Si agrupáramos todos los «errores humanos» que se presentan diariamente en el planeta y cuyas consecuencias son a veces catastróficas, veríamos que tienen mucho en común y que, normalmente, hay una causa más general y más profunda que hace que cientos de miles de personas cometan sistemáticamente los mismos errores. Tal vez el hecho de que un 70% de los accidentes aéreos esté ocasionado por «errores humanos», o que esa cifra llegue hasta el 90% cuando se trata de accidentes automovilísticos o laborales, no dice tanto sobre la negligencia y el descuido de unos cuantos individuos, como de fallos sistémicos que nos incumben a todos y a los que difícilmente podemos escapar. Buena parte de lo que sabemos acerca de por qué cometemos errores procede de aquellos campos en los que las equivocaciones se cobran vidas o cuestan mucho dinero: la medicina, el ejército, la aviación y la bolsa. Las abundantes investigaciones y los interesantes hallazgos que se han dado en estos ámbitos nos ofrecen muchas luces para comprender nuestros propios errores. Todos tenemos una serie de tendencias muy arraigadas, en ocasiones infranqueables, que nos inclinan a equivocarnos. En otras palabras, no hay nadie que esté a prueba de errores. Pero, aunque no podemos eliminar nuestras debilidades, sí podemos identificarlas y enfrentarnos a ellas, minimizando de esa forma la posibilidad de cometer más y más equivocaciones. Y aunque algunos de nuestros errores responden a causas sistémicas que escapan a nuestro control, el hecho de identificarlas y hacerlas públicas es el primer paso para corregirlas.