Un puñado de esperanzas. Irene Mendoza

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Название Un puñado de esperanzas
Автор произведения Irene Mendoza
Жанр Языкознание
Серия HQÑ
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788413072494



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que le quedaba con mi dedo pulgar, con unas ganas locas de hacerle el amor.

      Ella se lo metió en la boca y me lo chupó con fuerza sin apartar sus ojos de los míos.

      —Es solo champán, Gallagher, y j’aime le champagne —dijo muy sensual.

      —No me gusta el alcohol, ninguno.

      Cuando me sumerjo en mis pensamientos más oscuros, solo entonces, soy difícil de descifrar. Eso decía mi abuelo. Y eso debió de parecerle a Frank.

      —¿Estás bien? —preguntó mirándome preocupada.

      —Anda, vamos, te estás mojando —le susurré acariciando su pelo, colocándole bien un mechón que se le escapaba del moño.

      —¿Tienes un cepillo de dientes que puedas prestarme? —me susurró.

      Asentí sonriendo y subí a casa con ella agarrada de mi brazo.

      Frank había bebido lo suficiente para estar bastante alegre, pero no tanto como para estar borracha. Pero eso la hacía más desinhibida aún de lo que ya era y, nada más entrar, se descalzó y se puso a tararear una canción que no conseguí reconocer mientras bailaba. Yo solo pude quitarme la bomber y quedarme quieto observándola, feliz de que estuviese conmigo y no con sus compañeros de función. En aquel momento yo tenía la vanidad por las nubes.

      Se soltó la cremallera del vestidito dorado y se acercó hasta mi plato para vinilos y comprobó que había estado escuchando el disco que me había regalado, el de Turandot.

      —Lo has oído —asintió.

      —Sí —dije susurrando ronco, viendo cómo el vestido caía al suelo. Frank no llevaba sujetador.

      Lo había estado escuchando en una parte, justo casi al final. Había un trozo que me gustaba mucho y que no había podido dejar de poner una y otra vez en toda la tarde, a pesar de las quejas de Pocket.

      —Espera, vamos a escucharlo —me dijo Frank.

      —Es… me gusta mucho, sobre todo una parte del final —dije acercándome para ayudarla con el disco.

      Frank no atinaba bien debido a los excesos con el champán.

      —¿El aria? Esa es Nessun Dorma.

      —La había escuchado ya, pero no sabía de qué ópera era. Espera… —asentí poniendo la aguja en la parte correcta.

      —Me alegra que te guste —dijo animándose a explicarme el aria—. La princesa china Turandot proclama que nadie debe dormir hasta descubrir el nombre del príncipe desconocido que ha resuelto los tres acertijos. Ese es Calaf, quien ha lanzado el desafío de que, si su nombre no es descubierto, la princesa Turandot se casará con él. Eso pasa en el final del segundo acto. El aria inicia el tercer y último acto. Calaf canta, explicando que está decidido, que no se va a rendir ante la frialdad de Turandot, que la vencerá con su amor.

      La puse a todo volumen y Frank me fue explicando la música, traduciéndola, mientras terminaba de desnudarse delante de mí, quitándose las bragas, que cayeron a sus pies. Unas bragas que eran en realidad unas finas tiras de encaje.

      —El príncipe desconocido canta: ¡Que nadie duerma! ¡Que nadie duerma! ¡También tú, oh, Princesa, en tu fría habitación miras las estrellas que tiemblan de amor y de esperanza…!

      —Eres increíble —le dije admirado.

      —No tiene mérito. Crecí escuchando óperas. —Me sonrió y fue a besarme hasta que se dio cuenta de que su aliento olía mucho a champán—. ¡Ups!, ¿me das ese cepillo de dientes?

      —Espera, voy. —Sonreí.

      Le robé uno sin estrenar a Pocket y Frank se lavó los dientes desnuda delante de mí. Yo terminé de hacerlo antes que ella y puse la ópera desde el principio, mientras me desnudaba.

      Entre nosotros no había necesidad de preámbulos, explicaciones o palabras huecas. Sabíamos lo que queríamos juntos, sabíamos lo que se nos daba bien juntos. Ella irradiaba algo excitante, misterioso. Tenía un aura tremendamente sexual que me atraía sin remedio. Y yo parecía atraerla de la misma manera.

      Frank salió del baño y vino hasta mí, mientras yo colocaba unos cuantos preservativos sobre la mesilla, a mano. He de reconocer que no me gustan, pero son necesarios. «Aunque con Frank, quizás con ella… ya veremos», pensé.

      Estaba en esos pensamientos cuando ella se aferró a mí, por la espalda, acariciando mi pecho.

      —Antes, cuando lo de Poppy, me he quedado pensando en que… debes de haber estado con muchas mujeres.

      —No tantas —dije queriendo parecer humilde con mi mejor sonrisa.

      —Yo creo que sí. Se nota que tienes mucha experiencia —aseguró provocativa, rozando mi espalda con sus pechos desnudos.

      —¿Por qué? —reí.

      —Por cómo me lo haces —susurró.

      —¿Cómo te lo hago? —dije volviéndome para mirarla.

      —Muy bien, me follas de maravilla, Mark.

      Aquella chica iba a volverme loco.

      Negué con la cabeza, sonriendo. No todo era merito mío, pensé. El no beber o no drogarme me daba más aguante y pericia en el sexo, pero Frank no se quedaba atrás. La experiencia hasta ahora me había demostrado que las madres de aquellas chicas del Upper East Side eran mucho mejores que sus hijas. Pero Frank era maravillosamente hábil a sus veinte años y rompía la norma.

      —Tú también lo haces genial —asentí.

      —Me apuesto a que has estado con más de veinte mujeres, Gallagher.

      —Sí, tienes razón. —Sonreí ante su inocencia. «Con muchísimas más», pensé decirle, pero no lo hice—. ¿Y tú, con cuántos? Venga, dímelo.

      —No muchos. Hermanos de mis amigas, hijos de amigos de la familia, por supuesto. Algún compañero de colegio… Chicos durante mis vacaciones en Francia… Todos unos críos y ninguno tenía ni idea de follar. Unos inútiles y puedo contarlos con los dedos de… las dos manos.

      Me eché a reír. Frank era divertidísima, una chica irrepetible.

      —Así que… te follo… de maravilla —susurré muy despacio, pasando mi mano por todo su cuerpo hasta alcanzar su sexo y posar mi mano en él, presionándolo suavemente.

      —Me haces el amor, como tú dices —suspiró al sentir mis caricias.

      —Sí… eso es. Y me encanta. Nunca me había gustado tanto —dije inspirando con fuerza, sintiendo cómo mi miembro comenzaba a crecer contra su vientre redondeado y suave

      Ella se frotó contra él, muy despacio, y me acarició el pecho, incitándome.

      —¿Por qué has venido? —le pregunté.

      —Me estaba aburriendo en esa fiesta y… quería estar contigo.

      —Ya. —Sonreí con arrogancia—. Pues voy a tener que divertirte.

      —Umm… sí, eso creo mon chéri —rio justo antes de besarme con deseo metiendo su lengua con sabor a menta en mi boca.

      Entonces, sin abandonar su boca, la tomé en brazos y la llevé a la cama.

      Esa noche todo fue muy dulce entre nosotros. Frank fue tan carnal, tierna y suave… Y yo le correspondí haciéndole el amor del modo más intenso que hubiese imaginado jamás. Nos amamos muy despacio, sin ninguna prisa. Fue un sexo lento, agotador y fantástico. Toda la noche entera haciéndonos el amor mutuamente.

      Ella se enredaba en mí impúdica, sin freno, totalmente entregada al placer susurrándome en francés y haciéndome sentir el mismísimo cielo entre sus piernas.

      Hay mujeres que han nacido para volver locos a los hombres. Frank era de esas mujeres