria; mis ojos no siempre están fijos en el «hoy y ahora». Pero aquel día sí la leí: «Cuando nada es seguro, todo es posible», de una tal Margaret Drabble.

      –No me suena.

      –No me extraña. A mí me resultan desconocidos muchos de los protagonistas de esas frases.

      Los compases de «Night in white satin» inundaron de dulzura y armonía el viejo local. La melodía produjo un efecto de frenado en los movimientos de todos los que compartían –alejados entre sí– ese espacio social. Gus se dejó invadir por un momento de ese bálsamo y continuó su relato.

      –Casi nada ha sido seguro para mí en los últimos cuatro años. Yo pensaba que sí: tenía trabajo, una familia, una magnífica casa, mi fe asentada, mi dulce rutina, un cierto prestigio… una edad.

      –Sí, bueno, ahora hay muchos sin todo eso –apunté–. Aunque la edad no perdona.

      –¿Sabes? Tengo que pedirte un favor.

      Como si estuviera plasmado en un guion, Gus interrumpió su anuncio y apuró de dos sorbos el resto del café. Recogió con su cucharilla la espuma de café que se refugiaba en el fondo de la taza. Yo no sabía qué decir y, mientras le observaba, capté la escena del otro lado del ventanal frente a mí. Nada grave: una mujer de edad tropezó y, tras ser ayudada por unos viandantes, se ajustó la mascarilla azorada y con sonrisa de circunstancias mostró su agradecimiento a quienes la habían ayudado. «La gente es buena por naturaleza», pensé.

      –Sí, claro Gus. Si está en mi mano…

      –Ahí es justo donde está. En tus manos.

      –Tú dirás.

      –¿Conoces a Irene Díaz de Otazu? –me preguntó.

      Irene Díaz de Otazu. ¿Quién no había oído hablar de su salvaje atropello? Una historia negra que sorprendió mucho a los que la conocíamos de Green Technology.

      Irene había contribuido desde joven al desarrollo admirable de una de las empresas más innovadoras en el campo de los videojuegos y la realidad virtual en España. Luego vino el boom de las plataformas alternativas y los lenguajes de programación abiertos, y Green Technology se vio obligada a reinventarse y adelgazar. Pero lo más tenebroso fue el desenlace de un oscuro juego de intereses torcidos y miserables afanes de poder: una salvaje agresión, tras la cual Irene tuvo que soportar una penosa y larga rehabilitación, de cuerpo y de alma. Tuvo un buen final, pero el trayecto fue arduo.

      –Sí, claro que la conozco. Somos colegas de la misma asociación profesional.

      –Ya lo sabía; era una pregunta retórica. Irene me ha hablado muy bien de ti, aunque llovía sobre mojado; sabes que te aprecio mucho –dijo Gus.

      –Bueno, es mutuo. Irene me apoyó en algunas cuestiones técnicas, pero sobre todo me ayudó con su capacidad de escucha en un momento difícil.

      –Sí, sé de lo que hablas. Nos vimos en uno de esos eventos a los que asistía antes, más arrastrado por el sentido del deber que por convicción, como el último en el que tú y yo coincidimos y en el que batí el récord de velocidad en huida. –Se rio cuando recordó aquella anécdota–. Irene se detuvo a hablar conmigo, me hizo dos preguntas y la sola escucha de sus ojos provocó un inicio de cambio en mí.

      Gus volvía a hablar con un tono vivo, como si hubiera recibido una inyección de energía. El local se unió a esa dosis de vitalidad: los apliques de estilo retro se encendieron y sus bombillas led difundieron su luz sostenible al entorno. Pude ver con más claridad su rostro cuando me habló.

      –Irene ha sido un buen regalo en el que es probable que haya sido mi mejor año.

      –¿Tu qué? –me pilló por sorpresa–. ¿Sabes que te pueden apedrear por decir eso?

      –¿Sí, verdad? Todo el mundo enterrando 2020 sin funeral y yo a lo mío. Memes, parodias, artículos de demonización y yo aupando ese año maldito a un pedestal con focos. Un gran año.

      –¿Y se puede saber por qué? Además, ¿qué pinta Irene en todo esto? Y ya puestos, ¿qué pinto yo, Gus?

      Tres en una. Gus no se inmutó. Parecía esperar tres y más preguntas siguiendo un guion. Con renovado brío comenzó una descripción cronológica y emocional que parecía ser fruto de repetidos ensayos ante un espejo.

      Habló de deterioro físico, de vértigo creciente, de somatizar y trasladar a su cuerpo las decepciones externas y los acusadores juicios internos que brotaban con fuerza en su cabeza. La pérdida del trabajo dio paso vertiginoso a la de confianza, a la percepción de inutilidad, a la ausencia de valor…

      –Podías haberme llamado, Gus.

      Pero Gus no estaba conmigo. Revivía su historia.

      –Estaba hundido en un pozo. Sentía frío a todas horas. A la sensación de frío contribuían mi pérdida de peso y mi mala condición física. Me abandoné por completo sin darme cuenta. El proceso se aceleró cuando en casa empecé a verme privado de ayuda. Me puse a la defensiva con mi mujer y con mi tribu de adolescentes.

      Y adoptando una postura diferente, con un casi imperceptible ladeo del rostro, pareció dar entrada a un tercer e imaginario individuo, aunque conocido, alrededor de la mesa.

      –«No te lo tomes así», me decía Irene; «no te lo dicen a ti, sino a ellos mismos. Necesitan remediar su inseguridad y acallar sus temores».

      –«Ya, Irene, pero golpean fuerte», le decía yo, porque sus comentarios entraban como cuchillos en mi alma de mantequilla.

      –«Esto pasará, ya lo verás; es cuestión de tiempo» sentenció Irene.

      Gus abordó la cuestión del tiempo. No el cronológico, sino uno percibido por él, con voluntad propia e intención dañina. Irreal. Los días laborables se le pasaban raudos, neutros y sin metas, con un silencio atronador. Los fines de semana, por el contrario, ralentizaban su paso con desgana y prorrogaban arteramente un tiempo de convivencia familiar que la falta de perspectiva convertía en una «escape room» de comentarios, actitudes, silencios y conductas que emponzoñaban sus imaginarios agravios y sus más que reales pesares.

      –Gus, ¿te apetece otro café?, ¿una copa? –le ofrecí para sobrellevar lo que me parecía una espiral peligrosa.

      –¿Eh?, ¿otro café?... Sí, sí, lo que quieras.

      –Dos gin-tonics, por favor –pedí al camarero que se había incorporado al turno de nuestra mesa–. ¿Tiene Nordés? ¡Perfecto!

      El camarero asintió con una cálida sonrisa que se le intuía tras la mascarilla con el logo del local, mientras sus manos de profesional eran capaces de amontonar tazas y platos, limpiar migas, recoger sobrecitos arrugados y levantar el soporte del código QR con la carta del local. Me fascinan esos códigos: todo un mundo de información detrás de unos horripilantes trazos.

      Gus seguía a lo suyo.

      –El diálogo interior resultaba incontrolable, erosivo, inútil… y reconfortante a la vez, porque retardaba una acción que se me presentaba imposible, de proporciones ciclópeas. Era la chispa que provocó un incendio devastador en mi esfera personal: empezó con el trabajo, saltó a las raíces de la salud, ganó cuerpo en las praderas familiares, no encontró el cortafuegos de la amistad y debilitó las más firmes convicciones que creía sólidas e inamovibles. Una hoguera vital que solo producía frío en mi alma y mi cuerpo.

      Gus estaba metido de lleno en una montaña rusa emocional. Su lenguaje corporal expresaba sus recuerdos de aquella época.

      –Recuerdo que me decían: «Tú vales mucho. Has sido capaz de realizar grandes proyectos y mantener a tu familia. No puedes admitir pensar que toda esa capacidad ha desaparecido sin más».

      –Es verdad, Gus –me atreví a apuntar.

      –Ya, pero su buena voluntad caía en saco roto. Estaba convencido de mi derrota; en el trabajo, como padre, como esposo, como