Название | Escultura Barroca Española. Las historias de la escultura Barroca Española |
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Автор произведения | Vicente Méndez Hermán |
Жанр | Документальная литература |
Серия | Volumen |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788416110834 |
3.1.El Valladolid de comienzos de mil seiscientos
La importancia que habían adquirido durante el siglo XVI —en detrimento de Burgos— los talleres ubicados en la ciudad del Pisuerga, con Alonso Berruguete (c.1488-1561) o Juan de Juni (c.1507-1577) entre sus más célebres titulares, y con Esteban Jordán (c.1529-1598) actuando como puente hasta la llegada de Gregorio Fernández (c.1576-1636), se proyecta al siglo XVII y se materializa en el foco de atención en el que se convierte el obrador del pronto admirado Gregorio Fernández, situado, a la sazón, y desde su adquisición en mayo de 1615, en las casas y el taller que habían pertenecido a Juan Juni, convertidos desde entonces en punto de atención de eruditos y viajeros, al menos hasta el siglo XIX[85].
La pujanza artística de Valladolid como centro rector de la zona castellana se mantuvo por tanto durante la segunda mitad del siglo XVI, preparando el camino de lo que luego sería su segunda gran eclosión en la siguiente centuria. Coadyuvaron a ello factores como el hecho de seguir albergando en su seno a una nutrida y selecta nobleza, aunque las cortes ya no se reunieran en ella, junto a banqueros, asentistas y mercaderes con gustos y posibles, y a una Iglesia cada vez más pujante, que en 1595 veía convertida su colegiata en catedral[86]. Si a ello unimos factores como la fugaz presencia de la corte de Felipe III durante el validazgo del duque de Lerma entre 1601 y 1606[87], de gran repercusión no obstante debido a la llegada —entre otros factores— de numerosos artistas italianos que acudieron atraídos por la corte[88], con Pompeo Leoni a la cabeza, podremos argüir otro de los factores en orden a justificar la importancia de los talleres vallisoletanos durante —al menos— la primera mitad del siglo XVII, en el que se mantiene indeleble el magisterio de Gregorio Fernández a través de unos tipos escultóricos —la Inmaculada, Santa Teresa, etc.— que de continuo serán reclamados por patronos y clientes, y materializados por discípulos y seguidores. Citemos como ejemplo el Cristo yacente del escultor Francisco Fermín (1600-?) conservado en la iglesia zamorana de Santa María la Nueva (Fig.8); fue realizado entre 1632 y 1636 para la capilla funeraria que poseían don Nicolás Enríquez, Oidor de la Real Chancillería de Valladolid, y su esposa doña Isabel de Villagutierre en el desaparecido convento zamorano de San Ildefonso; y utilizado como modelo por el mismo Francisco Fermín para otro Yacente destinado a don Gonzalo Fajardo, conde consorte de Castro, y que Urrea identifica con la imagen de similares características conservada en el convento de Santa Ana de Valladolid, considerado hasta 1987 como obra de taller[89]. Si comparamos la imagen con otros Yacentes del maestro (Fig.2), de inmediato se advierte el modelo, y también al discípulo: el rostro del zamorano es más alargado que los de Fernández, la boca está demasiado abierta, la dentadura superior se ha trabajado de forma escasa y la policromía es menos fina, con exagerada presencia de sangre. Tras la muerte de Fernández en 1636, y alcanzada la mitad del siglo, asistiremos a un proceso de emancipación artística de los distintos obradores y núcleos de población.
Fig. 8. Francisco Fermín, Cristo yacente, 1632-1636. Zamora. Iglesia de Santa María la Nueva.
La generación de escultores más jóvenes presentes en Valladolid en los últimos años del siglo XVI había sido la encargada de protagonizar el giro hacia un mayor naturalismo, abanderando de este modo los ideales que terminaron definiendo la etapa que ahora se inicia. Se trata de Francisco Rincón y Pedro de la Cuadra —a quien nos referiremos después de estudiar a Gregorio Fernández, dada la influencia que recibe de su producción escultórica—.
3.2.Francisco Rincón (c.1567-1608)
Francisco Rincón[90] era el escultor más importante con taller abierto en Valladolid durante el cambio de centuria, “el de más nervio” para Martí y Monsó; amigo o colaborador de los discípulos de Gaspar Becerra, Isaac de Juni y Manuel y Adrián Álvarez, y de su coetáneo Pedro de la Cuadra, aunque por corto espacio de tiempo; titular de un obrador con notable actividad artística, que era reclamado desde Palencia, Burgos, Medina de Rioseco, la propia Valladolid, Alaejos, etc.; y cuya importancia hay que valorar no solo en función de la calidad de su obra, sino también por el hecho de haber atraído a Gregorio Fernández desde Galicia para entrar en su taller en calidad de oficial, tal vez por mediación de los ensambladores Juan de Vila —a quien también se cita como escultor— y Juan de Muniátegui, yerno este de Isaac de Juni, y aquel colaborador de Rincón en Medina de Rioseco antes de su traslado a Galicia para realizar la sillería de la catedral de Santiago en colaboración con Gregorio Español en 1599. El obrador que regentaba Rincón se había convertido en el referente vallisoletano después de la muerte casi coetánea de Isaac de Juni (1597), Adrián Álvarez (1599) y Esteban Jordán (1598), artista del que heredó el clasicismo romanista que le sirvió de punto de partida para su ulterior evolución; sin embargo, su prematura muerte y la fama que pronto adquiriría Fernández terminaron por eclipsarle[91].
Francisco Rincón destaca por haber dado una orientación naturalista a la escultura, abriendo con ello el camino que luego seguirá y potenciará notablemente Gregorio Fernández. Entre las características de su obra destaca el plegado, blando y combado, elegante, con ritmo curvo y sin angulosidades, que tiende a ser cada vez más menudo. Se multiplican en su obra los detalles naturalistas, como los mechones de pelo que luego tomará Fernández; el lenguaje de las manos, que potencian la expresión; las barbas, serpenteantes, alejadas ya de las hirsutas y caudalosas del Romanismo. Entre los modelos que le proporciona a Fernández, recordemos el bello relieve de san Martín partiendo su capa, situado en el retablo —segundo cuerpo, lado del Evangelio— que hizo para el hospital de Simón Ruiz en Medina del Campo (1597) junto a Pedro de la Cuadra, y que Fernández retomará para el grupo del mismo tema en 1606, hoy conservado en el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid. Y se considera también uno de los principales impulsores para otra de las facetas en las que destacó Gregorio Fernández, los pasos procesionales, con los que sin duda este entró en contacto a través del paso de la Elevación de la Cruz (1604-1606, hoy en el Museo Nacional de Escultura) que hizo Francisco Rincón, y donde alcanza el cénit de la representación a lo vivo, como ya señaló Martín González (Fig.10). La asunción de los nuevos ideales también se pone de manifiesto en el San Jerónimo de la iglesia vallisoletana de Santiago, que le atribuye Urrea; de finales del siglo XVI, se trata de una escultura en la que Rincón se revela como un anatomista, a lo que se añade el deseo de inscribir la figura humana en un paisaje que quiere ser naturalista.
Fig. 10. Francisco Rincón, Paso de la Elevación de la Cruz, terminado en 1604. Valladolid, Museo Nacional de Escultura.
Francisco Rincón trabajó como escultor de madera policromada, piedra y alabastro. Citemos las obras que hizo para la vallisoletana iglesia penitencial de las Angustias. En 1605 concertó las esculturas de la fachada, con la Piedad y las figuras de san Pedro y san Pablo. Un año después, el ensamblador Cristóbal Velázquez terminaba el retablo mayor de esta misma iglesia, cuyas esculturas Martín González atribuyó a Rincón. Las imágenes exentas de san Agustín y san Lorenzo escoltan al magnífico relieve de la Anunciación, que se eleva sobre los evangelistas situados en el banco, y se acompaña en el ático por la Virgen de las Angustias, verdadero modelo también para Gregorio Fernández. En el tema de la Anunciación descuella el tratamiento naturalista con el que ya se conciben los rostros del Arcángel y de María, que ve cómo aquel irrumpe en la estancia para poder comunicar el anuncio; el plegado es menudo, animado, pretendiendo despegarse de los fríos pliegues manieristas (Fig.9).
Fig. 9. Francisco Rincón, Anunciación, relieve central del retablo mayor; el retablo estaba pagado en 1606. Valladolid, iglesia penitencial de Ntra. Sra. de las Angustias.
Francisco Rincón es también el autor del paso de la Exaltación de la Cruz del Museo Nacional de Escultura (Fig.10). La obra estaba terminada en 1604, y un reflejo de la fama que