Un puñado de esperanzas. Irene Mendoza

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Название Un puñado de esperanzas
Автор произведения Irene Mendoza
Жанр Языкознание
Серия HQÑ
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788413072494



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cayó al suelo. Nuestros cuerpos chocaron seguidos de nuestras bocas. Tomé su cabeza con una mano y con la otra la agarré con fuerza por la cintura, bruscamente. Frank apretó sus labios contra los míos, sus pechos contra mi pecho, su cuerpo entero, y yo la acorralé contra la pared metálica del ascensor para no dejarla hablar, metiendo mi lengua en su boca y acallando sus suspiros.

      Mi boca le devoraba los labios, mis manos recorrían su cuerpo, posesivas y urgentes, y ella me correspondía jadeando de gusto. Mi mano libre levantó su falda para comprobar con regocijo que se había puesto medias con liguero. Tiré del liguero suavemente y gruñí de satisfacción. Estaba seguro de que se había vestido así para mí y mi erección, crecida y ávida, se apretó contra el hueco entre sus muslos mientras sus caderas se impulsaban contra ella. Gemí de ganas al sentir la presión de su pubis sobre mi polla. Ella se dejó acariciar el cuello, los pechos, la cintura, los muslos, sin que nuestras bocas se separaran ni un instante. Frank respiraba con jadeos entrecortados mientras, con los ojos cerrados, se dejaba llevar por el deseo.

      Volví a aprisionar su cabeza entre mis manos y ella jadeó elevando los brazos, rindiéndose, a la vez que yo me frotaba con fuerza para conseguir algo de alivio a mis deseos de desnudarla allí mismo y follarla como un animal en celo.

      —Quédate… No te vayas —gimió con voz sensual.

      Gruñí de deseo y mi erección palpitó contra su vientre en toda su gruesa y dura plenitud en señal de aprobación, mientras ella se iba entregando cada vez más entre mis manos, que no paraban de acariciarla. Lo notaba en sus miembros, que se aflojaban adaptándose a la dureza y la tensión de los míos. Frank agarró mi cabeza y mordiendo mis labios suspiró de placer.

      Sabía que, si seguía apretándola así, frotándome con tanta intensidad, la haría llegar. Ella era la mujer más rápida en alcanzar el orgasmo que había conocido en toda mi vida.

      Pero el ascensor paró obligándonos a hacer lo mismo. Así que completamente duro y sofocado salí del ascensor mientras ella iba delante de mí, acariciando mi erección, con medio pecho fuera de la chaqueta y la falda subida, mostrándome sus nalgas y el liguero.

      Yo metí mi mano bajo su falda y apreté su sexo tapado por apenas unas tiras y un trocito de suave tela empapada que ya fantaseé con romper en cuanto entrase por la puerta. Emití un salvaje gruñido de satisfacción y mientras ella sacaba las llaves del bolsillo de su abrigo metí un dedo en sus bragas para introducirlo en su interior. Frank jadeó sorprendida y se tensó arqueándose a punto del orgasmo.

      «No vamos a llegar a la cama», pensé sonriendo, sacando mi dedo de ella con lentitud.

      Justo acabábamos de entrar por la puerta. Ya me había abalanzado sobre ella sujetándola por el vientre, apretándome contra sus nalgas y mordisqueando su cuello cuando escuché una voz masculina que venía del interior de la casa y que llamó a Frank.

      —¡Es mi padre! —susurró Frank separándose de mi al instante para recolocarse la ropa e intentar arreglar el desastre que mis manos habían hecho en su pelo.

      —¡Joder! —exclamé.

      —¡Shsssss! —me pidió tapándome la boca con su mano.

      Yo se la chupé con mi lengua, riendo bajito y ella me empujó hacia la puerta.

      —¡Sí, papá! ¡Hola! —gritó sacándome al descansillo del ascensor.

      —Lástima —susurré dándole un rápido beso.

      Ella me correspondió con su lengua y tras eso asintió sonriendo y haciéndome gestos me apremió para que me fuera.

      Me metí al ascensor aún excitado, con las manos en los bolsillos para poder disimular el bulto aún visible en mis pantalones, salí del edificio de camino a casa, dispuesto a darme una ducha caliente mientras me masturbaba.

      Sonreí al salir a la calle imaginado a Frank haciendo lo mismo.

      «¿Lo hará?». Y pensé que me encantaría verla en esos menesteres solitarios.

      «Mañana se lo preguntaré. O mejor aún, la llamaré luego para salir de dudas».

      Capítulo 13

      Nights of White Satin

      Pocket no estaba cuando llegué a casa, así que aproveché para meterme en la ducha. Pero ya me había tranquilizado en el largo camino desde Manhattan hasta Forest Hills, así que desistí en mi primer propósito de aliviarme bajo el agua caliente. En vez de eso me consolé con un sándwich y un vaso de leche.

      «Debo de estar envejeciendo», recuerdo que pensé.

      Me tumbé en la cama con el estómago lleno y pagué los excesos sexuales de la noche anterior y mi sesión de boxeo de la mañana porque me quedé como un tronco y ni me di cuenta de cuándo llegó mi amigo.

      Cuando llamaron a la puerta pensé que era Pocket, pero percibí su voz dentro de casa, aún con los ojos cerrados, y me percaté de que era él mismo quien estaba abriendo la puerta a alguien. De pronto escuché cómo Pocket me llamaba y oí la voz de Frank como en un susurro, o más bien fue un sollozo, y me levanté inmediatamente para correr hacia la puerta en calzoncillos.

      —Mark… Frank quiere… —balbuceó Pocket.

      Ella estaba en la puerta llorando y mi amigo la miraba sin saber muy bien qué hacer.

      —Lo siento… —sollozó—. Me he peleado con mi padre y… no sabía a dónde ir.

      —Anda, pasa —le dije dulcemente, acariciando su espalda para hacerla entrar.

      —No quiero estar en esa casa con él —protestó entre lágrimas.

      —Tranquila. Ven, ven conmigo —le dije conduciéndola hacia mi cama.

      En ese momento me di cuenta de lo sola que estaba Frank. Parecía muy alterada, no dejaba de hipar y tuve que ayudarla a quitarse el abrigo. Bajo él tan solo llevaba un sujetador y la faldita corta de vuelo. Aún llevaba puesto el liguero.

      Pocket regresó a la cama para darnos privacidad y yo me tumbé junto a Frank tapándola con el edredón. Tengo que reconocer que me asustó verla en ese estado y hasta pensé que podía ser por mi culpa. Tal vez su padre se había enterado de lo nuestro.

      —¿Quieres contarme lo que ha pasado? —susurré acariciando su espalda con suavidad, intentando confortarla.

      Ella negó con la cabeza en silencio. Por lo menos había dejado de llorar y eso me dejó un poco más tranquilo.

      —¿Te preparo un té? —pregunté.

      —No, quédate conmigo —susurró apretando su espalda y su trasero contra mi cuerpo.

      «No es el momento», suspiré.

      No tardó en quedarse dormida y fue cuando me levanté a hacerle el té. En ese momento recordé todos los tés que había preparado para mi padre. Le aliviaban la resaca, decía.

      Me había desvelado por completo. Fue cuando vi que Pocket estaba vestido y se ponía un anorak.

      —¿Te vas? —pregunté en voz baja.

      —Sí, a casa de Jalissa, ya la he avisado. Os dejo solos —dijo acercándose—. Si necesitas algo llámame, ¿vale, tío?

      —Sí, sí, gracias —dije agradecido, dándole una palmada en la espalda.

      Pocket salió por la puerta y yo continué preparando el té, inquieto aún por Frank.

      Tan solo habían pasado cuatro horas desde que la dejé en su casa. ¿Qué le había ocurrido para largarse de allí en ese estado? Mil ideas cruzaban por mi cabeza, a cual peor, pero solo Frank podía sacarme de dudas cuando estuviese preparada, y en ese momento no parecía estarlo en absoluto.

      Regresé a la cama con dos tazas de té que dejé junto a una caja, la que hacía las veces de mesilla. Frank estaba