Название | Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas |
---|---|
Автор произведения | Juan Moreno Blanco |
Жанр | Изобразительное искусство, фотография |
Серия | |
Издательство | Изобразительное искусство, фотография |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789587463118 |
8.La afición por los deportes. El patriarca «construyó el estadio de pelota más grande del Caribe e impartió a nuestro equipo la consigna de victoria o muerte» (García Márquez, 2012, p. 38). Castro no solo fue pitcher y entrenaba con máquinas como un lanzador profesional de las grandes ligas para no fallar en sus envíos al plato: la consigna que a manera de mantra le impuso a los cubanos fue «Patria o muerte».
9.El patriarca no disimulaba su desprecio íntimo por los hombres de letras que «tienen fiebre en los cañones como los gallos finos cuando están emplumando de modo que no sirven para nada sino cuando sirven para algo, dijo, son peores que los políticos, peores que los curas, imagínese» (García Márquez, 2012, p. 100), en tanto que célebre fue el asquiento rechazo de Castro a los intelectuales disidentes a quienes denominó «ratas».
10.El patriarca era un caminante implacable (García Márquez, 2012, p. 45) y Castro caminaba
[…] dando grandes zancadas, era un monstruo caminando; sus grandes y fuertes piernas parecían no cansarse nunca, y es que de niño y joven siempre caminó y corrió mucho; éste era uno de sus fuertes en la guerra: su paso rápido, irresistible, subiendo o bajando montañas, que impuso a la guerrilla un ritmo veloz, casi imposible de seguir por el enemigo. Gran caminador, su fuerza estaba en sus piernas. (Franqui, 1989, p. 244)
11.Los dos poseían la capacidad de descubrir el pensamiento de sus interlocutores. El patriarca solía «escudriñar la penumbra de los ojos para adivinar lo que no le decían» (García Márquez, 2012, p. 16); «con sólo mirar a los ojos» (p. 48). «Castro no mira de frente, sólo si quiere asustarte clava los ojos fijamente: sus ojos, su mirada, son fríos e inescrutables, mirada de serpiente, aterroriza. Él no admite ser mirado fijamente» (Franqui, 1989, p. 243).
12.Hijos de madre. Del patriarca se dice que era un «hombre sin padre como los déspotas más ilustres de la historia» (p. 48). Según José Pardo Llada (1976), el reconocimiento paternal de Fidel fue un tanto tardío:
Fidel era un rico-pobre, tratado de guajiro, no bautizado por años, ni inscrito legamente, nacido de aquella unión misteriosa del amo y la criada, vive en Santiago, como en La Habana, ni en familia ni en sociedad, como la mayoría de sus compañeros, que procedían de las familias ricas o prestigiosas del mundo burgués cubano.
Las relaciones padre hijo, inexistentes en el patriarca, en Fidel casi no ocurrían.
En los seis días que pasé con Fidel en la hacienda de Birán, no recuerdo haber escuchado un solo diálogo del padre con el hijo. Don Ángel era un hombre parco, hosco, retraído. Vestía siempre pantalón de dril crudo y guayabera. Machete a la cintura y un enorme «Colt» calibre 45, con cachas de nácar, que le daba un aspecto tremebundo de viejo vaquero de películas del Oeste. Usaba los mismos zapatos de los obreros de su hacienda, «de vaqueta», toscos, baratos, y esgrimía, en todo momento, una fusta de cuero con mango de plata, reminiscencia quizá del látigo de sus tiempos de mayoral. (p. 10)
13.El patriarca poseía una memoria minuciosa que le permitía conversar con hombres y mujeres «llamándolos por sus nombres y apellidos como si tuviera dentro de la cabeza un registro de los habitantes y las cifras y los problemas de toda la nación» (García Márquez, 2012, p. 84). Castro podía recitar de memoria libros enteros. Con su memoria auditiva y visual, en la guerra, «recordaba con exactitud cuanta cara y lugar veía, fotografiaba en su cerebro, incluso los caminos por donde había pasado una vez, y nunca los olvidaba» (Franqui, 1989, p. 82).
14.El patriarca tenía un «pulso sereno de buen tirador» (García Márquez, 2012, p. 187), en tanto que «Castro dispara bien y goza disparando, pistola, fusil, ametralladora, cualquier arma» (Franqui, 1989, p. 243).
15.El patriarca comía «caminando con el plato en la mano y la cuchara en la otra» (62). En la casa de Castro, según Pardo Llada (1976):
A las 11 de la mañana, hora del almuerzo, convocaba doña Lina a comer, haciendo un disparo al aire con una vieja escopeta que colgaba de una puerta, junto al fogón. Todos los de la casa –el padre, la madre, los hijos, la servidumbre y los macheteros– comían juntos, de pie, en la cocina y cada cual sacaba su ración de las calderas humeantes. Por todo cubierto se recibía una pesada cuchara.. (Años después, muchas veces vi a Fidel, ya Jefe de Estado, comer de pie, en las cocinas de hoteles y restaurantes y prescindiendo de todo cubierto). (p. 10).
16.El ocultamiento de la intimidad. Castro «ni a la madre le mostraba la intimidad de sus suspiros» (García Márquez, 2012, p. 25). Castro no decía a nadie lo que pensaba: «Qué pensaba Fidel. Nadie lo sabía» (Franqui, 1981, pp. 13, 39). «Castro nunca te dice lo que piensa ni lo que va a hacer» (Franqui, 2006, p. 434). Una táctica del patriarca para salvaguardar su intimidad consistía en no contestar «ninguna pregunta sin antes preguntar a su vez usted qué opina» (García Márquez, 2012, p. 16).
17.La preocupación por los mínimos detalles de la cotidianeidad. El patriarca controla desde el ordeño de las vacas hasta el velo que cubre las jaulas de los pájaros, pasando por la sal de la salud, la canasta familiar, el trajín de la cocina y las brigadas de barrenderos, y «se informaba sobre el rendimiento de las cosechas y el estado de salud de los animales y la conducta de la gente» (García Márquez, 2012, p. 84). García Márquez (1988) destaca cómo, ante la incompetencia sobrenatural de una burocracia empantanada, Castro se veía obligado «a ocuparse en persona de asuntos tan extraordinarios como hacer el pan y distribuir la cerveza» (p. 26).
18.Tanto el patriarca como Fidel entregan sus países al extranjero, emplean en su régimen un «sartal de recursos atroces» (García Márquez, 2012, p. 29), visten con tenaces uniformes militares, suprimen las fiestas (el patriarca incluso los domingos; Castro, los carnavales y las navidades y el día de Reyes) y mueren de muerte natural por vejez. A Castro, como al patriarca, solo lo derroca «el acta de defunción» (p. 21).
19.La omnipresencia, el don de la ubicuidad y la aparición descarada. Al patriarca, dado a gobernar de viva voz y cuerpo presente a toda hora y en todas partes (García Márquez, 2012, pp. 13-14), «se le veía aparecer en la ocasión menos pensada para imponerle otros rumbos imprevisibles a nuestro destino» (p. 45), y daba la impresión de desdoblarse y estar simultáneamente de manera inesperada por todo el país para inspeccionar las obras o ponerlas en marcha. Bryce (1993) recuerda que «Fidel aparecía cuando menos se le esperaba, o sea a cada rato» (p. 468).
20.La compañía de funcionarios vitalicios, para el caso del patriarca (12), halla su equivalencia en Castro, con su hermano Raúl.
21.El sacrificio de los colaboradores más cercanos –la eliminación de todo hipotético competidor– al descubrir sus ambiciones: para el patriarca, el del ministro de defensa Rodrigo de Aguilar; para Castro, el general Arnaldo Ochoa. Innumerables son los líderes disidentes cubanos que terminaron presos, asesinados, muertos en confusos accidentes aéreos o de tránsito o en el exilio.
22.Los múltiples títulos: el patriarca, comandante supremo de las tres fuerzas, presidente; y Castro, comandante en jefe del ejército, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista, presidente del Consejo de Estado y de Ministros, etc.
23.Los Estados Unidos como trasfondo magnificado para consolidar medidas internas. Castro sobrevivió a nueve presidentes norteamericanos desde 1959 y la lista de embajadores gringos durante el régimen del patriarca es casi interminable.
24.La sobrevivencia a numerosos atentados, más notable en Castro con el medio centenar de la cia (García Márquez, 2015b, pp. 339-343).
25.Cierta indolencia frente a la niñez. En el patriarca se destaca el crimen infame de los dos mil niños de la lotería. Durante el régimen de Castro se dieron hechos similares como el llamado «éxodo de Peter Pan», cuando sus padres, por el temor de perderlos, enviaron a catorce mil niños fuera del país, ante la inminente obligación de entregarlos al albedrío del Estado; o el asesinato de cuarenta y un personas, entre ellos diez niños, en el vetusto remolcador