¿Y mis estrellas?. Diana Salazar Santamaría

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Название ¿Y mis estrellas?
Автор произведения Diana Salazar Santamaría
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788417679866



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cosas y, además, sospechaba que algo raro estaba sucediendo, ya que en las últimas noches había oído unos crujidos que venían del cielo y que eran diferentes de los truenos en noches de tormenta. El problema era que como ya había cumplido más de ciento veintisiete años, al viejo Bubo le fallaban sus grandes ojos para lograr ver algo más allá de su propio árbol, así que Nolo no consiguió más información que pudiera ayudarle.

      Entonces, subió nuevamente a Gigantona para hablar con la Luna, que era la encargada de la vigilancia nocturna. La Luna, avergonzada, le contestó a Nolo que no sabía nada, porque llevaba casi una semana saliendo durante el día para poder pasar un rato con su amigo el Sol y, cuando este se ocultaba, estaba tan cansada que se quedaba dormida, olvidando iluminar las noches del mundo de Nolo.

      Nolo decidió regresar al árbol-casa de Bubo para estar acompañado, y al contar nuevamente sus estrellas, esa noche solo llegaban a novecientas noventa y siete.

      —¡Qué barbaridad! —exclamó—. ¿Como es posible que estén desapareciendo a tal velocidad? A este ritmo, pronto el cielo se quedará sin la iluminación y belleza de las estrellas, y además, no tendré a quien pedirle deseos.

      Tardó en quedarse dormido y, poco después, lo despertó un fuerte aleteo acompañado de los gritos de Bubo que le decía:

      —¿Lo oyes, Nolo?, ahí está ese estruendo que se repite una y otra vez.

      Fue entonces cuando Nolo escuchó como si algo grande y sólido se estuviese partiendo. Miró hacia el cielo, pero no pudo ver nada, seguramente la Luna se había vuelto a quedar dormida y no emitía su brillante luz, y para empeorar las cosas, los árboles más altos del bosque hacían parecer aún más oscura la noche. Al cabo de un rato los ruidos pararon, y Nolo se volvió a dormir a pesar de su preocupación.

      Al despertar, se dio un baño en el riachuelo más cercano, desayunó con frutas silvestres del bosque, y escaló hacia la cumbre de Gigantona para hablar con las nubes y el Sol, que nuevamente no sabían nada. Nolo le pidió al Sol que cuando viera aparecer a la Luna de día, no le hablara y la mandara a dormir, y con Algodona, la nube más gorda y cariñosa, acordó que al final del día bajaría hasta la cima de Gigantona a recogerlo. Intentando tranquilizarse, pasó el día disfrutando de la nieve que se acumulaba sobre Gigantona, deslizándose por sus faldas encima de un tronco roto, jugando al escondite con conejitos y venadillos, y durmiendo la siesta entre la madriguera de un enorme topo, llamado Dentón, que lo dejó quedarse allí hasta el atardecer.

      Cuando comenzó a anochecer, Nolo corrió hacia la cima de Gigantona, se acomodó sobre Algodona y empezaron a subir lentamente hacia las estrellas, pues la enorme nube no era joven ni ágil. Mientras subían, Nolo se quedó maravillado ante la belleza de su mundo y el contraste de las formas y colores que se veían desde allí arriba. Cuando Algodona se detuvo, pues las fuerzas ya no le alcanzaban para subir más, Nolo le dijo:

      —No te preocupes, Algodona, aquí ya estamos bien para vigilar a mis estrellas.

      Un rato después apareció la Luna despierta y casi llena, iluminando la noche para que Nolo pudiera vigilar mejor a sus estrellas. Al llegar a las novecientas noventa y tres estrellas, no encontró más para contar, así que, preocupado por la continua pérdida de sus preciados tesoritos, esperó con paciencia a ver si ocurría algo.

      image CAPÍTULO II image

      BUSCANDO ESTRELLAS

      Pasó un largo rato sin que pasara nada, pero Nolo no se daba por vencido y esperaba sobre Algodona con los ojos casi tan abiertos como los de Bubo. De repente, del interior de Monacha, la estrella más grande y bonita, salió, soñoliento, algo que Nolo nunca había visto. Era pequeño, un poco regordete, con la piel rosa, el pelo de color oro y los ojos del tono del agua de mar. Una vez se hubo desperezado, dio un pequeño salto hacia la estrella más cercana que tenía una forma rara y, para gran sorpresa de Nolo, comenzó a mordisquearla con mucho entusiasmo.

      Nolo observaba atónito cómo, a base de grandes y ruidosos bocados, esa cosa se estaba comiendo, tan a gusto, una de sus estrellas, hasta que por fin logró gritar:

      —Pero ¿qué haces?, ¿qué eres?, ¿de dónde vienes?

      Al verse interrumpida en su comilona, la criatura, también algo sorprendida, entre mordisco y mordisco comenzó a contestarle:

      —¿Como que qué soy? Eso es muy fácil, soy un pequeño y precioso niño, me llamo Bayi y, si me alimento bien, algún día seré un niño tan grande como tú, así que por favor no me interrumpas.

      —¿Un precioso niño? Nunca había visto a nadie como tú, y mira que mi mundo es grande y lleno de criaturas diferentes —contestó Nolo.

      —¿Qué pasa?, ¿es que no tienes hermanos ni amigos como yo? —le preguntó el extraño pequeñín.

      —Claro que tengo amigos, los animales de mi mundo son mis amigos —aseguró Nolo—, pero no tengo la menor idea de lo que es un hermano.

      —¡Qué raro eres! Un hermano es el que salió de la misma barriga que tú, —contestó Bayi—. Yo tengo uno y se llama Guigo.

      —¡La barriga! ¿La barriga de quién? —preguntó Nolo cada vez más asombrado.

      —¡Pues la de la mamá, tonto! —exclamó Bayi.

      —¡No me llames tonto! Eso no se le debe decir a nadie. Mi nombre es Nolo. Dime, ¿qué es una mamá? —preguntó nuevamente Nolo.

      —¡De verdad que te estás haciendo el …!, bueno no voy a decirlo, pues tienes razón en que no se debe llamar así a nadie. Pero ¡todo el mundo sabe lo que es una mamá, yo lo sé y tú eres mayor, así que deberías saberlo! —opinó Bayi—. En cualquier caso, si quieres saber que es para mí una mamá, es alguien que solo es tuya y de tu hermano, que siempre huele muy bien, que está ahí para mimarte, protegerte y, lo más importante de todo, para repetirte cada día que eres lo más bonito que existe.

      —En verdad no sé lo que es, pero lo que describes suena muy bien —dijo entre suspiros Nolo.

      —Por lo que dices, parece que no tuvieras una familia. ¿Qué pasa?, ¿vives solito Nolo?

      —Tampoco sé lo que es una familia, pero aun así, no vivo solo, ya te dije que los animales son mis amigos —respondió Nolo.

      —¡Qué raro eres! Y eso que pareces un niño como cualquier otro. Una familia es lo que uno tiene junto con sus hermanos, su mamá y su papá —aseguró la golosa criatura, mientras seguía saboreando los pedacitos de estrella.

      —¡Un papá! ¿Y ahora eso qué es? —preguntó Nolo, desconcertado.

      —Casi lo mismo que la mamá, pero más grande, fuerte y menos suave. ¡Ah! Y no huele tan bien —dijo Bayi riendo.

      —Cada vez me tienes más confundido, y me pones muy nervioso con esos mordiscos de roedor pequeño pero cruel. ¡Para un momento! ¡Lo único que me interesa saber es por qué te estás comiendo mis estrellas! —exclamó Nolo.

      —Porque tengo hambre y están muy buenas. ¿O es que acaso a ti no te gustan?

      —¡Pero si son mías! —insistió Nolo—. Todas ellas. ¿Cómo te atreves a tocarlas?

      —¿Tus estrellas? No sabía que las estrellas tuvieran dueño. ¿Dónde dice que son tuyas?, ¿están marcadas en algún sitio con tu nombre? Seguro que todavía no las has probado, o me darías la razón de que son irresistibles, yam, yam, yam, tienen un sabor único.

      —¡Claro que no las he probado! —contestó Nolo cada vez más disgustado—. Y son mías porque están sobre el mundo donde vivo, que también es mío, así que no te atrevas a seguir destrozándolas.

      —¿Crees que todo lo que hay por aquí es tuyo?