Tormenta de fuego. Rowyn Oliver

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Название Tormenta de fuego
Автор произведения Rowyn Oliver
Жанр Языкознание
Серия HQÑ
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788413750101



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es nuestra jurisdicción —murmuró sin pensar que quizás Max ya lo sabía y no quería escuchar eso.

      —¿El descuartizador de Dallas? —preguntó dejando claro a qué se referían esos informes—. No, ya sé que no lo es.

      —Usted es de allí, ¿no? —Él la miró interrogante.

      —Creo que ya sabes la respuesta, por algo me llamas «cowboy» a mis espaldas.

      Jud apretó los labios con fuerza.

      También le llamaba «culoprieto», pero eso no se lo diría.

      Tomó aire y cerró los ojos por un instante. No sabía que Max se había dado cuenta de ese pequeño apodo, pero no por eso iba a cambiar de tema, cuando estaba claro que para él era algo importante. Quizás el motivo de que estuviera tan apagado últimamente.

      —¿Se ha llevado trabajo de su antigua oficina? —preguntó. Quiso que se acabara ese silencio incómodo, pero también le interesaba la respuesta.

      Jud pensó que él no iba a responderle, pero se equivocaba.

      La última noche, como en tantas otras ocasiones, Max no había podido pegar ojo. Volvía a estar totalmente metido en ese caso, desde que el capitán Gottier lo llamara para informarle de un nuevo asesinato.

      Max se inclinó sobre la mesa y miró a Jud abriendo de nuevo el expediente y empezando a hablar.

      —Hace algo así, como cinco meses, hubo un asesinato con el mismo patrón en Seattle.

      Jud asintió con los ojos bien abiertos. Se inclinó sobre el escritorio para poder ver mejor el informe y las fotografías.

      —¿No creerá…? —Tocó la carpeta con la punta de los dedos y miró a Max pidiéndole permiso para observar el contenido con detenimiento.

      Max se pasó los dedos por sus labios resecos.

      —No lo sé. No tenemos nada claro, ¿no es así? —lo dijo con un airé frustrado.

      Jud sabía que el asesinato lo llevaba uno de los inspectores y sus hombres. No había pedido ayuda a Trevor o de lo contrario ella se habría enterado.

      —¿Puedo?

      Asintió para que ella cogiera los informes y pudiera ver, ahora con su permiso, las fotos.

      —Si es el mismo tipo, el FBI habría intervenido, ¿no?

      —Bueno, no hemos confirmado nada, probablemente se trate de un imitador. Un loco suelto. Incluso puede que sea simple coincidencia.

      —Las coincidencias no existen —sentenció Jud mientras pasaba las fotos con un brillo en la mirada que a él le recordaron sus orígenes—. ¿Todas las fotografías son de Dallas?

      Él asintió.

      —Son del último asesinato.

      Jud entendió que el último asesinato había ocurrido hace años. Max la miraba con detenimiento, esa mujer era un prodigio. Podía ver sus ojos deslizarse sobre las imágenes, observando cada detalle, atando cabos… Dudó por un instante, hasta que finalmente se inclinó. De su cajón derecho sacó otra carpeta. La dejó sobre la mesa y Jud lo miró algo sorprendida.

      Vio al capitán levantarse y cerrar las cortinillas, para que nadie de la comisaría los viera desde fuera.

      —Las pruebas que estás mirando son de Dallas. —Abrió la carpeta que acababa de sacar y señaló las fotografías que estaban en su interior—. Y estás son de Seattle.

      Jud contuvo la respiración.

      —¿Son los asesinatos del último invierno? —Asintió al ver que efectivamente eran los informes que ya había mirado antes.

      Ahora podía comprarlas, ver si era el mismo tipo o un imitador. Frunció el ceño y meneó la cabeza.

      —No.

      —¿No, qué? —preguntó Max al verla tan segura.

      Jud no apartó en ningún momento los ojos de las fotografías.

      —No es el mismo tipo.

      Cogió una de las fotografías que Max tenía esparcidas sobre la mesa. La miró con detenimiento y después pasó a otra y a otra.

      Max supo que lo hacía con ojo experto.

      Después de pasar varios minutos comparando expedientes, ella dijo:

      —No es el mismo —repitió, y esta vez había la misma duda que la primera vez que lo había dicho: ninguna.

      —¿Por qué lo crees?

      Él también pensaba que era un imitador, pero necesitaba otra opinión. Alguien imparcial que no estuviera tan involucrado emocionalmente en el caso.

      —Está claro que tu hombre de Dallas era mucho más pulcro y cuidadoso, jamás habría hecho semejante chapuza —dijo Jud enseñándole una fotografía del asesino de Seattle—. ¿Ves los cortes de los cuerpos de Seattle? Son descuidados, hechos con saña y sin miramientos. Me decanto por una sierra eléctica de tamaño pequeño. ¿Ves?

      Señaló los bordes del corte en el torso y el del brazo que separado estaba en una posición que recordaba a una marioneta, cuyas piezas estaban unidas por hilos. En la fotografía se veía el cuerpo seccionado de la chica, el corte que separaba el torso de los brazos era irregular. Pasó el dedo por la sección que dejaba ver el hueso del brazo al descubierto. La carne estaba hecha trizas.

      —Se ve que intentó hacer diversos cortes desde distintos ángulos. El de Dallas, en cambio… —Cogió otra foto del descuartizador—. Cortes limpios, perfectos, un solo tajo. Es más, creo que si sigo leyendo averiguaré que fueron post mortem. ¿Con un bisturí en la parte superficial? ¿Las chicas murieron por asfixia, no?

      Max apenas podía respirar.

      —Las de Seattle… —Las miró de nuevo y Max pudo verla apretar los dientes mientras guardaba silencio.

      Sin duda, si la agente O’Callaghan hubiera tenido a ese bastardo delante le hubiera descuartizado con sus propias manos.

      Finalmente asintió.

      —Opino igual, O’Callaghan.

      —Además el cadáver está sucio —siguió diciendo Jud—, y se encontró semienterrado. No era el modus operandi del descuartizador de Dallas, los cuerpos quedaron a la vista, limpios, en ocasiones peinados e incluso maquillados. Y colocados de tal manera que parecía que la víctima no había sido hecha trozos. Sin duda el hijo de puta creía que estaba haciendo una obra de arte macabra.

      Max asintió pasando por alto las palabrotas.

      Se levantó de la silla y se puso a su lado para que ella pudiera enseñarle los detalles que él ya había visto, pero con la nueva perspectiva de O’Callaghan quizás pudiera averiguar algo más.

      Jud fue hablando, y Max asentía ante las conjeturas que ella sacaba mientras le señalaba los detalles.

      Situado muy cerca de ella miraba sobre su hombro.

      —Es un puto enfermo —acabó Jud—. Sin duda le gusta montar y desmontar cosas. Un obseso compulsivo, quizás. No sé, esa mierda se la dejo a los loqueros.

      Max rio quedamente.

      —Muchas gracias, agente O’Calla…

      Ella lo encaró demasiado rápido sin darse cuenta de que lo tenía muy cerca. Antes de poder apartarse aspiró su aroma sin querer. Olía a… Max.

      Sonrió sin pretenderlo. «Joder, el puto vaquero de Texas huele de maravilla».

      Max carraspeó dando un paso atrás y ella tomó aire demasiado deprisa.

      —Estoy segura de que es un imitador —le informó. Ella ya había sacado sus propias conclusiones.

      Intentó apartarse un paso para