La mosca. Luis García

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Название La mosca
Автор произведения Luis García
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412273199



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de sitio mental, fui probando métodos para ir más rápido, y al pasar un rato experimentando, me di cuenta, de que, si mantenía un ojo cerrado, era capaz de ver en dos lugares distintos, una parte, con mi examen, el cual podía escribir, y a su lado, veía el examen del empollón, junto con su mano que iba escribiendo con prisas.

      Mejor imposible, tenía que escribir todo lo que pudiese, en esos momentos ya había perdido mucho tiempo probando.

      Con prisas, me puse a copiar y copiar, todas las respuestas posibles de su examen, cambiando palabras y expresiones para que el profesor no sé diese cuenta.

      A mitad del examen, se levantó de su sitio, y se fue a entregar su examen dejándome a mí con el examen a la mitad por completar, con lo justo para aprobar.

      Aun no entiendo cómo pudo acabar un examen de dos horas en una sola... Y además uno de aquel profesor, el mejor profe que he tenido nunca, realmente, pero con unos exámenes tan largos que era casi imposible acabarlos, te lo sepas todo o no, incluso te faltaba tiempo si copiabas...

      Mientras esperaba el fin del examen intenté acabarlo. Era un examen de Sistemas Operativos, de Linux concretamente. Pude copiar las partes más largas y difíciles. En ese momento solo me quedaba responder diferentes preguntas que tenían relación con las órdenes y comandos que existían en el sistema Linux.

      Al acabar el examen me puse a esperar a que sonase el timbre.

      —¿Cómo te ha ido el examen? —le pregunté al que se sienta a mi lado cuando salimos.

      —Bueno, más o menos bien, aunque seguro que la pregunta 3 la tengo mal.

      Cuando salí del aula, vi a Marc acompañado de Andrés, con su chaqueta roja, al fondo del pasillo, como cada día no son capaces de esperar...

      Cómo me gustaría aparecer delante de él ahora mismo, a ver si me esperan de una vez por todas, pensé en ese momento.

      Cerré los ojos con ese deseo en mi interior, y al abrirlos, alguien chocó con mi espalda.

      —¡Luis! ¿¡Pero de dónde has aparecido!? —gritó asustado Andrés.

      —¿Por una vez que voy delante de vosotros y ni siquiera me veis? —digo intentando explicar lo inexplicable.

      Me acababa de teletransportar... Ni yo mismo me lo creía. Primero la visión infinita y ahora esto. Es demasiado bueno para ser verdad.

      Los tres, bajamos las escaleras, y nos dirigimos hacia la salida, y caminamos hacia el súper para comprar algo de comer.

      A los pocos metros de la salida, una gran explosión se oyó en el instituto, seguida de una enorme humareda, junto unos gritos de ayuda:

      —¡Llamad a los bomberos!

      —¡Hay un incendio!

      Al oírlo, empezamos a correr hacia la entrada, donde mucha gente escapaba del edificio, corriendo.

      —¡Alejaos de aquí! ¡Rápido! ¡No sabemos hasta dónde puede llegar el fuego!

      —¡¿Pero qué ha pasado?! —preguntamos todos asustados.

      —¡El chiflado de química! ¡Esta vez se ha pasado con sus prácticas!

      —¿Habrá que volver luego? —preguntó Andrés.

      —¿Cómo quieres volver? ¿Te quieres asfixiar o qué? ¡Las clases están suspendidas hasta nuevo aviso!

      Un sentimiento egoísta de alegría inundó el ambiente al oír esas palabras, ¡no había clase!

      Entonces pensé en probar con más extremo mis nuevos poderes.

      —Marc, no vuelvo con vosotros, tengo ganas de quedarme por aquí.

      —Pero ¿qué dices? ¿Por qué te quieres quedar? —contesta él confundido.

      —Tengo ganas de dar vueltas por la playa, ya cojo luego el bus, nos vemos esta tarde, ¿ok?

      Después de mucho insistir, Marc y Andrés se montaron en el coche, y se fueron dirección La Bisbal. Cuando ya no estaban a la vista, me senté en un banco de un parque cercano, y alcé la vista al cielo para ver hasta dónde podía llegar.

      Ojalá pudieseis verlo, es una vista espectacular. Desde las alturas se puede ver absolutamente todo. Todas las calles de Palamós, todos los peatones que hay en ellas, todos sus coches y sus diferentes vehículos. Incluso, puedo ver el coche blanco de Marc, que está entrando ahora en la autovía. Me dirijo hacia él desde los cielos, y me posé a su lado, y vi allí dentro a los dos.

      Tenía ganas de volver a casa, y probar el deseo que había descubierto hacía unos minutos.

      Caminé hacia la sombra que proyectaba un árbol cercano, me apoyé en su tronco y sentado sobre la hierba fresca cerré los ojos para concentrarme.

      Pensaba en mi casa, en su puerta blanca con su pomo de metal. Podía ver una imagen suya, pero no es una simple imagen, no; podía ver cómo el viento se lleva las hojas, cómo los insectos intentan luchar contra él sin vencer, eso no era un recuerdo, ¡era lo que ocurría en aquel momento!

      Qué ganas tenía de volver, pero aún estaba en Palamós, ¿cómo lo hice antes? ¿Cómo di ese paso tan largo?

      Eso era, “di un paso”.

      Volví a mirar a la puerta de mi casa, pero esta vez, no me quedé observando fuera, me acerqué a la puerta con un pequeño paso, y aparecí delante de ella.

      ¡Esto es increíble! ¡Nunca más volveré a quejarme del tatto! ¡Esto es, fascinante!

      Entré en casa y mi madre se extrañó.

      —¿Quién es?

      —Soy yo, mamá, hoy hemos salido antes, se ha provocado un pequeño incendio en el instituto.

      Después de tranquilizar a mi asustada madre, y de que ella se hubiera asegurado de que no me había pasado nada, me estiré en el sofá un rato.

      Esto tengo que enseñárselo a Marc y a Ferran. Van a flipar.

      7/12/2017 17:48 Jueves

      Estábamos en el depósito de agua de la ciudad, mientras Ferran, con su típica sudadera morada y su pelo despeinado intentaba subir escalando la pared. Marc lo miraba con superioridad mientras yo me alejaba con cuidado de ellos para poder realizar mi “salto”.

      Una vez arriba, caminé hacia el lado donde Ferran intentaba subir, con Marc delante.

      —Aún ¿no has podido subir? —grité desde atrás.

      Marc, se giró asustado.

      —¿Cómo has podido subir?

      —Me he teletransportado —dije en tono burlón.

      —Sí claro, claro.

      —¡Luis! ¿Cómo has conseguido subir? —pregunta Ferran, que acababa de conseguirlo.

      Yo quise seguir con la “broma” del teletransporte, aunque se me ocurrió una idea mejor.

      —Vamos a jugar a un juego, uno de vosotros, escribe un número del 1 al 100 en el suelo, y yo lo voy a adivinar, ¿vale?

      Extrañados por la petición dudaron y después de unas discusiones de cómo hacerlo, aceptaron.

      Me senté en el suelo, con las piernas cruzadas, y extendí mi mente a los cielos, donde podía ver perfectamente qué escribían.

      —5.

      —65.

      —13.

      Ellos iban escribiendo números, y yo los iba recitando, y cada vez, se iban sorprendiendo más y más.

      —Tíos, ¡os he dicho del 1 al 100! ¡No hagáis trampas escribiendo el 252!

      —Vale, ya está bien, ¿cómo lo sabes? ¡Lo tienes que ver de alguna forma!

      Yo