Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon Trotsky

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Название Historia de la Revolución Rusa Tomo II
Автор произведения Leon Trotsky
Жанр Социология
Серия
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9789874767233



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hacia los bolcheviques tendieron a tomar un barniz de neutralidad. Esto dejó las manos del poder mucho más libres que la llegada, con retraso, de las tropas del frente. Si los bolcheviques se hubieran decidido a tomar el poder el 4 de julio, la guarnición de Petrogrado, no sólo no lo hubiera sostenido, sino que habría impedido que los obreros lo defendieran al ser atacado inevitablemente desde el exterior.

      Menos favorable se presentaba aún la situación en el ejército de operaciones. La lucha por la paz y la tierra, sobre todo después de la ofensiva de junio, hacía que dicho ejército estuviera muy preparado para asimilarse las consignas de los bolcheviques. Pero, en general, el llamado bolchevismo «espontáneo» no se identificaba en su conciencia con un partido determinado, con su Comité Central y sus jefes. Las cartas de soldados de esa época expresan, con mucho relieve, este estado de espíritu del ejército. «Acordaos, señores ministros y todos los dirigentes principales —escribe desde el frente la mano torpe de un soldado—, de que no entendemos gran cosa de partidos, pero no está lejos el futuro y el pasado: el zar os desterraba a Siberia y os metía en la cárcel, nosotros os ensartaremos en las bayonetas». La exasperación extrema contra los dirigentes se combina en estas líneas con la confesión de la propia impotencia: «No entendemos gran cosa de partidos». El ejército se rebelaba constantemente contra la guerra y la oficialidad utilizando, para ello, consignas del vocabulario bolchevista. Pero no estaba preparado, ni mucho menos, para sublevarse con el fin de entregar el poder al partido bolchevique. Las fuerzas de confianza para sofocar el movimiento de Petrogrado, el gobierno las sacó de las tropas más próximas a la capital, sin que los otros regimientos ofrecieran resistencia, y las transportó a la capital sin que se opusieran a ello los ferroviarios. El ejército, descontento, revoltoso, fácilmente inflamable, seguirá siendo políticamente indefinido; los núcleos bolcheviques compactos, capaces de dar una dirección homogénea a los pensamientos y a las acciones de aquella masa inconsistente de soldados, eran excesivamente escasos.

      Por otra parte, los conciliadores, para oponer el frente a Petrogrado y a los campesinos del interior, utilizaban, no sin éxito, un arma envenenada, que la reacción había intentado inútilmente emplear en marzo contra los soviets. Los socialrevolucionarios y los mencheviques decían a los soldados en el frente: «La guarnición de Petrogrado, bajo la influencia de los bolcheviques, no quiere relevaros; los obreros se niegan a trabajar para satisfacer las necesidades del frente; si los campesinos escuchan a los bolcheviques y se apoderan ahora de la tierra, no quedará nada para los que están en el frente». Los soldados tenían todavía necesidad de una experiencia complementaria para comprender a quién reservaba la tierra el gobierno: si a los combatientes del frente o a los grandes propietarios.

      Entre Petrogrado y el ejército de operaciones había la provincia. La repercusión que tuvieron en ella los acontecimientos de julio puede servir a posteriori de criterio muy importante para resolver la cuestión de saber si los bolcheviques obraron o no bien en julio al eludir la lucha inmediata por el poder. En Moscú, el pulso de la revolución era ya incomparablemente más débil que en Petrogrado. En las reuniones del Comité local de los bolcheviques se desarrollaron discusiones vivísimas. Algunos militantes pertenecientes a la extrema izquierda, tales, por ejemplo, como Bubnov, proponían ocupar los edificios de Correos, Telégrafos, Teléfonos, la redacción de la Ruskoye-Slovo, esto es, lanzarse a la insurrección. El Comité, que, por su espíritu general, era muy moderado, rechazaba decididamente estas proposiciones, por considerar que las masas de Moscú se hallaban lejos de estar preparadas para semejantes acciones. Sin embargo, a pesar de la prohibición del Soviet, decidióse organizar una manifestación. Masas considerables de obreros afluyeron a la plaza de Skóbelev con las mismas consignas que en Petrogrado, pero no con el mismo entusiasmo, ni mucho menos. La guarnición distó mucho de responder de un modo unánime, adhiriéndose a la manifestación unidades aisladas, y sólo una de ellas completamente armada y equipada. El soldado de artillería Davidovski, llamado a tener una participación importante en los combates de Octubre, atestigua en sus Memorias que en las jornadas de julio Moscú no estaba preparado y que el fracaso de la manifestación dejó «una mala impresión en sus organizadores».

      En Ivánovo-Voznesiensk, la capital textil, donde el Soviet se hallaba ya bajo la dirección de los bolcheviques, la noticia de los acontecimientos de Petrogrado llegó a la vez que el rumor de que el gobierno provisional había caído. En la sesión nocturna del Comité Ejecutivo se acordó, como medida preparatoria, instaurar el control sobre el telégrafo y el teléfono. El 6 de julio se paralizó el trabajo en las fábricas; en las manifestaciones tomaron parte hasta 40.000 obreros y obreras, muchos de ellos armados. Cuando se supo que la manifestación de Petrogrado no había conducido a la victoria, el Soviet de Ivánovo-Voznesiensk ordenó apresuradamente la retirada.

      En Riga, bajo la influencia de las noticias relativas a los acontecimientos de Petrogrado, en la noche del 6 de julio se produjo una colisión entre la infantería letona, cuyo estado de espíritu era bolchevista, y el «batallón de la muerte», con la particularidad de que el batallón patriótico se vio obligado a batirse en retirada. Aquella misma noche el Soviet adoptó una resolución en favor del poder a los soviets.

      Dos días después fue adoptada una resolución idéntica en la capital de los Urales, Yekaterinburg. El hecho de que la consigna del Poder soviético, que en los primeros meses se propugnaba sólo en nombre del partido, se convirtiera ahora en el programa de distintos soviets locales, significaba, incontestablemente, un gran paso hacia adelante. Pero entre las resoluciones en favor del poder a los soviets y la insurrección bajo la bandera de los bolcheviques quedaba todavía un camino considerable por recorrer.

      En algunos puntos del país los acontecimientos de Petrogrado dieron impulso a agudos conflictos de carácter parcial. En Nizhni Nóvgorod, donde los soldados evacuados se habían resistido tenazmente a ir al frente, los junkers enviados de Petrogrado provocaron, con sus violencias, la indignación de dos regimientos locales. Después de un tiroteo, durante el cual hubo muertos y heridos, los junkers se rindieron y fueron desarmados. Las autoridades desaparecieron. De Moscú fue enviada una expedición punitiva, formada por tropas de todas las armas. Iban al frente de la misma el impulsivo coronel Verjovski, jefe de las fuerzas militares de la región de Moscú y futuro ministro de la Guerra de Kerenski, y el presidente del Soviet de Moscú, el viejo menchevique Jinchuk, hombre de espíritu poco bélico, futuro dirigente de la cooperación y después embajador soviético en Berlín. Sin embargo, su acción represiva no tuvo objeto, pues el comité elegido por los soldados sublevados había ya restablecido completamente el orden.

      A la misma hora aproximadamente, e impulsados asimismo por la negativa de ir al frente, se sublevaban en Kiev, en número de 5.000, los soldados del regimiento que llevaba el nombre del atamán Polubotko, se apoderaban de los depósitos de armas, ocupaban el fuerte, adueñábanse del mando militar de la región, detenían al comandante y al jefe de la milicia. El pánico en la ciudad duró algunas horas, hasta que, gracias a los esfuerzos mancomunados de las autoridades militares, del Comité de las distintas asociaciones y de los órganos de la Rada central ucraniana, se puso en libertad a los detenidos y una buena parte de los sublevados fue desarmada.

      En el lejano Krasnoyarsk, los bolcheviques se sentían tan firmes, gracias al estado de espíritu de la guarnición, que, a pesar de la ola de reacción que se habla iniciado ya en el país, el 9 de julio organizaron una manifestación en la cual participaron de 8.000 a 10.000 personas, en su mayoría soldados. Desde Irkutsk fue mandado contra Krasnoyarsk un destacamento de 400 hombres con artillería, bajo la dirección del socialrevolucionario Kraskovetski, comisario militar de la región. En el transcurso de dos días de conferencias y negociaciones, trámites indispensables en el régimen de poder dual, el destacamento punitivo quedó tan desmoralizado a consecuencia de la agitación realizada por los soldados, que el comisario se apresuró a hacerle volver a Irkutsk. Pero Krasnoyarsk constituía más bien una excepción.

      En la mayoría de las poblaciones provinciales la situación era incomparablemente menos favorable. En Samara, por ejemplo, la organización bolchevista de la localidad, al recibir la noticia de los combates de la capital, decidió «esperar la señal, aunque no se podía contar casi con nadie». Uno de los miembros del partido cuenta: «Los obreros empezaban a simpatizar con los bolcheviques, pero no se podía confiar en que se lanzaran al combate;