Название | El tigre en la casa |
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Автор произведения | Carl Van Vechten |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789563651836 |
Y prosigue la marcha solemne: “Los gatos prudentes, los gatos callados / paseando su belleza, su gracia y su misterio”, las serpientes con pelo, como también se los ha llamado; esas “Venus de ojos verdes”, “el animal de casa”, “la esfinge de la chimenea”, “el comedor de ratas”, “el enemigo de los roedores”, “la pantera del hogar”, gatos “con nombres obsoletos y otros no, como Tom, Tiberio, Rogelio, Rutterkin o Puss”; gatos calumniosos, adeptos al faux pas, cuya reputación liquidan con sus garras asesinas; gatos chillones y buenos para la camorra; gatos de cruza que solo desean tener algo que morder; gatos circunspectos de triste semblante puritano y gatas sabihondas que vuelven locos a sus maridos; gatos inciviles que nunca se cortan las uñas; gatos chismosos, llenos de cuentos de Canterbury; grandes damas gatas vejadas por el catarro y el asma, y gatos supersticiosos que maldicen a las estrellas.
1 La teoría de la secta estadounidense de los shakers de que las funciones del sexo “pertenecen a un estado de naturaleza y son inconsistentes con el estado de gracia” no la respalda el gato.
2 Charles Henry Lane (1903), en Rabbits, Cats and Cavies. El gato se llamaba Puddles. “Solía salir a pescar conmigo todas las noches –relata el pescador–. En las noches frías se me sentaba en el regazo y asomaba la cabeza de vez en cuando, o bien yo lo envolvía en una lona y hacía que se quedara quieto. Se me tumbaba encima mientras yo dormía, y si alguien se acercaba maldecía una buena y los enfrentaba; nunca tocaba un pescado, ni siquiera la más diminuta víscera, si no se lo dabas. Me veía obligado a llevarlo a pescar o de lo contrario se paraba y aullaba y maullaba hasta que yo volvía. Lo subía al queche y lo dejaba dentro del bote; entonces se ponía contento. Cuando hacía buen tiempo solía asaltar la proa y sentarse a observar los tollos, que pasaban por miles, y se zambullía y los sacaba sujetándolos firmes entre los dientes como si fueran ratas, y no temblaba con el frío ni la mitad de lo que lo hacía un perro terranova acostumbrado al mal clima. Tenía un aspecto horriblemente salvaje cuando salía del agua con un tollo. Yo mismo le enseñé a entrar en el agua. Un día, cuando era cría, lo llevé hasta el mar para lavarlo y sacarle las pulgas, y en una semana podía nadar tras una pluma o un corcho”.
3 Al gato negro, que lo tiene en mente, el gato chinchilla le da el siguiente consejo en las Novel Notes de Jerome: “Trata de mojarte un poco. Por qué la gente prefiere un gato mojado a uno seco nunca he sido capaz de entenderlo, pero es un hecho que a un gato mojado se le dará cobijo y se le hablará efusivamente, mientras que a un gato seco puede que le apunten la manguera del jardín. Además, si puedes manejarlo y te lo ofrecen, come un pedazo de pan seco. La raza humana siempre se conmueve hasta lo más hondo ante la visión de un gato que come un mendrugo”.
4 Mary Augusta “May” Yohe (1866-1938) fue una exitosa actriz estadounidense de vodevil. Se casó varias veces, siempre con hombres vistosos pero con tendencia a la bancarrota, y murió pobre [NdT].
5 Cuando Pío IX se sentaba a la mesa, su gato entraba junto con la sopa, se montaba en una silla frente a él y sin hablar, decorosamente, observaba hasta que el pontífice terminaba de comer. Entonces recibía su comida de las manos de su amo y se retiraba hasta la misma hora del día siguiente. Su muerte alarmó al palacio, pues se pensó que la pérdida de su viejo compañero de mesa llenaría de dolor a Su Santidad, pero a este “no pareció importarle ni una pizca más que la muerte de su secretario, el cardenal Antonelli”. En cuanto a la debilidad de Richelieu por los gatitos, se ha dado por supuesta y se afirma como un hecho en la mayoría de los libros sobre gatos. Solo Champfleury pone en duda el asunto, en una nota al pie: “Es sorprendente que Moncrif, quien a pesar de su tono burlón hizo extensas investigaciones sobre el tema, no haya dicho una palabra sobre el amor de Richelieu por esos animales. ¿Puede ser que esta peculiaridad, atribuida a un gran personaje político, sea solo una leyenda? ‘Todos saben –dice Moncrif– que uno de los grandes ministros que ha tenido Francia, Colbert, siempre tenía varios gatitos jugando en torno del mismo escritorio en que tantas instituciones útiles y honorables para la nación tuvieron su origen’”. Y Alexandre Landrin escribe: “Con Richelieu, el gusto por los gatos era ya manía; cuando se levantaba por la mañana y cuando se iba a la cama por la noche estaba siempre rodeado por una docena, y jugaba con ellos, deleitándose con sus saltos y jugueteos. Tenía uno de sus despachos acondicionado como refugio para gatos, y encomendó su supervisión a gente conocida. Abel y Teyssandier iban mañanas y tardes a alimentar a los gatos con patés preparados con blanca carne de pollo. A su muerte dejó una pensión a sus gatos y para Abel y Teyssandier, de manera que continuaran cuidando a sus catorce protegidos: Mounard le Fougueux, Soumise, Serpolet, Gazette, Ludovic le Cruel, Mimie Piaillon, Felimare, Lucifer, Lodoïska, Rubis sur l’Ongle, Pyrame, Thisbé, Racan y Perruque. Estos dos últimos recibieron su nombre por haber nacido en la peluca de Racan, el académico”. Dice Gaston Percheron: “La historia registra que Richelieu acariciaba con una mano a una familia de gatos que jugaba en sus rodillas mientras con la otra firmaba la orden de ejecución del marqués de Cinq-Mars”.
6 También Anatole France tenía un Amílcar. A su muerte lo sucedió Pascal, bautizado así por la cocinera de France después de que esta oyera una conversación en la mesa sobre el filósofo. Pascal era un gato callejero que entró por casualidad, le gustó la “ciudad de los libros” y decidió quedarse.
2
SOBRE SUS RASGOS
Ahora que he convencido al lector de que los gatos tienen carácter, es momento de afirmar con la misma contundencia que tienen características distintivas. Ningún amante de los gatos estaría dispuesto a negar esta verdad, puesto que son sus características lo que nos hace amarlos. Muchos de estos rasgos nacen de hábitos ferales, de cientos y hasta miles de años de antigüedad. El perro es un animal que en estado salvaje se desplaza en jaurías y sigue a su líder en las expediciones de caza; domesticado, transfiere esta lealtad desde su líder a su amo, porque el humano es literalmente el amo del perro, como lo es del caballo y del asno, y como lo ha sido del sirviente de la casa. En cambio el gato en estado salvaje cazaba y vivía solo, y hoy conserva esos hábitos independientes. Obsérvese, por ejemplo, a un perro comiendo: si una persona u otro perro se le acerca, va a gruñir; tiene por instinto una memoria que lo impulsa a pelear por el mejor bocado, y es ese instinto lo que lo lleva a devorar sus viandas antes de que se las quiten. Un gato por lo general no muestra esa agitación. Acostumbrado a comer tranquilo y en soledad cuando era fiera, el gato domesticado suele alimentarse despacio