Название | Temblor |
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Автор произведения | Allie Reynolds |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788417333829 |
—Delante de todos sus amigos —añado.
Odette choca los cinco conmigo. Es el vodka el que habla. Normalmente, jamás me sincero tan rápido, sobre todo con gente a la que acabo de conocer, pero contárselo me hace sentir bien. No me había dado cuenta de la rabia que aún me daba. Stefan era un skater profesional que jamás ralentizaba para esperarme y a mí me encantaba correr con él, porque me obligaba a saltarme todas las reglas para seguirlo.
—Tendrías que haberlo mandado al gimnasio —sugiere la chica al otro lado de la mesa.
—¡O contratarle un entrenador personal! —exclama otra.
—¡O darle esteroides! —Las sugerencias se vuelven más atrevidas.
Encajar en un grupo de chicas como estas es una sensación nueva. Las salidas con mis amigas en casa son más dolorosas. Solo quieren hablar de moda y de famosos. Yo me siento más cómoda con las bromas subidas de tono de los compañeros de rugby de mis hermanos.
Llegan más chupitos de vodka. ¿Cuántos llevamos? He perdido la cuenta. No suelo beber. Estoy demasiado ocupada con los entrenamientos, el trabajo o con ambas cosas. Y nunca bebo antes de una competición, pero las demás chicas siguen y hay un par de ellas que, además, se han pedido una cerveza, así que me bebo el contenido de un trago y dejo el vaso con fuerza encima de la mesa.
Las alemanas hablan de nosotras, y creo que es justo lo que quería Saskia. Es una declaración de principios: somos lo bastante duras como para beber esta noche y, además, ganaros mañana. Y quizá sí, si una es Odette Gaulin, aunque no estoy tan segura en mi caso. Pero no quiero decepcionar al grupo.
Curtis se acerca y susurra algo al oído de Saskia. No puedo oírlo por el volumen de la música, pero creo que le ha dicho que no siga bebiendo. Ella agita la mano, como en señal de que no le dé la lata, y Curtis vuelve a su mesa, con expresión enfadada.
—Dios, qué pesado es —exclama.
—Mi hermano también es así —digo—. ¿Cuántos años os lleváis?
—Dos.
—Como mi hermano y yo.
—Tengo dos hermanos mayores —interviene Odette.
—Pobrecita —la compadece Saskia, y nos reímos.
—¿También hacen snowboard? —pregunto.
—No, son velocistas de esquí —explica Odette—. Yo también lo era, pero me cambié al snowboard a los catorce.
—¿Están aquí, en Le Rocher? —inquiero.
—No, este invierno se han quedado en Tignes. ¿Has ido alguna vez?
Eso da pie a una nueva conversación sobre dónde hemos entrenado o competido.
Luego, Saskia se dirige a la barra y veo que ella y Curtis discuten. Jake no se atrevería a decirme qué debo hacer y qué no; llegó a esa conclusión hace años.
Saskia regresa con más bebidas. Nos las tomamos y la banda se lanza con una versión de una canción de The Killers, «Somebody Told Me».
Saskia se pone en pie.
—Me encanta esta canción.
El resto la seguimos al centro de la pista y, de repente, todo el bar está bailando; los cuerpos chocan entre sí en el pequeño espacio. Estoy un poco mareada. No he bebido tanto en años. Antes de irme a la cama, tendré que tomarme, como mínimo, un litro de agua.
Como no se me pasa el mareo, voy a los baños. De camino a la mesa, tropiezo y un par de manos agarran mi antebrazo. Curtis.
Maldigo para mis adentros. Las piernas me tiemblan bastante, y mi voz también titubea:
—Gracias.
Sus ojos brillan.
—Como te he dicho antes, estás invitada a caer sobre mí las veces que quieras.
Me obligo a no ruborizarme y señalo su botella de agua.
—Debes de ser la única persona del local que no bebe.
—No bebo alcohol cuando entreno. Altera mi tiempo de recuperación.
Miro hacia la mesa. Ha llegado otra ronda de chupitos de vodka. Mierda.
Curtis se fija en la dirección de mi mirada.
—Creo que ya has bebido suficiente.
—¿Perdón? —digo—. Si necesito tu opinión, te la pediré.
¿Quién se cree que es? Una cosa es que le diga a su hermana pequeña que no beba más, pero a mí ni siquiera me conoce. A trompicones, voy hacia la barra. No puedo dejar que Saskia pague durante toda la noche. Está claro que puede permitírselo, pero no quiero aprovecharme de ella. Al menos tengo que pagar una ronda.
Pero no tengo ni idea de la marca de vodka que hemos bebido, y creo que Saskia es una persona a quien ese tipo de cosas le importan.
—¿Otra ronda de lo mismo? —sugiere la chica del bar antes de que pueda abrir la boca.
—Sí —exclamo, aliviada.
Dale y Brent están sentados en la barra, más allá. La camarera charla con ellos mientras prepara las bebidas. Lleva un vestido negro corto y botas de tacón, y le miran las piernas descaradamente. Es menuda y muy guapa, con el pelo largo y negro, y lleva los ojos muy maquillados. Oigo retazos de su acento, más marcado que el mío, del noreste de Inglaterra. Ya me cae mejor. Una compañera del norte.
Dale dice algo y ella entorna los ojos. Le responde y él inclina la cabeza, finge estar avergonzado. Brent se ríe y le da una palmada a Dale en la espalda.
La camarera trae las bebidas. Siento pena por ella. Tiene que aguantar a los clientes que solo quieren ligar noche tras noche. Aunque sean tan especiales como Dale, con sus rastas y sus numerosos piercings, estará hasta las narices.
Pero cuando pone los vasos de chupito en mi bandeja, veo que esboza una sonrisa discreta, y caigo en la cuenta de mi error. Es ella quien juega con ellos. Y sabe exactamente cómo hacerlo.
—Aquí tienes —dice—. Son diez euros.
Vacilo. Las bebidas en las estaciones de esquí son carísimas. Pensaba que me costaría por lo menos cincuenta euros. Seguro que se ha equivocado, distraída por Dale y Brent, pero si no le digo nada, le restarán la diferencia del sueldo.
—No puede ser.
Una sombra de irritación cruza sus bonitas facciones.
—Es lo que cuesta.
Vale. Al menos lo he intentado. Le tiendo un billete de diez euros.
Mientras cobra, mira de reojo hacia los dos chicos y sacude el pelo, como diciendo: «No estoy interesada». Observo fascinada cómo Dale se inclina sobre la barra, con las mangas subidas para que se vean sus antebrazos llenos de tatuajes, y la llama. Ella sonríe para sí de nuevo y finge que no lo ha oído.
Jamás he jugado así con los tíos. No sabría cómo hacerlo.
Señala las bebidas con una uña pintada de rojo y dice algo que no entiendo.
—¿Perdón? —pregunto.
—Esa de ahí es el vodka.
¿Qué?
Un pensamiento horrible se abre paso en mi cerebro anegado en alcohol. Pero Saskia no haría algo así.
¿Verdad?
7
En la actualidad
Corremos hacia el frío y oscuro pasillo. La cesta donde habíamos dejado los móviles está vacía.
—¿Quién