Название | Historia de la Revolución Rusa Tomo II |
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Автор произведения | Leon Trotsky |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789874767233 |
Capítulo XXV
Las jornadas de julio, el momento culminante y la derrota
A partir de este momento, la dirección inmediata del movimiento pasa a manos del Comité del partido de Petrogrado, cuyo principal agitador era Volodarski. De movilizar a la guarnición se encargó la Organización Militar. Ya desde marzo se hallaban al frente de la misma dos viejos bolcheviques, a los cuales debió mucho la Organización en su ulterior desarrollo, uno de ellos era Podvoiski, figura brillante y original en las filas del bolchevismo, con los rasgos característicos del revolucionario ruso de viejo estilo. Procedente del seminario, era hombre de gran energía, aunque no disciplinado, con imaginación creadora, que, justo es reconocerlo, degeneraba fácilmente en fantasía. Más tarde, cuando Lenin pronunciaba la palabra «Podvoiskismo», en sus labios había cierta ironía bonachona, no exenta de advertencia. Pero los lados débiles de esta naturaleza apasionada habían de manifestarse principalmente después de la toma del poder, cuando la abundancia de posibilidades y recursos daba impulsos excesivos a la energía dilapidadora de Podvoiski y a su pasión por las empresas decorativas. En las circunstancias creadas por la lucha revolucionaria en torno al poder, su decisión optimista, su abnegación y su incansable actividad le hacían un director insustituible de las masas de soldados en pleno despertar.
Nevski, ese ex Privatdozent3, más prosaico que Podvoiski y no menos adicto al partido que él, no tenía nada de espíritu organizador, y sólo por una desdichada casualidad llegó a ser, un año más tarde, por poco tiempo, ministro soviético de Vías y Comunicaciones. La atracción que ejercía sobre los soldados era debida a su sencillez, a su carácter comunicativo y a su trato afable.
Alrededor de estos directores pululaba un grupo de auxiliares directos, formado por soldados y jóvenes oficiales, algunos de los cuales estaban llamados a desempeñar más tarde un importante papel. En la noche del 4 de julio, la Organización Militar pasa de golpe a ocupar el primer plano. Podvoiski, que asume sin gran trabajo las funciones de mando, improvisa a su lado un Estado Mayor. Se cursan órdenes e instrucciones breves a todas las fuerzas de la guarnición. Se colocan automóviles blindados en los puentes que unen a los suburbios con el centro y en los puntos estratégicos de las arterias principales, a fin de proteger a los manifestantes contra posibles ataques. Por la noche, los soldados del regimiento de ametralladoras habían apostado ya centinelas propios en la fortaleza de Pedro y Pablo. Por medio de teléfono y emisarios especiales se notifica la manifestación del día siguiente a las organizaciones de Orienbaum, Peterhof, Krasni-Selo y otros puntos próximos a la capital. Huelga decir que la dirección política general del movimiento quedaba reservada al Comité Central.
Los ametralladores no regresaron a sus barracones hasta el amanecer, fatigados y ateridos, a pesar de estar en el mes de julio. La lluvia nocturna había calado hasta los huesos a los obreros de Putilov. Los manifestantes se reúnen cerca de las once de la mañana. Las fuerzas militares no entran en escena hasta más tarde. Hoy, el primer Regimiento de ametralladoras se ha echado también a la calle en toda su integridad. Pero ya no desempeña el papel de instigador que desempeñara en la víspera. El primer plano lo ocupan hoy los obreros de las fábricas. Se unen al movimiento los que en el día anterior se habían quedado al margen. Allí donde los dirigentes titubean o se resisten, la juventud obrera obliga al vocal de turno del comité de fábrica a hacer sonar la sirena para dar la señal de paralizar el trabajo. En la fábrica del Báltico, donde predominaban los mencheviques y socialrevolucionarios, de los 5.000 obreros que trabajan en la misma secundan el movimiento cerca de 4.000. En la fábrica de calzado Skorojod, que durante mucho tiempo había sido considerada como el reducto de los socialrevolucionarios, el estado de espíritu de los obreros habíase cambiado tan rápidamente, que el diputado de la fábrica, un socialrevolucionario, estuvo algunos días sin poder aparecer por allí. Estaban en huelga todas las fábricas; por todas partes se celebraban mítines. Elegíanse dirigentes de la manifestación y delegados encargados de presentar las reivindicaciones del Comité Ejecutivo. Cientos de miles de hombres volvieron a ponerse en marcha hacia el palacio de Táurida, y docenas de miles de manifestantes volvieron a encaminarse hacia la villa de la Kchesinskaya. El movimiento de hoy es más imponente y está mejor organizado que el de ayer: se ve la mano dirigente del partido. La atmósfera es también más candente; los soldados y los obreros quieren provocar el desenlace de la crisis. El gobierno, angustiado, espera. Su impotencia es aún más evidente que ayer. El Comité Ejecutivo espera tropas leales y recibe noticias de todas partes anunciando que avanzan sobre la capital fuerzas militares hostiles. De Kronstadt, de Novi-Peterhof, de Krasni-Selo, del fuerte de Krasnaya Gorka, de toda la periferia próxima, por mar y por tierra, avanzan marinos y soldados, con bandas de música, con armas, y, lo que es peor, con cartelones bolcheviques. Algunos regimientos, exactamente lo mismo que en Febrero, traen por delante a sus oficiales, como si entraran en acción bajo su mando.
«Aún seguía reunido el gobierno —relata Miliukov—, cuando se recibió la noticia de que en la Nevski había tiroteo. Decidieron continuar reunidos en el Estado Mayor. Allí estaban el príncipe Lvov, Tsereteli, el ministro de Justicia Pereverzev y dos ayudantes del ministro de la Guerra. Hubo un momento en que la situación del gobierno parecía desesperada. Los soldados de los regimientos de Preobrajenski, Semiónov e Ismail, que no estaban con los bolcheviques, declararon al gobierno que se mantendrían “neutrales”. En la plaza de Palacio, para la defensa del Estado Mayor, no había más que inválidos y algunos centenares de cosacos». El día 4, por la mañana, el general Polovtsiev anunciaba que Petrogrado iba a quedar limpio de tropas armadas, y ordenaba severamente a la población que cerrase los portales y no saliera a la calle no siendo en caso de extrema necesidad.
Aquella terrible orden no pasó de ser una vacua amenaza. El jefe de las tropas de la región sólo pudo lanzar contra los manifestantes a pequeños destacamentos de junkers y de cosacos, que durante todo el día provocaron tiroteos sin ton ni son y sangrientas escaramuzas. El abanderado del primer Regimiento del Don, que guardaba el Palacio de Invierno, declaró lo siguiente ante la Comisión Investigadora: «Se había dado la orden de desarmar a los pequeños grupos que pasaran por delante, fueran los que fueran los que los compusieran, y asimismo a los automóviles armados. Cumpliendo esta orden, de vez en cuando nos formábamos en fila cerca de palacio y procedíamos al desarme». El simple relato de este cosaco nos da una idea inequívoca de la correlación de fuerzas y del carácter de la lucha. Las tropas «rebeldes» salen de los cuarteles formadas en compañías y regimientos, tomaban posesión de las calles y de las plazas. Las fuerzas del gobierno operan por medio de emboscadas, ataques por sorpresa realizados por destacamentos poco numerosos, es decir, por los métodos con que suelen operar los guerrilleros insurrectos. El cambio de papeles se explica por la circunstancia de que casi todas las fuerzas armadas del gobierno le son hostiles o en el mejor de los casos, guardan una actitud neutral. El gobierno vive de la confianza que le otorga el Comité Ejecutivo, el cual, por su parte, se apoya en la confianza que abrigan las masas de que acabarán por variar de criterio