Secuestro. Javiera Paz

Читать онлайн.
Название Secuestro
Автор произведения Javiera Paz
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788418013652



Скачать книгу

la puerta caí al suelo completamente dolorida. Comencé a llorar de desesperación e impotencia, no merecía esto, y menos mis amigas. Mi corazón latía con fuerza de lo mal que me sentía y también me encontraba confundida, no podía entender qué había ocurrido allí afuera.

      No podía calcular cuántas horas había estado sola sentada en la cerámica, pero el llanto me hizo dormir. No sabía qué hora era, ni si se había terminado el día. Cuando desperté, mi cabeza pesaba tanto como si tuviera cien kilos sobre ella. Mi espalda dolía. Lentamente, mis ojos chocaron con las frías paredes del salón de clases. No podía seguir llorando, alguien vendría por nosotras.

      Unas horas después entró un tipo con su rostro cubierto, todos vestían igual, tanto que no se diferenciaban. Lo único que podía distinguir era que el tipo era alto y grande.

      —Traje comida —comentó seco. Dejó una mochila encima de una de las mesas y deslizó el cierre para abrirla. Sacó un pequeño jugo y un sándwich. Se acercó a mí, desamarró mis manos y dejó las cosas en el suelo mientras me observaba de cerca. Ojos celestes. Probablemente esa información me serviría para cuando saliera de aquí.

      —¿Qué hora es? —pregunté. No podía comer.

      —Las siete de la mañana —contestó.

      —¿Qué?

      —Lo que has oído.

      —¿Qué hay de mi familia? ¿Dónde están?

      —Deben estar desesperados —lo escuché reír. Luego de unos segundos, decidí comer, pues no iba a morir de hambre antes de que vinieran por mí—. Voy a ser tu compañero de salón.

      —Prefiero la soledad —respondí.

      —No seas grosera —resopló. Dejó un arma encima de la mesa y me observó fijamente—. ¿No aprecias tu vida?

      —No —contesté.

      El terror me hacía comportarme de manera estúpida. Él rio con ironía.

      —Me gusta tu actitud, Alice.

      Mi garganta se apretó, todo mi cuerpo comenzó a tensarse, ¿cómo podía saber mi nombre?

      —¿Me puedes explicar qué ocurre? ¿Por qué estoy encerrada? —pregunté intentando parecer tranquila y amable, pero estaba completamente alejada de parecer tranquila.

      —Fácil, es un secuestro.

      —Lo imaginé —comenté entre dientes—, pero ¿por qué lo hacen? ¿Por qué nosotras?

      —Bueno, el presidente le debe una gran cantidad de dinero a mi jefe —comenzó a contarme serio y frío—. Y lamentablemente tu escuela es una de las mejores catalogadas a nivel nacional y estamos haciéndole perder mucho dinero al país. De alguna manera tiene que reaccionar. Son treinta chicas secuestradas y sus padres movilizarán al país completo. Mataremos a ese viejo idiota si es posible. —Su voz sonaba demasiado tranquila y fría para mi gusto, ¿acaso no tenía una pizca de remordimiento?

      —Yo no tengo la culpa de eso —mi voz se quebró.

      —Lo lamento. Todos estamos donde debemos estar.

      Lo miré una vez más. Me causaba pavor que se le ocurriera golpearme, incluso cualquier cosa que se les ocurriera hacerme me causaba un miedo incontrolable.

      El tipo, con su semblante tranquilo, pero agresivo, miraba su teléfono, a ratos sonriendo.

      —Quiero ir al baño —solté de pronto.

      El hombre levantó su mirada y se puso de pie para acercarse a mí y, cuando lo hizo, me ayudó a ponerme de pie. Salimos del salón en el que estaba y, al fin, pude ver luz y respirar el aire de afuera. Caminamos al baño y me dejó entrar sola sacándome todo tipo de cuerdas en mi cuerpo. Intenté no tardar demasiado, y por más que miré en todas las direcciones, no había ninguna salida. Todo estaba sellado. Intenté ver a alguna de mis amigas, pero no fue así.

      —¿Estás bien? Ya debemos volver —lo escuché.

      Suspiré aterrada, no quería volver junto a él. Rápidamente me lavé las manos y me dirigí hacia él. Amarró mis manos en mi espalda y nuevamente nos dirigimos al salón en el que estábamos.

      —¿Cuánto tiempo me tendrán aquí? —pregunté.

      —El tiempo que sea necesario.

      —¿Estarás todo el tiempo aquí?

      —Sí, ¿te molesta? Porque si te molesta podemos solucionarlo de inmediato —me observó.

      Tragué saliva mirando sus ojos, que me aterraban. Sabía que podía matarme.

      - capítulo cuatro -

      Él me miraba en silencio casi sin pestañear, tanto que tuve que desviar mi vista porque comenzaba a sentirme incómoda e histérica.

      —¿Estás nerviosa?

      «La verdad, sí. Estoy nerviosa, histérica, aterrada. No sé cuándo voy a salir de aquí, no sé si seguirán golpeándome, si abusarán de mí o simplemente me matarán», pensé, pero no dije nada.

      —¿Puedes decirme cuando haya terminado el día? —pregunté en un tono tan bajo que apenas pude percatarme si me había oído. Él me observó con confusión, abrió su mochila, de donde sacó un reloj de mano que lanzó a mi lado. Miré la hora: 9:07 a. m. Estábamos casi entrando al invierno, así que se oscurecía a eso de las seis de la tarde.

      Eran alrededor de las dos de la tarde y no hice más que mirar la pared y luego mirar al tipo, no sabía qué diablos hacer ni tampoco en qué pensar. Solo me movía para ir al baño o para comer.

      —¿Tienes hambre? —me preguntó.

      —No.

      —Debes comer.

      Iba a responderle, pero dieron algunos golpes en la puerta con fuerza. Él se puso de pie y abrió, salió un momento y solo podía oír sus voces.

      —¿Todo bien? —preguntó el que había golpeado, pues no reconocía su voz.

      —Sí —respondió mi compañero de salón.

      —¿Algún problema con la chica?

      —No quiere comer —contestó y casi pude sentir mi corazón salir de mi pecho.

      Cuando escuché la puerta abrirse mi estómago era un revoltijo, casi creí que iba a vomitar ahí mismo. Era un hombre de aproximadamente cuarenta años, su rostro estaba completamente descubierto. Me observó con sus ojos café y sentí que su mirada quemó mi piel. Mi corazón se aceleró aún más y sentía que pronto me faltaría la respiración. Solo pude observarlo casi orando que no me hiciera daño.

      —Alice, ¿verdad? —preguntó acercándose lentamente a mí. Asentí y por un momento quise desprenderme de ese nombre. Me corrí unos centímetros atrás, hasta que mi espalda chocó con la pared. Respiré profundo intentando tranquilizarme—. ¿Por qué no quieres comer?

      —No tengo hambre —bajé la voz al borde de las lágrimas.

      —¿Quieres morir? Porque si es así, puedo matarte yo mismo —sonrió con tranquilidad.

      —No, no…, por favor —tartamudeé casi atragantándome con mis propias palabras.

      —Entonces vas a comer.

      —Sí, lo haré —contesté rápidamente.

      —Debes obedecer —dijo frío mientras se agachaba frente a mí. Abrió su chaqueta y de ella sacó una pistola. Mi corazón se aceleró, nunca había visto un arma tan cerca de mi rostro. Mi respiración estaba agitada y solo quería correr de ahí. Puso