Watson & Cía. Detectives de monstruos. Pablo Zamboni

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Название Watson & Cía. Detectives de monstruos
Автор произведения Pablo Zamboni
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9789500211574



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tras ella. Luego, todo volvió a estar en tinieblas, solo una respiración entrecortada me decía que se aproximaba. Estaba petrificado, no podía correr. Mi hermana surgió de la oscuridad. Sin detenerse me tomó del brazo, obligándome a seguirla en la carrera. Corrimos a ciegas, desorientados. De pronto, una minúscula luz centelleó a lo lejos, como un faro.

      –¡Rápido! ¡Hacia allá! No te distraigas, Ulises –me decía Ágatha, casi sin aliento.

      –Te sigo, hermana, te sigo.

      Ágatha estaba asustada. Nunca la había visto correr tan rápido, ni en los torneos escolares. Mis piernas no parecían tener la velocidad suficiente y mi corazón saltaba dentro del pecho, suplicando un descanso.

      Por fin, la silueta de la casa apareció frente a nosotros. La luz que brillaba en una de las ventanas del segundo piso fue nuestra salvación. Unos pasos más y subimos los escalones que nos separaban de la entrada.

      Mi hermana golpeó frenéticamente la puerta. Yo giré la cabeza y vi los ojos encendidos de la criatura, que nos observaban desde la oscuridad.

      También empecé a golpear la puerta, gritando tan fuerte como pude:

      –Señora Núñez, somos Ágatha y Ulises Watson, los hijos del dueño de la imprenta. Déjenos entrar, por favor.

      Oímos pasos que bajaban la escalera. Con un chirrido, que en ese momento me resultó estremecedor, la puerta se abrió y el señor Núñez apareció ante nosotros sosteniendo una azada.

      Con su brazo libre nos rodeó enérgicamente a los dos y nos hizo entrar. Después, cerró la puerta y le colocó, a modo de traba, una gran barra de hierro.

      –Niños, ¿qué hacen por aquí a estas horas? –dijo con voz ronca–. ¡Podían haberse lastimado! He puesto trampas por toda la granja.

      –¡Por suerte no caímos en ninguna! –dijo Ágatha, casi sin voz.

      –Habríamos terminado como sus gallinas –agregué casi en un susurro.

      –¿Quién les contó sobre las gallinas? ¿Vienen del gallinero? –preguntó el señor Núñez muy preocupado y molesto.

      –No los reprendas, Miguel. Yo los llamé –respondió su esposa–. Es decir, los contraté. No creo en tus historias de aparecidos. Quería saber realmente qué, o quién, está matando nuestras gallinas.

      –¿Historias, mujer? Tú no sabes nada ¿Qué habrías hecho si les pasaba algo grave? Habrían podido morir o algo mucho peor.

      –¿Morir? ¿Hay algo peor que morir? –dije muy asustado.

      –¿Sabían que un ser extraño rondaba el gallinero? ¿Por qué no nos alertaron? –reclamó Ágatha, recomponiendo un poco la voz.

      –Yo no los llamé. Si tienen algo que reclamar, será a ella –replicó el señor Núñez, dirigiendo una mirada fulminante a su esposa.

      –Ágatha, querida, ¿vieron algo allá afuera? –preguntó la incrédula señora.

      –Vaya que sí. Hasta le di un golpe a ese algo –dijo mi hermana con una leve sonrisa, entre asustada y orgullosa.

      –¿Lo golpeaste? ¡Por Dios! –dijo el señor Núñez mientras hacía la señal de la cruz, tratando de alejar alguna calamidad.

      –Sí, le di un buen golpe a una criatura con aspecto de perro.

      –¿Estás herida? –interrumpió la señora, exaltada.

      –Fue raro. El perro me daba la espalda, ignorándome. Tenía la cabeza metida en una de las casillas. Tomé una madera que había cerca y descargué un golpe sobre su lomo. Pero ni siquiera se molestó.

      –Pero ¿lograste golpearlo? –quiso saber la señora Núñez, como si se tratara de su telenovela preferida.

      –Eso creía. Entonces tropecé con una barra de hierro que había en el piso. Levantándola con esfuerzo logré descargar un segundo golpe sobre sus patas traseras. Esta vez, el perro giró rápidamente, dando un terrible aullido. Pude ver su tamaño. ¡Era enorme! Pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos: rojos, brillantes y sin vida.

      –Como dos brasas encendidas –interrumpí.

      –Sí, hermano, exactamente. Como dos brasas encendidas. Entonces sucedió algo que no esperaba: se paró sobre sus dos patas traseras, como si fuera una persona.

      –¡Como una persona! –exclamó el señor Núñez con los ojos desorbitados, apretando la azada con fuerza.

      –Entonces pensé: “¡Creo que voy a ser su cena!”, y espantada levanté nuevamente la barra para defenderme. Pero la pata lastimada lo hizo trastabillar y cayó en el bebedero de las gallinas. Le arrojé la barra y comencé a correr a toda velocidad. La luz de un relámpago me permitió ver dónde se encontraba mi hermano. Corrí hacia él, lo tomé del brazo y llegamos hasta aquí.

      –Por Dios, niños, no tienen idea de lo que enfrentaron –dijo el señor Núñez–. Un consejo: olviden el asunto.

      Dichas estas palabras, el dueño de casa decidió encender el fuego de la chimenea. Su mujer se acercó y le susurró algo al oído.

      –Niños, mi esposo los llevará a su casa en cuanto se despeje la niebla. No fue mi intención ponerlos en peligro, les pido disculpas. Tenía la esperanza de que se tratara de un zorro o una comadreja. Aquí tienen, el doble de lo acordado, y gracias por todo. Nosotros nos encargaremos de esto. Ahora descansen, voy a llamar a sus padres, deben de estar muy preocupados.

      –Una cosa más –dijo el señor Núñez–. Si estuviera en su lugar, no me alejaría de casa durante la noche, al menos por un tiempo. Esta clase de criaturas no olvidan fácilmente.

      –Pero ¿qué clase de animal es? –volví a preguntar.

      –De los que no olvidan, hijo, de los que no olvidan.

      –Ulises, ya es suficiente por hoy, creo que el señor ha sido muy claro. Mejor descansemos –sugirió mi hermana.

      Llegamos a casa minutos después del amanecer. Ya no había rastros de la tormenta, ni de la niebla. Mamá nos esperaba asomada a la ventana. En cuanto vio la camioneta, salió a recibirnos. El señor Núñez bajó primero y cambió con ella unas palabras y sonrisas. Esa vez, la reprimenda de mamá fue leve y solo por no avisar dónde nos encontrábamos.

      Capítulo dos

      WATSON Y CÍA.

      Pocas semanas después de aquel episodio en casa de la señora Núñez, mamá nos dio una gran noticia: –¡Niños, despierten! ¡El abuelo pasará el verano con nosotros!

      Ágatha y yo nos alegramos de verdad, hacía mucho tiempo que no lo veíamos.

      –¿Y cuándo llega? –consulté emocionado.

      –Mañana, andén 4, coche 22. Pueden ir a recibirlo a la estación –respondió mamá.

      Al día siguiente me levanté temprano. Ágatha todavía dormía. Tuve que sacudirla un poco para que despertara. Por fin, saltó de la cama, se vistió lo más rápido posible y partimos. Llegamos en el instante en que el ómnibus se detenía. Esperamos unos minutos y