Diario de un escritor. Mario Escobar Velásquez

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Название Diario de un escritor
Автор произведения Mario Escobar Velásquez
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789587149180



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 

      Me invade algo que no es pereza, ni temor, pero que conjuga las dos cosas, antes de sentarme a escribir la nueva novela. Sé que nada más empezarla dejaré de ser mi dueño, y seré esclavo de ella. Nada más empezarla me habré graduado de galeote.

        

      La cara de todo ser que haya sabido del Bién y del Mál, es decir todo quisque, es un archivo: en él puede leer todo el que sepa.

        

      Cada uno pelea su derrota.

        

      Figura

      El aire, anhelo y recelo,

      atedia la gracia fina

      de la turbada menina

      que está en el verso y el celo,

      y el aire, y los aposentos,

      y todo lo contamina

      de musicales acentos,

      de su gracia indefinible

      y del perfume imposible

      de la Rosa de los Vientos.

        

      Nada que uno no esté dispuesto a perder es de uno: uno es de ello. No se es, así, dueño sino poseído. Dueño es el que arriesga o es capaz de omitir. Dueño es el que decide, el que maneja. Nada significan el oro, las mujeres y la vida, sino cuando se está dispuesto a perderlas.

      Tan valedero eso con las mujeres. No hay, con ellas, sino una manera de amarrarlas, y es largándolas.

        

      De pronto me metí en la novela, como en una jaula. Sé que entré a prisión. La escribí desde las nueve de la mañana hasta la una de la tarde. Creí, al mirar el reloj, y hallar pasadas cuatro horas, que estaba equivocado. Yo sentí todo ese transcurso como el de una sola.

      Sí es prisión, entonces, porque me veda todo otro asunto, o casi, es una prisión dulce, parecida a un paraíso.

        

      A las dos de la mañana sentí el maullido. Premioso. Áspero. Bajaba del cerro y venía hacia acá. Yo estaba sentado en la cama, fría la espalda desnuda, las manos apretando la cabeza que tenía ganas de hacerla de mini-nova y estallar. Me recordó, reducido, el de las tigresas que sentí llamando al macho, allá en la selva. Tenían lo mismo: un crescendo. Lo mismo: uno le siente el afán, y tiene urgencias de ser tigre, o gato, como anoche fue Bazuko, y llegar a los zarpazos que están debajo del crescendo, filosos, rasgando. Oyéndolos uno quiere tener cola y pelo y garras, y emitir un maullido de respuesta.

      Me levanté. Acá duermo desnudo, como ella, y me di contra el frío como contra una granizada. Los pezones de las tetillas se me endurecieron hasta el dolor y las plantas de los pies conocieron en las baldosas el frío del polo. Bazuko había estado durmiendo acá en mi escritorio, como siempre, sobre las páginas escritas ayer. Pero también él había oído. Había alzado la cabeza y las orejas estaban más afuera que adentro de la casa, alargadas, colectando la noche.

      Abrí la puerta, y le dije: ¡Anda!

      Se disparó como una flecha de humo.

      Yo volví a mi cobijo. Ella musitó: “pero qué frío estás, pobre pápa”. Me cubrió con todo: con brazos, con pechos, con vientre, con piernas, y yo supe que calor es vida y que frío es estar muriendo. Y entonces nosotros también mandamos las orejas para afuera, patrulleras por sonidos, y a pocos oímos los que esperábamos. Unos aullidos pavorosos, como si a la gata la descuartizara el macho y también a él le doliera. ¿Es que así es el goce de esos animales y uno los confunde con dolor? Oímos los zarpazos: porque el amor de las gatas tiene filos, y los usa para cortar. Los oímos largamente.

      Desde las 6 a. m. el gato maullaba quedo, a la puerta, pidiendo entrada, pero no le abrí hasta cuando me levanté, como a las 8. Ya no era una flecha de humo, sino una tarda nubecilla humosa que flotaba hacia los recipientes de agua y comida. Y salvo el momento del almuerzo, al que asistió y disfrutó, ha dormido de continuo. Ella dijo: “Bazuko, hombre”.

        

      Cuando de veras uno considera que tiene que morir, nada queda de importancia, nada, salvo escribir y amar: en ese orden.

        

      A veces creo que sí, que se aprende a escribir. Es cuando las palabras no se me oponen, y antes bien colaboran. Cuando se llega al zumo, sin cáscaras, sin pepas, sin bagazos. Cuando se está allí, en esa situación, es un goce: un goce verdadero, que es además sumamente complejo. Algo tiene de la emoción de la caza: hay que saber, por ejemplo, lo que es enfrentarse a un tigre de los nuestros, el jaguar, libre, mirándonos sin miedo con sus ojos de míster. Algo del vértigo de conducir un buen auto a gran velocidad. Algo de lo sumo del hacer el amor apasionadamente y reiteradamente. Pero que es más que eso.

      Eso explica las devociones. Cuando en cada día deja uno el escritorio, con una o dos o cinco páginas que son la suma de muchas meditaciones, tiene la satisfacción de haber hecho algo hermoso, que no tiene objeto. Lo hermoso no es útil. Y que tal vez muy escasos comprenderán.

      Pero uno anduvo pleno, sintiendo. Nada iguala esos sentires, y uno a la postre es un egoísta inmenso que se buscó su placer.

        

      Ayer, en ese pueblito antioqueño, que es como una verruga en las arrugas de la cordillera, ido para una conferencia que no pude eludir, fui, en alguna manera, “el de mostrar”, que es cosa de enfadar y aburrir.

      Más alto que el pueblo, el cementerio domina. Tiene en él una iglesuca. Adosados a sus costados docenas de cubículos para los ataúdes con su carga. Se me asemejó a un barco cargado sobre el tope de una ola. Su puerto es la disolución de la materia.

      El Liceo, alto en otra colina, tiene a un lado un naranjo pletórico de sus frutos, como de esferas de oro. Así debieron parecer las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides.

      Vi, tomando cerveza en una cantina, a un guapito. El pelo largo y lacio brotando de un sombrero, un chirlo en el mentón, fuerza en los músculos, ojos vivarachos que no perdían detalle ninguno. Le sentí los ímpetus y –la verdad– me dieron ganas de provocarlo. Me las aguanté.

      Como al quitarme el suéter me alboroté el pelo, una chica del auditorio dijo, no para mis orejas, pero ellas oyeron: “Sí debe ser un buen escritor porque tiene pelo de loco”.

      El presentador dijo de mí dos o tres cosas desfasadas.

      Una profesora, que dizque carga con tres títulos, así me lo aseguraron, habló del idioma sin decir nada, no sé cómo hizo para eso, pero fue inobjetable que en lo suyo no podría caber un lugar común más.

      Profesores de pueblo.

      Alcalde ignaro, y lambón, sosteniendo que la iglesia y las autoridades son los pilares del pueblo.

      Granadillas baratas. Aguacates caros. Carne de cerdo buena y barata. Calles empinadas. Plazoleta enana. Y una solterona, vivaracha como diez jaulas de azulejos que dijo que no era necesario que me presentaran porque ya me conocía, y de cuyo beso arrugado y lleno de polvos de arroz no pude esquivarme. Y paz de pueblo por volquetadas.

        

      Iba, hermosa, por la mitad de la calle de las dos de la mañana, bajo la lluvia densa como un cepillo, con los zapatos en la mano, gacha la cabeza, llorando. A cada nada se limpiaba los ojos, porque las lágrimas con sus vidriecitos no la dejaban ver.

        

      Conversación telefónica oída recién:

      —...

      —No. Es que hoy no puedo.

      —...

      —No. Yo tengo. Además a mí no me gusta que me paguen nada.