La pasión de Jesús. Euclides Eslava

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Название La pasión de Jesús
Автор произведения Euclides Eslava
Жанр Философия
Серия
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9789581205776



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el trabajo y en la calle (conducir como lo haría Jesucristo, ceder el paso, respetar las normas del tránsito).

      Y también al llegar a casa: sonreír —a pesar del cansancio de la jornada laboral—, cuidar el orden en la ropa, en el cuarto, en el baño, en el estudio; ceder el televisor o el computador a quien lo necesita, no hacer un comentario gracioso pero molesto, perdonar, pedir perdón, adelantarse a las necesidades ajenas, ofrecerse a hacer un oficio menos grato, moderar el carácter, etc.

      Pueden servir para nuestra oración unas palabras de Benedicto XVI, en la Encíclica Spe salvi (2007b), sobre la mortificación como una manera de tomar la cruz del Señor, cada día:

      la idea de poder “ofrecer” las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, eran parte de una forma de devoción todavía muy difundida hasta no hace mucho tiempo, aunque hoy tal vez menos practicada […]. Estas personas estaban convencidas de poder incluir sus pequeñas dificultades en el gran com-padecer de Cristo, que así entraban a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano. (n. 40)

      La consideración de este pasaje nos debe confirmar en nuestra decisión de seguir a Jesucristo en su camino a la cruz. De identificarnos con él, como sugiere san Pablo: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de s, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo” (Ga 6,14). Tomás de Aquino presenta la cruz como la mejor escuela para aprender la ciencia de la identificación con Jesucristo en virtudes como la caridad, la paciencia, la humildad o la obediencia:

      La pasión de Cristo tiene el don de uniformar toda nuestra vida. El que quiera vivir con rectitud, no puede rechazar lo que Cristo no despreció, y ha de desear lo que Cristo deseó. En la cruz no falta el ejemplo de ninguna virtud. Si buscas la caridad, ahí tienes al Crucificado. Si la paciencia, la encuentras en grado eminente en la cruz. Si la humildad, vuelve a mirar a la cruz. Si la obediencia, sigue al que se ha hecho obediente al Padre hasta la muerte de cruz. (Collationes de Credo in Deum, citado por Belda, 2006, p. 130)

      “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”. El sentido del sufrimiento, del dolor, del tomar la cruz cotidiana consiste en ir detrás de Cristo, en acompañarlo en su tarea salvadora, en ser corredentores con él; no es una práctica masoquista. Tampoco es cuestión de cumplir unos propósitos, sino de destinar la vida, de gastarla al servicio del Señor y de las almas. “Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.

      Sin embargo, no hemos de olvidar el planteamiento inicial del pasaje que estamos contemplando: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, […] y resucitar a los tres días”. ¡Hay esperanza! Se trata de un plan divino para salvarnos. La última palabra no es de dolor y de muerte, sino de alegría y de vida, como enseñaba san Josemaría, basado en su propia experiencia de padecimientos por Cristo:

      Solo cuando el hombre, siendo fiel a la gracia, se decide a colocar en el centro de su alma la cruz, negándose a sí mismo por amor a Dios, estando realmente desprendido del egoísmo y de toda falsa seguridad humana, es decir, cuando vive verdaderamente de fe, es entonces y sólo entonces cuando recibe con plenitud el gran fuego, la gran luz, la gran consolación del Espíritu Santo. Es entonces también cuando vienen al alma esa paz y esa libertad que Cristo nos ha ganado, que se nos comunican con la gracia del Espíritu Santo. (San Josemaría, 2010, n. 137)

      Por ese camino de identificación con Jesucristo, de seguirlo hasta el Calvario, este santo descubrió que “la alegría tiene sus raíces en forma de cruz” (San Josemaría, 2010, n. 43; cf. 2009b, n. 28). Porque esa es la única vía para realizar su llamado a corredimir con él. Lo consideramos en el cuarto misterio doloroso del santo Rosario: “No te resignes con la cruz. Resignación es palabra poco generosa. Quiere la cruz. Cuando de verdad la quieras, tu cruz será... una cruz, sin cruz. Y de seguro, como él, encontrarás a María en el camino”.

      Después del segundo anuncio de la pasión, san Mateo relata que los fariseos se acercaron con insidia a Jesús preguntándole, “para tentarle” (19, 1-12):

      Se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: “¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?”. Él les respondió: “¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: ‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne’? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.

      El Señor expone la dignidad del matrimonio, inscrito en el plan original de la creación. También muestra las exigencias de santidad que ese sacramento conlleva, ante lo cual sus propios discípulos reaccionan diciendo: “Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse”. La respuesta del Señor es una clase magistral sobre el celibato: “No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos. El que pueda entender, entienda”.

      El contexto es claramente polémico: el primer requisito para entender esta doctrina es querer. Si uno se acerca con predisposiciones negativas, nacidas quizá de la propia incapacidad para vivirlo, no lo entenderá nunca. La respuesta de Jesús habla de tres clases de eunucos o de célibes: congénitos, castrados para servir en las cortes, y los voluntarios que se dedican libremente a las exigencias del reino. Este último grupo se relaciona con las propuestas radicales que el Señor había hecho once capítulos atrás, en el mismo Evangelio de Mateo (8,22): “Sígueme y deja a los muertos enterrar a sus muertos”. También resuenan aquí las enseñanzas de san Pablo sobre la superioridad de la virginidad cristiana (1Co 7,25ss): “Quien desposa a su virgen obra bien; y quien no la desposa obra mejor”.

      Gnilka (1995) cuenta que, por el uso de la palabra “eunuco”, se trataba de un insulto a Jesús: los enemigos le decían de esa forma (así como le llamaban “comedor y bebedor”), escandalizados por su celibato voluntario, que suscitaba extrañeza en el judaísmo contemporáneo. No se trata de un ideal ascético, ni tampoco de un escalafón para alcanzar el reinado de Dios, sino de una opción para dedicarse con todas las fuerzas a trabajar para el reino, por amor.

      El celibato “por el reino de los cielos” forma parte del anuncio cristiano a través de los tiempos y no pierde su vigencia en las circunstancias actuales, pero requiere una perspectiva teológica para comprenderlo, no se puede afrontar solo desde encuestas sociológicas. La esencia del celibato consiste, en palabras de Echevarría (2003), en que manifiesta la completa y libre oblación que el candidato hace de su propia vida, para Cristo y para la Iglesia, siguiendo el ejemplo —y la llamada y la gracia— de Jesucristo. San Josemaría hablaba en una ocasión a la luz de su propia experiencia:

      El sacerdote, si tiene verdadero espíritu sacerdotal, si es hombre de vida interior, nunca se podrá sentir solo. ¡Nadie como él podrá tener un corazón tan enamorado! Es el hombre del Amor, el representante entre los hombres del Amor hecho hombre. Vive por Jesucristo, para Jesucristo, con Jesucristo y en Jesucristo. Es una realidad divina que me conmueve hasta las entrañas, cuando todos los días, alzando y teniendo en las manos el cáliz y la sagrada hostia, repito despacio, saboreándolas, estas palabras del Canon: Per Ipsum, et cum Ipso et in Ipso... Por él, con él, en él, para él y para las almas vivo yo. De su Amor y para su Amor vivo yo, a pesar de mis miserias personales. Y a pesar de esas miserias, quizá por ellas, es mi Amor un amor que cada día se renueva. (Apuntes tomados en una reunión familiar, 10-4-1969, citado por Echevarría, 2003)

      Me parece que de esas palabras pueden sacarse muchas consecuencias, pero sobre todo propósitos, teniendo en cuenta que todos los cristianos somos sacerdotes —por el bautismo y la confirmación—, si bien de modo distinto al sacerdocio ministerial.

      Una idea, quizá la principal, es la de no sentirse solo. El cristiano que tiene