Secuestro. Javiera Paz

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Название Secuestro
Автор произведения Javiera Paz
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788418013652



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Su entrecejo estaba arrugado. Lo vi quitarse la camiseta de un tirón dejándome ver varios tatuajes negros esparcidos por su blanca piel. No emití ningún sonido, hasta que lanzó la camiseta al colchón y comenzó a moverse alrededor de la habitación frenéticamente.

      —¿Qué diablos te pasa? Estás asustándome.

      Él me ignoró por completo, como si en realidad yo no existiera dentro de esas cuatro paredes. Se acercó a la pared y comenzó a golpearla con fuerza, tanto que sus nudillos comenzaron a sangrar, pero a él parecía no dolerle. Y claramente la pared estaba intacta, pues era puro cemento.

      —¡Ya basta! —grité desesperada. Él no se inmutó ante mi grito, solo estaba golpeando y golpeando mientras su pecho subía y bajaba con aceleración—. Ashton —lo llamé.

      —¡¿Qué?! —exclamó volteándose hacia mí. Me corrí unos centímetros atrás con terror.

      Los nudillos de Ashton continuaban goteando sangre.

      —¡Ashton! —Golpearon la puerta con fuerza, esa era la voz de Marcus Denovan. Mi expresión cambió y pude notar que la de él también.

      Él, de inmediato, intentó regular su respiración con molestia mientras yo rápidamente caminé al otro costado de la habitación, aterrada por lo que iba a suceder.

      —¡Ashton, abre la puta puerta! —Nuevamente gritó Marcus.

      Ashton abrió la puerta con molestia, miró a Denovan, quien se encontraba exasperado. Él me observó a mí en la distancia y luego fijó la mirada en mi compañero de cuarto.

      —¿De nuevo una de tus mierdas? —escuché a Denovan preguntarle.

      —No es nada.

      —Deja de causar tanto alboroto, Ashton.

      Ashton asintió sin más, luego cerró la puerta con fuerza. En cuanto estuvimos nuevamente a solas, miré a Ashton, que se encontraba más calmado.

      —¿Me puedes explicar qué sucede contigo? —pregunté.

      —Es algo complicado de decir —bajó la voz acercándose a mí—. Marcus no quiere que sea bueno contigo. Él quiere que te torture y me mantiene vigilado, Alice —confesó.

      Al decir eso, sentí mi estómago hacerse un nudo.

      —No lo hagas —le pedí.

      —No quiero hacerlo —negó con su cabeza sentándose en el colchón junto a mí, pero mantuvo la distancia—, pero es hacerte daño o destruirme.

      —¿Por qué?

      —No importa el porqué —me observó—. Solo necesito que me obedezcas, no que confíes en mí.

      —Quiero confiar en ti —solté.

      —No quiero que te decepciones cuando te falle, Alice.

      —No me fallarás, lo entenderé —aseguré ilusionada.

      —Nos hemos conocido en un secuestro —murmuró mirándome directamente a los ojos.

      Tenía razón.

      —De acuerdo.

      Él me sonrió sin enseñar sus dientes, era más bien una sonrisa quebrada.

      —¿Qué ha sido eso? —Señalé la pared refiriéndome a sus golpes.

      —Cuando algo me produce frustración o ira debo, no lo sé, golpear algo —confesó—. Soy impulsivo. No puedo retener tantas emociones dentro de mi cuerpo o puedo tener un trance, como ahora.

      —¿Golpeas lo que sea?

      —Lo que tenga enfrente —respondió con honestidad—. Así que, por favor, trata de no intervenir cuando me veas así.

      —¿Podría llevarme un puñetazo?

      —No, pero puedo lastimarte de otras formas.

      —Debes curar tus nudillos —cambié el tema de conversación.

      —Se curarán solos.

      —Claro que no —me puse de pie, saqué una camiseta de Ashton del colchón y le volteé la botella con agua encima. Luego volví a sentarme a su lado.

      —¿Qué haces? —Frunció el ceño.

      —Dame tu mano.

      —Alice, no necesito esto.

      —No seas malagradecido. —Rodé los ojos. Le tomé su mano a la fuerza sintiendo una electricidad que erizó mi piel, pero intenté ignorar la sensación. Comencé a pasar la tela húmeda por sus heridas en carne viva. Él se quejaba y luego comencé con la otra mano. —¿Tienes un cuchillo o algo que corte?

      —¿Pretendes cortar mi camiseta? —Alzó sus cejas.

      Asentí.

      —Sí, ahí, encima de la mesa —indicó.

      Me puse de pie y encontré una navaja; corté la camiseta de Ashton tan bien como pude tomando medidas al ojo, luego la utilicé como vendaje para los nudillos de Ashton, él se quejó, pero luego aceptó lo que estaba haciéndole.

      —Listo —sonreí satisfecha de mi trabajo improvisado como enfermera.

      Él sonrió mirándome, luego se puso de pie y caminó al colchón y se sentó en él.

      —Comamos algo —se encogió de hombros.

      Lo que restó de día estuvimos intentando entendernos, aunque no hablábamos mucho, pues tenía la impresión de que no me preguntaba por las personas cercanas a mi vida porque sabía que me pondría triste y, probablemente, con mi estado anímico alterado, rompería en llanto frente a él. Además, tampoco quería preguntarle por la suya para no incomodarlo.

      Me percaté de que la noche había llegado por la hora que marcaba el reloj que me había facilitado mi compañero de cuarto. Me tendí en el colchón mientras él estaba en otro lugar haciendo algo en su cuaderno que, por cierto, parecía ser su mejor amigo ahí adentro.

      —Cuéntame algo —me dijo con la mirada pegada a las hojas de papel—. Te volverás loca si no hablas con nadie y, ya sabes…, no quiero vivir diariamente con una maniática —bromeó.

      Sonreí.

      —Pregúntame algo —expresé.

      —¿Cuántos años tienes?

      —Diecisiete, ¿y tú?

      —Veintiuno.

      —Mi hermano tiene veintiuno —comenté, él me observó a los ojos y solo pude regalarle una sonrisa triste.

      Lo vi dejar su cuaderno a su costado.

      —¿Por qué estás mirándome así? —pregunté con mis ojos vidriosos.

      —Para que no llores —bajó la voz—. Por favor. Ven aquí —murmuró.

      —¿Para qué?

      —Solo ven aquí.

      Me puse de pie asimilando que, en realidad, Ashton seguía siendo uno de mis secuestradores y podía hacer conmigo lo que le viniera en gana, así que con cautela me acerqué a él y me senté a su lado sin quitarle la mirada de encima.

      —¿Qué me harás? —pregunté bajando la voz.

      Sentí que su expresión cambió, se acomodó cerca de mí y puso ambas manos en mi rostro.

      —Alice, cálmate.

      —Por favor, no me toques —susurré. No me había percatado de que mi corazón estaba latiendo tan fuerte que me llegó a doler el tórax y, sin poder evitarlo, una lágrima recorrió mi mejilla.

      —No te haré nada, por favor, mantén la calma. —Sus manos seguían en mi rostro y yo no podía acostumbrarme a eso.

      —Por