Nunca nunca nunca quisiera volver a casa. Martín Villagarcía

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Название Nunca nunca nunca quisiera volver a casa
Автор произведения Martín Villagarcía
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789874803511



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a dar una vuelta y fumar porro. Cuando lo encuentro me da un beso en la boca de una. Apesta a tabaco. Por el acento descubro enseguida que no es español. Es argentino, de Río Gallegos. Tiene veinte años, es alto y delgado, sin vello facial, y dice que estudió Psicología en Córdoba. No tengo ganas de estar con argentinos. No me gusta la boina que tiene puesta ni tampoco sus pantalones oxford de corderoy. Nos sentamos un rato en la plaza del Museo Reina Sofía y empiezo a pensar en excusas para irme. Es pasada la medianoche y ya no anda mucha gente por la calle. No tengo nada de sueño. Nos paramos y me lleva a un recoveco cerca del ascensor que sube por afuera del museo y me chupa la pija. Lo mejor que puedo hacer para irme es acabar rápido, así que uso mi imaginación para estimularme y le lleno la boca de leche.

      20 de febrero

      Me levanto temprano y me voy a hacer un tour por la ciudad. Camino con la ayuda del Google Maps hasta el punto de encuentro: la Plaza Mayor. Mientras espero que se haga la hora, fumo un porro que llevé armado. No me gusta estar solo, pero tampoco tengo muchas ganas de interactuar con nadie. Cuando el guía nos pregunta de dónde somos, varios decimos que venimos de Argentina. Una pareja va tomando mate durante el camino. Estoy a punto de pedirles que me conviden en varias oportunidades, pero no me animo. El recorrido dura unas tres horas. Paso la mayor parte del tiempo entumecido. Odio hacer turismo. No me interesa transitar la ciudad de esta manera.

      A la tarde, Marcelo y yo vamos a hacer fotos al Parque del Retiro. Necesito dos retratos para los libros que Ezequiel está a punto de publicarme. Los almendros están en flor y el ambiente es más primaveral que invernal. Bajo el sol vespertino descubro la Fuente del Ángel Caído. No la recordaba del viaje anterior. El ángel se ve hermoso con la luz del atardecer. Luego de caminar un rato llegamos al Palacio de Cristal, inundado por los últimos rayos del sol. Es un lugar maravilloso. Quisiera quedarme acá para siempre.

      A las 18 Marcelo se va a encontrar con Alejandro para asistir a un concierto de música clásica. Yo me voy al Prado a aprovechar las dos horas de entrada libre para visitar a mis amigos Goya y El Bosco. No tengo mucho tiempo, así que voy directamente a sus respectivas salas. Los cuadros negros de Goya son tan espeluznantes como los recordaba. Allí están las brujas, los aquelarres, el diablo y, mi obra favorita: “Saturno devorando a su hijo”. Aprovecho el rato que me queda y voy rápido a la sala del Bosco. De pronto estoy inmerso en el “Jardín de las delicias”. Es mucho, mucho más grande de lo que me acordaba. Por algún motivo pensaba que era una pintura casi en miniatura en una caja de madera. No sé si es el porro, el síndrome de Stendhal o qué, pero siento que todas esas figuritas adorables y macabras se mueven en el cuadro. Antes de irme, me despido también de la “Extracción de la piedra de la locura”.

      A la vuelta, Marcelo y Alejandro todavía están en el concierto. Estoy solo en casa. Me escribe al Grindr un chico que está libre por la zona. Ya hablamos más temprano e intercambiamos fotos. Tiene treinta y ocho años, es bajo y delgado y tiene el pelo ondulado. Me gusta porque me hace acordar a un periodista y dramaturgo de Buenos Aires que me encanta. Tiene lugar, pero está trabajando, así que podemos hacer algo rápido. Llego enseguida y me mete a su habitación. Nos besamos y desvestimos con desesperación. Quiero coger, pero me dice que no está preparado. ¿Saben los europeos de lo que se pierden por no tener bidet? Me chupa la pija y acabamos mientras franeleamos y nos besamos.

      Marcelo y Alejandro vuelven unas dos horas más tarde y cenamos casi a las doce. Es mi última noche en Madrid hasta el regreso, así que quiero aprovecharla al máximo. Mientras termino de armar la valija, me invita a su casa otro chico que vive a unos quinientos metros. Tiene treinta años, es un poco menos alto que yo, delgado y morocho. Me recibe en plena oscuridad y cuando lo toco me doy cuenta de que ya está desnudo. Me saco la ropa y nos acariciamos. Ninguno de los dos avanza como para darnos un beso. Mientras me chupa la pija, le acaricio el culo y se lo voy embadurnando de saliva con los dedos. Me lleva de la mano hasta su cama, se acuesta boca arriba, me envuelve el cuello con los pies y se da un buen saque de popper. Me ofrece, pero no quiero. El olor es tan fuerte que es como si hubiera inhalado yo también. La posición le queda perfecta y mi pija le entra enseguida. A medida que aumenta nuestra calentura vamos rotando hasta quedar cogiendo de costado. Con las manos le mantengo el culo abierto y con la pelvis se la voy metiendo y sacando cada vez más rápido y más a fondo hasta que acaba. Dejo la pija afuera y me pajeo mientras le acaricio el culo hasta acabar. Cuando nos volvemos a vestir conversamos un poco. Me cuenta que es italiano, de Roma, y que está en Madrid haciendo un máster en Lingüística. Le cuento que soy egresado de Letras de la UBA y me dice que le gustaría hacer un doctorado en Buenos Aires. Pienso en las dificultades académicas que hay en Argentina y en el estado crítico de las ciencias, pero prefiero no decir nada. Buenos Aires no existe.

      ANDALUCÍA

      21 de febrero

      Viajamos a Córdoba en auto. Alejandro maneja, Marcelo y yo dormimos. En el camino escuchamos Absolutamente, de Fangoria. Ninguno de ellos soporta a Alaska, como la mayoría de los gays de izquierda de España. Le dicen “la gorda fascista”. Estoy un poco cansado, así que duermo la mayor parte del trayecto. Cuando abro los ojos, ya llegamos. Andalucía nos recibe con sol y flamenco. Dejamos el auto y cargamos con el equipaje hasta el Airbnb que alquilamos en plena judería, dentro del casco histórico de la ciudad. No se parece a ningún lugar que conozca. Estoy en la Edad Media, un viaje en el tiempo, es algo de otra era. La arquitectura me parece una mezcla entre romana y árabe y todas las calles son irregulares. Buscamos un lugar para comer. Ya es media tarde, así que no tenemos muchas opciones. Luego de caminar un buen rato, encontramos un restaurante andaluz abierto y pedimos salmorejo, berenjenas fritas y flamenquín de cerdo con patatas fritas. No entiendo cómo nunca se me ocurrió cocinar así las berenjenas. Todo me resulta delicioso, especialmente el flamenquín. Después de comer, salimos a recorrer el casco histórico. Las calles están llenas de pequeños palacios con patios y jardines. Algunos se pueden ver desde afuera y a otros se puede entrar. Queremos ir a la mezquita, pero ya está cerrada. Visitamos en su lugar el Cristo de los Faroles en la Plaza de los Capuchinos. Poco a poco se va haciendo de noche y el paisaje irreal de Córdoba se vuelve todavía más increíble con la luz violeta del crepúsculo. Regresamos al departamento y preparamos la comida. Alejandro se va a dormir y, pasada la medianoche, Marcelo y yo salimos a pasear. Todavía tengo jet lag, así que mis horas de sueño están totalmente alteradas. Son casi las dos de la mañana y no hay un alma en la calle. Siento que estamos en un pueblito de alquimistas y que, tras las puertas y ventanas, se ocultan magos y brujas en busca de la piedra filosofal. Lo que más me impresiona es la mezquita. Por fuera se ve enorme, imponente, mágica. No puedo esperar a visitarla por dentro.

      22 de febrero

      Cuando nos despertamos, Alejandro no está. Se fue a su pueblo a resolver un asunto familiar que involucra la herencia de un abrigo de piel. Marcelo y yo visitamos el Alcázar de los Reyes Cristianos y la Mezquita-Catedral por dentro. El Alcázar tiene una cantidad de jardines impresionantes que poco tienen que envidiar al Palacio de Versalles. Me encanta respirar el perfume de todas esas plantas. La mezquita por dentro conserva su mística exterior, multiplicada por el hecho de contener una catedral en su interior, justo en el centro. Pasamos de las columnas árabes a la arquitectura gótica y renacentista en unos pocos pasos. Entre los relieves, los metales preciosos y la música del órgano, empiezo a sentir otra vez el síndrome de Stendhal. La belleza es excesiva. Se me acelera el pulso y empiezo a sentir ansiedad. Tengo que tomar la medicación. Desde que llegué a Europa perdí la costumbre de tomar el antidepresivo y el ansiolítico todas las mañanas. Por momentos siento que el viaje en sí mismo es mi fármaco y que no necesito de la ayuda de los químicos para estar bien.

      A la tarde nos encontramos con Alejandro y partimos rumbo a Sevilla en el auto. Llegamos a media tarde y nos sentamos a comer en la Alameda antes de ir al departamento. Se nota que seguimos en Andalucía, pero hay algo distinto. Marcelo y Alejandro se sienten nostálgicos de su vida aquí, antes de mudarse a Madrid. A la noche, mientras se hace la comida, arreglo para encontrarme con un chico. Las calles de Sevilla, como las de Córdoba, son serpenteantes y me resulta imposible pensar en llegar de un punto al otro sin perderme. Por eso le pido a mi cita que me pase a buscar. Tiene mi edad. Caminamos un poco, fumamos marihuana y vamos a su departamento, que queda al otro lado de la Alameda. Antes