Название | La revolución del malestar |
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Автор произведения | Gonzalo Rojas-May |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789569986673 |
Entonces, volviendo a la reflexión anterior, ¿debieran los estados definir o transmitir con claridad cuántos profesionales y técnicos va a necesitar cada país en los próximos cinco, diez o veinte años? A primeras luces pudiera parecer que sí, pero el problema es que decir eso devendría en poner un límite, establecer una frontera y ni a las universidades públicas ni a las privadas, a nivel mundial, les conviene eso. Pero, por sobre todo, está la pregunta de si la gente quiere saberlo, porque al delimitarlo, inevitablemente se le corta la esperanza y el sueño a alguien.
La era del deseo lleva aparejada siempre la posibilidad de la frustración. Que la vida no es justa siempre se ha sabido. Pero hoy, cuando al parecer tenemos más derechos y alternativas que nunca, esto se nos hace más evidente.
Con todo, el que los bordes se hayan difuminado ha hecho que la flexibilidad se consagre como un atributo cada vez más necesario para enfrentar el malestar. Los seres humanos, pareciera, debemos ser cada vez más flexibles si queremos encajar en la sociedad.
Hoy por hoy, la tolerancia es un valor que, en lo teórico al menos, no lo discute nadie; como la igualdad de oportunidades, los derechos de la mujer y el de las minorías sexuales, todos son temas puestos muy recientemente en la agenda social y política; como se sabe, en tiempo histórico cincuenta o cien años son nada. Hasta hace un pestañeo de nuestra historia, ninguno de estos modelos de pensamiento existía; estas ideas de justicia, de igualdad de roles, de posibilidades no eran una alternativa. Ya nadie puede estar en desacuerdo con que la democracia posee un valor universal, que la flexibilidad y la tolerancia son principios fundamentales. Sin embargo, en la construcción de este modelo también aparecen gérmenes de intolerancia enormes. Si alguien quiere practicar o pertenecer o definirse como miembro de una comunidad con estructuras, con límites bien definidos, puede ser visto como una persona antidemocrática. Paradójicamente, la tolerancia y lo políticamente correcto se está volviendo, en cierto sentido, cada vez más intolerante. La amenaza integrista religiosa, ecológica, animalista y de género, puede ser el origen del renacimiento de las peores barbaries del siglo XX: los totalitarismos de izquierda y de derecha.
La incertidumbre que nos ha dado la libertad es, paradójicamente, la génesis de buena parte de este malestar que nos invade. Tenemos tanta conciencia de las facultades que la vida nos debería ofrecer, tenemos tanta información sobre los bienes a los cuales podríamos acceder, tenemos tanta noción de cómo nuestros ídolos culturales viven; a través de las redes sociales podemos conocer por dentro las casas de nuestros jefes, los lugares donde toman sus vacaciones nuestros compañeros de trabajo, tenemos tantas expectativas sobre lo que podríamos alcanzar si la vida fuera «justa» con cada uno de nosotros, que hemos terminado llenándonos de ansiedad y angustia por no obtener de manera expedita y rectilínea posible nuestros deseos y anhelos. Hemos olvidado que el logro de cualquier sueño requiere necesariamente esfuerzo y rigor. La justicia y la igualdad de oportunidades no nos eximen de los requisitos y deberes que todo proceso de desarrollo personal, académico o laboral conlleva. Para muchos el choque entre sus sueños y el camino para alcanzarlos son fuente de frustración permanente.
Al analizar la pregunta recurrente y quizá inevitable de por qué para otros la vida es tan fácil, descubrimos que esta posición contiene otra característica de nuestro tiempo: la envidia. Pero como nos avergüenza hacer consciente este sentimiento, lo maquillamos como malestar. Envidiamos la belleza, la inteligencia, la «cuna», las habilidades y la popularidad de los otros con la misma lógica que un niño que espera que todos sus deseos sean cumplidos. «La vida me debe dar por el solo hecho de que yo lo demando». Esta idea es tan pueril como la del usuario de WhatsApp que cree que su mensaje debe ser contestado con la rapidez y la diligencia que él espera.
El malestar social que existe hoy es el resultado del progreso económico y es la comprobación empírica de que este no es suficiente para darle sentido a nuestras vidas. Ya no basta con tener un menú lleno de posibilidades teóricas, no es suficiente la promesa. «Lo quiero todo y lo quiero ahora», cantaba Freddie Mercury en los ochenta. A partir de entonces, con la caída de los socialismos reales, la explosión e invasión que ha hecho la tecnología en nuestras vidas se ha instalado el deseo con sus fauces abiertas. Nos hemos transformado en consumidores que desean no desear, pero no pueden dejar de hacerlo; el bienestar económico nos ha hecho adictos.
Eros nos supera.
1 Frase que alude a «Es la economía, estúpido», creada por James Carville, asesor político de la campaña presidencial de Bill Clinton, como recordatorio interno para el equipo, llegó a convertirse en el eslogan con que Clinton derrotó a George H. W. Bush en 1992.
Capítulo 2
Del «venceremos» al «compraremos»
Entonces, ahora, nos movemos entre el deseo de «lo que quiero que pase» y el miedo de «lo que no quiero que pase». Si, por ejemplo, soy una persona de clase media, me molesta el presente. Por un lado, quiero cambiar mi actual devenir, pero, por otro, no quiero perder lo que ya tengo. He logrado diferenciarme de mi vecino, comparo los bienes que tiene mi compañero de trabajo y los míos. El menú de opciones frente a mí es más amplio que nunca, pero me siento inseguro porque el mundo es menos predecible. Las migraciones me exponen a culturas que no logro comprender del todo. Siento que los valores de mi comunidad se permean con ideas que no necesariamente representan la tradición en la que crecí, un mundo más heterogéneo no es fácil de entender. La tecnología hace que millones de empleos poco calificados se vayan perdiendo año a año en el mundo. Ha aparecido una nueva forma de entender el trabajo y, a través de él, ya no solo quiero obtener un sustento para mi familia y para mí; quiero un trabajo que me dignifique, en el cual encuentre realización personal, tener tiempo libre, trabajar menos horas, pero también sé que la robotización está cada vez más cerca y mis posibilidades laborales se precarizan. Por ello, exijo mi derecho a una sociedad más segura, más predecible, más estable; demando un Estado de Bienestar y, al mismo tiempo, no quiero volver a homogeneizarme. Quiero ser distinto a mis pares, quiero acceder a mayores y mejores oportunidades, sin por ello disolverme en la masa. Quiero que la educación para mis hijos sea gratuita y que su calidad esté garantizada, pero, si pudiera, los enviaría a una escuela privada para darles una, aún mejor, formación académica y potenciales buenas relaciones sociales y laborales para el futuro. El sistema me ofrece todo y de todo, me invita al consumo, ahí está la felicidad. El problema ya no es «ser o no ser»; la disyuntiva es hace ya tiempo otra: «ser o tener», esa es la pregunta.
Paradójicamente, la democracia ha hecho que aumente el malestar social. Mientras más oportunidades, mayor conciencia de mis derechos y más posibilidades de ejercerlos tengo, más le exijo al «sistema», al Estado, al gobierno de turno, a las instituciones, a los tribunales de justicia, a las empresas, a toda la estructura social.
Sí, la democracia liberal triunfó, pero, por lo mismo es que está en crisis. Hoy somos capaces de cuestionar las instituciones democráticas con una fiereza que antes jamás habíamos tenido, porque antes luchábamos por ella. Confrontamos, simultáneamente, los modelos de educación y salud, formas de desarrollo económico, límite al enriquecimiento, tipos de familia, noción de felicidad, relación de pareja, justicia, feminismo, responsabilidad ecológica, LGBT, constitución política, religión, alimentación, partidos políticos; ¿qué no nos estamos cuestionando?
Los ciudadanos de clase media, e incluso los pobres de buena parte del planeta, se sienten estafados. Por un lado, el socialismo prometió igualdad, techo, abrigo, salud, educación, libertad, «democracia real» (aunque aún no se sabe qué es eso). Incluso ofrecía felicidad,