Conquistadores de lo imposible. José Ángel Mañas

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Название Conquistadores de lo imposible
Автор произведения José Ángel Mañas
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788417241353



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y nunca le ha sido retirado, fue por haberlo aceptado así. Una resolución del Consejo Real del cinco de mayo del año once definió las atribuciones respectivas, quedando estas perfectamente limitadas en espera de que los tribunales dieran fallo a estos pleitos. Y es por abusos en esas atribuciones y un exceso de liberalidades, especialmente a raíz de su oposición a que la primera Audiencia real de Indias en Santo Domingo empezase a actuar como tribunal legítimo, que se le ha retirado su gobernanza. De ahí que se reavivase el conflicto de derecho entre su familia y la Corona que mantiene incluso hoy divididos a los hombres indianos. Por todo ello conviene recordar que fue precisamente en nombre de su majestad y no en el del gobernador de Cuba, como se realizó la exploración y conquista del Yucatán, península de la actual Nueva España. Esa exploración la llevó a cabo en el año diecisiete un grupo de ciento diez hombres que carecían de tierras en Cuba y que partieron en tres navíos, uno aportado por el gobernador de Cuba, con órdenes de limitarse a explorar los archipiélagos cercanos, orden que desobedeció la expedición por no mandarlo el rey. Ya entonces Diego Velázquez, como gobernador, no osó oponerse. Y partió, exclusivamente bajo autoridad real, la expedición que llegó a la península de Yucatán, recalco el hecho, sin que hubiera incentivo ninguno de los partidarios del almirante Colón, sino más bien lo contrario. Tras el primer contacto con la Nueva España, en el año dieciocho partió una nueva expedición, esta vez bajo autoridad de Diego Velázquez. Y no fue sino en octubre de ese mismo año, cuando, en una tercera expedición, se nombra a Hernán Cortés jefe de la misma, según capitulaciones extendidas bajo la regencia del cardenal Cisneros. Y no viene tampoco mal recordar que según esas capitulaciones la esfera de actuación originaria de la expedición se limitaba a la búsqueda de náufragos, rescate de cautivos, recogida de información y comercio para costear gastos. Esa licencia se extendió a Hernán Cortés, como capitán general de la expedición y en cuanto armador conjuntamente con Velázquez como únicos socios de la compañía. Recuerdo asimismo que de diez naves siete le pertenecían a Cortes, y que poblar y conquistar no figuraban entre las instrucciones que llevaba, y que don Hernán se desvinculó de don Diego Velázquez al fundar contra sus órdenes la ciudad de Veracruz. Eso es así. Como también lo es que lo hizo según las leyes de nuestro reino y que en tanto municipio castellano creó ese mismo cabildo que, respetando escrupulosamente nuestras tradiciones, por el hecho de su constitución se desvinculó de la autoridad de Diego Velázquez y nombró a Cortés capitán general de la expedición, según términos que luego trasladó con su suplicatoria al emperador don Carlos y que don Carlos dio por buenos. Es decir que, si fina era la vinculación de Hernán Cortés con don Diego Colón, inexistente se puede considerar a partir de la fundación de Veracruz, incidente por el cual la justicia imperial juzgará a Cortés cuando lo estime pertinente. Por todo ello considero necesario separar definitivamente y de una vez por todas, igual que se hizo en su día con el Darién, la Nueva España de cualquier reclamación territorial que pudieren hacer de aquí en adelante los hijos de don Cristóbal Colón, que en paz descanse (…)».

      VI. CARTA DE ÁLVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA A BARTOLOMÉ DE LAS CASAS, OBISPO DE CHIAPAS

      Madrid, a 9 de diciembre de 1546

      Muy reverendo monseñor:

      ¡Cómo me alegra saber de vos al cabo de los años! ¡Cuánto celebro que os halléis bien de salud, y feliz con vuestro flamante obispado! Las noticias de vuestras andanzas por el Nuevo Mundo, imponiendo las Nuevas Leyes a los encomenderos, no dejan de llegar a Madrid. Yo aquí sigo, con mis achaques. Los años no pasan en balde y los míos, bien lo sabéis, se han visto sometidos a grandes sufrimientos.

      Pedís información sobre las Indias, pero ¿qué os puedo contar que vos no sepáis o no hayáis leído en mi crónica «Naufragios»? Para la gente de mi edad, el Nuevo Mundo fue un sueño. Los jerezanos y sanluqueños de mi generación crecimos oyendo relatar los viajes de don Cristóbal, que para nosotros fue lo que para los jóvenes Hernán Cortés. No os descubro nada si os digo que Cortés, al que tan poco estimáis, se ha convertido en el gran héroe de nuestro tiempo. La juventud de hoy, sencillamente, lo idolatra.

      Pero hay otro personaje que a mí me marcó más que ninguno: el portugués Magallanes. Si mi memoria no me falla, creo haber oído alguna vez que vuestra reverencia coincidió con él en el año diecisiete, en Valladolid, en la corte del rey don Carlos.

      Dijisteis que era hombre menudo, más bien insignificante, y bien pudiera ser que diera en sociedad esa impresión.

      Para mí fue un gigante, por lo que logró.

      En esos tiempos yo era aún un mocoso, sirviendo, en Sanlúcar, a los de Medina Sidonia. Fue mientras su flota se abastecía, antes de partir en busca de las Molucas por una nueva ruta que solo él conocía. Desde San Juan de Aznalfarache hasta Gelves, Coria del Río, La Puebla, todos saludaron el paso de la Trinidad, la San Antonio, la Concepción, la Victoria y la Santiago, cuando los cinco barcos desplegaron velas, banderas y gallardetes al viento y se deslizaron por el Guadalquivir hasta los muelles de Bonanza.

      Todavía recuerdo cómo los pajes y criados subían a las almenas del castillo y otros escapaban de palacio y bajaban al puerto para ver de cerca las naves. A mí me gustaba oír a los marineros en las tabernas —ahí había portugueses, andaluces, gallegos, vascos, italianos, flamencos e ingleses—, mientras apuraban vaso tras vaso de fino.

      El veinte de septiembre, tras varias descargas de la artillería, los barcos soltaron amarras y comenzaron a alejarse.

      Era antes de la aciaga revuelta de las Comunidades y el recuerdo pesó mucho en mi juventud.

      Dos años más tarde, siendo yo todavía mozo, en septiembre del veintidós, me conmocionó ver aparecer una nave que desde el oeste ponía proa hacia el puerto de Bonanza.

      Llegaba desaparejada, sin mástil de trinquete y con navegar lento, no se sabía si por falta de velamen o porque la línea de flotación apenas se divisaba de lo hundida.

      Cuando atracó en el puerto, mientras los marineros bombeaban agua de las entrañas del barco, unos pocos harapientos asomaron por la borda. Pronto, con ojos brillantes llenos de lágrimas, bajaron cinco esclavos, y después los demás supervivientes de la armada que tan gallardamente partió en su día.

      En medio de un silencio sepulcral se arrodillaron y besaron la tierra. Se abrazaron unos a otros. Y juntos fueron a rezar en la iglesia de Nuestra Señora de la O.

      Los mandaba el vizcaíno Sebastián El Cano, que sustituía como capitán a Magallanes, muerto en la travesía.

      Cuando supe que aquellos harapientos habían completado la vuelta al mundo, mi admiración ya no tuvo límites. A pesar de su aspecto, yo solo pensaba en las tierras maravillosas que habrían conocido. Y a partir de ese día supe que no podría morirme sin haber visto lo que había allende el mar…

      Un Nuevo Mundo me esperaba con los brazos abiertos.

      2 Tenochtitlán

      Quinientos españoles y varios miles de tlaxcaltecas y totonacas se dirigen hacia la capital de Moctezuma, morada de entre cien y doscientos millares de mexicas.

      «… desque vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua y en tierra firme otras grandes poblazones, y aquella calzada tan derecha y por nivel, nos quedamos admirados y decíamos que parecía a las cosas del encantamiento que cuentan en el libro del Amadís, por las grandes torres y cués y edificios que tenían dentro en el agua y todos calicanto…».

      Historia verdadera de la conquista de la Nueva España,

      Bernal Díaz del Castillo

      I. EL ABRAZO ENTRE DOS MUNDOS

      Sierra Nevada (a treinta kilómetros de Tenochtitlán),

      noviembre de 1519

      1

      —Por última vez, capitán, os rogamos que no nos llevéis a