El castellano andino norperuano. Luis Andrade

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Название El castellano andino norperuano
Автор произведения Luis Andrade
Жанр Документальная литература
Серия Colección Estudios Andinos
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789972429347



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los vínculos entre el castellano y las lenguas indígenas actuales, que forman parte de su adstrato, como los nexos entre el castellano y las lenguas indígenas extintas, sea que estas hayan tenido una influencia efectiva o no en la configuración de las nuevas variedades, porque esa posible ausencia de efectos también forma parte de la historia que interesa reconstruir. Desde este punto de vista, convendría entender el bilingüismo relacionado con el castellano andino como un fenómeno histórico más amplio, que no solamente involucra a las dos lenguas andinas que en el presente aparecen como las más visibles. En este sentido, resulta apropiada la definición de «castellano andino» que ofrece Juan Carlos Godenzzi:

      Por castellano andino entendemos, en un sentido amplio, el utilizado en ámbitos geográficos y/o sociales donde se da, o se ha dado, la presencia o influencia del quechua, el aimara o alguna otra lengua andina (cauqui, jacaru, puquina, etc.); es hablado tanto por grupos de monolingües del castellano o bilingües maternos (que han adquirido simultáneamente el castellano y una lengua andina), como por grupos de bilingües consecutivos (que teniendo como materna una de las lenguas andinas, hablan el castellano como segunda lengua) (Godenzzi, 1991, pp. 107-108).

      Hay que notar, sin embargo, que la última parte de esta definición se contrapone directamente con la división de «español andino» y «español bilingüe» defendida por Anna María Escobar (1994, 2000 y 2011).

      Un tercer problema se relaciona con la ausencia de una perspectiva comparativa interregional en el estudio del castellano andino. No solo sucede que el análisis de esta variedad se ha sesgado geográficamente, y ha favorecido las hablas sureñas y surcentrales del Perú, sino que se observa una falta de trabajos que busquen relacionar los hallazgos efectuados en el territorio peruano con las hablas andinas de otros países como Ecuador, Argentina, Colombia y Bolivia, a pesar de que, por ejemplo, ya existe una tradición descriptiva sobre el castellano andino en el noroeste argentino (Granda, 2001b, Fernández Lávaque, 2002), el altiplano boliviano (Mendoza, 1991; Coello Vila, 1996), Colombia (Arboleda Toro, 2000) y la sierra ecuatoriana (Toscano Mateus, 1953; Córdova, 1996; Haboud, 1998; Haboud & De la Vega, 2008). Salvo casos aislados como el ejemplar trabajo de Germán de Granda acerca de la frase posesiva doblemente marcada (Granda, 2001a, pp. 57-64) y los estudios de Azucena Palacios (1998, 2013, 2005a y 2005b) sobre la variación pronominal, no existen análisis que aprovechen los datos de diferentes países andinos para estudiar el devenir del castellano. Por ello, cuando se habla del «español andino», rara vez se suele pensar en la región en su conjunto como un área en la que se han producido intercambios y contactos en distintos períodos históricos23.

      Mackenzie (2001, p. 151) ha señalado que el castellano andino ha sido definido sobre todo en términos sintácticos y fonológicos. A partir de la revisión bibliográfica efectuada, se hace evidente que, desde el inicio del estudio de esta variedad, se ha privilegiado el nivel fonético-fonológico (Escobar, A., 1978; Mendoza Cuba, 1976) y, secundariamente, se ha abordado el sintáctico (Minaya con Kameya, 1976; Cerrón-Palomino, 2003 [1972]). Algunos trabajos recientes han mostrado la necesidad de abordar los niveles pragmático-discursivos (Zavala, 2001; Calvo, 2000; Merma Molina, 2008; Andrade, 2007) y textuales (Garatea, 2006, 2008). Cerrón-Palomino ha resaltado, en la presentación a un libro de Anna María Escobar, la productividad potencial de una postura atenta a las funciones semánticas generales, antes que a las estructuras particulares en las que estas funciones se expresan (Cerrón-Palomino, 2000b). Ya Godenzzi había propuesto un enfoque similar, que denominaba «onomasiológico», desde sus trabajos iniciales (Godenzzi, 1987, p. 135). La atención puesta en las funciones, tomando en cuenta «aspectos propios de la episteme» (Cerrón-Palomino, 2000b) que subyace a las estructuras formales de las lenguas andinas y el castellano, podría abrir vías interesantes de contacto entre la lingüística andina y otras disciplinas como la antropología y la psicología. Un ejemplo sería el estudio de la transferencia de la evidencialidad (Zavala, 1999; Andrade, 2007), pero el enfoque también podría ser provechoso para estudiar otras funciones semánticas claves en el debate sobre el contacto de lenguas en los Andes, como la posesión, el número y el tiempo.

      Por último, aunque existe un conjunto de trabajos que toma en cuenta fuentes documentales en el estudio del castellano andino, y a pesar de que se encuentra en discusión la historicidad misma del fenómeno, se observan vacíos en la reconstrucción de la historia externa que ha dado lugar a las variedades de castellano en los Andes. En lo que respecta al período colonial, Anna María Escobar (2001a) ha señalado la importancia de dos tipos de actores, los religiosos y los encomenderos, para historizar el aprendizaje del quechua como segunda lengua por parte de la sociedad colonial en el siglo XVII. Gabriela Ramos (2011), por su parte, ha puesto de relieve la necesidad de considerar la figura de los intérpretes —indígenas primero, mestizos después— como una forma de acceder al manejo del castellano por parte de los grupos quechuahablantes en el mismo período, mientras que Charles (2010) ha profundizado en el papel ambivalente de los fiscales indígenas. El estudio de los escribientes indígenas también ha mostrado avances en los últimos años, gracias a los trabajos de Rivarola (2000), Garatea (2006 y 2008) y Navarro Gala (2015) en cuanto al castellano, y los de Itier (1991 y 2005) y Durston (2003 y 2008), desde el lado del quechua. Sin embargo, parece necesario, además de los textos y los actores, avanzar en la comprensión de los escenarios mismos del contacto de lenguas, para contextualizar de manera más precisa la formación de los nuevos castellanos en escenarios regionales específicos, tal como se está haciendo en el caso de la familia lingüística quechua para el Cuzco y Huancavelica del siglo XVIII (Itier, 2011; Pearce & Heggarty, 2011, respectivamente). Dos ejemplos ilustrativos sobre este vacío, en el caso del castellano andino, son, primero, la ausencia de una historia social de las haciendas del sur y la sierra surcentral como espacios de contacto lingüístico y, segundo, las grandes lagunas existentes en cuanto al conocimiento de la educación colonial de los indios del común, a pesar de los avances logrados en torno a la formación de las elites indígenas (Alaperrine-Bouyer, 2007) y para espacios y períodos específicos, como el del Trujillo ilustrado del siglo XVIII (Ramírez, 2009) y el Porco del período colonial tardío (Platt, 2009). Cabe aplicar, entonces, al estudio del castellano andino, el llamado de Ramos (2011) a redoblar esfuerzos para establecer puentes de diálogo entre la historia y la lingüística en el abordaje de problemas que reclaman una mirada interdisciplinaria.

      La historia lingüística de los Andes norperuanos

      La literatura ha abordado por separado la historia y la descripción de las tres lenguas que han estado presentes en los Andes norperuanos de sustrato predominantemente culle, y les ha dedicado desigual atención. Aunque el reconocimiento del culle como entidad idiomática distinta del quechua y del aimara se planteó desde fines de la década de 1940 (Rivet, 1949; Zevallos Quiñones, 1948), la investigación sistemática sobre las huellas de la lengua se inició recién, en las ciencias arqueológicas, a fines de la década de 1970 (Krzanowski & Szemiński, 1978) y, en la lingüística andina, a fines de la década de 1980, con los trabajos de Adelaar (1990 [1988]) y Torero (1989). La presencia del quechua en la zona de estudio se reconoce desde estos primeros trabajos sistemáticos, a partir, sobre todo, de la consideración de la relación agustina (San Pedro, 1992 [1560]), mientras que los quechuas vecinos que subsisten hasta el presente fueron estudiados científicamente desde mediados de la década de 1960, para Cajamarca (Quesada, 1976a y 1976b), para Ferreñafe (Escribens, 1977; Taylor, 1979) y desde principios de esa década para Áncash (Escribens & Proulx, 1970; Parker, 1976; Parker & Chávez, 1976; Swisshelm, 1971)24. En cuanto al castellano de la zona, se debe considerar pionera la descripción del «habla de Calemar» en La serpiente de oro, de Ciro Alegría, propuesta por Alberto Escobar en su tesis doctoral, defendida en 1960 y publicada recién en 1993, con un breve adelanto sobre un tema gramatical puntual (Escobar, A., 1960). Con menor detalle en el análisis pero cubriendo las tres novelas más importantes de Alegría (La serpiente de oro, Los perros hambrientos y El mundo es ancho y ajeno), la tesis de Neale (1973) también debe mencionarse, pues, como veremos en el capítulo 4, a pesar de su brevedad, hace algunos apuntes muy agudos y acertados. Curiosamente, de estos tres códigos, el que se ha estudiado de manera más sistemática e intensa para la región es —con todos los vacíos y puntos pendientes que aún subsisten— el quechua, seguido del culle y, en último lugar, como veremos, el castellano.

      El culle como principal lengua