Название | Sesenta semanas en el trópico |
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Автор произведения | Antonio Escohotado |
Жанр | Путеводители |
Серия | |
Издательство | Путеводители |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788494862250 |
Entre los mayores de 24 años y menores de 29, el 84,9 % ha consumido alguna vez hachís y marihuana, el 64,4 % cocaína, el 53,8 % éxtasis y el 38 % LSD. Sólo la búsqueda de amistad y sexo parece comparable al móvil de colocarse con alguna sustancia psicoactiva, si bien su satisfacción resulta menos segura. Como observa uno de los preguntados, «se disfruta todavía más follando, pero es más fácil pillar unas pastis». Este joven, al igual que la mayoría de sus colegas, consume los viernes y sábados un cóctel de drogas lícitas e ilícitas, orientado a conseguir al menos diez o quince horas de gran estimulación.
El fin de semana se ha convertido en una institución de enorme vitalidad social y económica. Un 82 % de quienes tienen menos de 18 años sale tres o cuatro veces cada mes, casi siempre con cargo a la asignación familiar, y visita cuatro o cinco lugares por noche. Los que ya tienen algún empleo vienen a gastar un mínimo de 60 euros por salida. Si pertenecen al grupo con vocación progre la ceremonia periódica supone pastillas de éxtasis, algo de hachís y la entrada a locales. Si pertenecen al grupo con vocación pija —y cheli— el presupuesto incluye generosas adiciones de cocaína y alcohol, a veces heroína también. Una alternativa frecuente a la estrechez económica es comprar y revender, en mayor o menor escala.
Hay curiosidades añadidas. Según expertos oficiales, la ingesta de alcohol ha bajado en los últimos diez años a casi la mitad; los alcohólicos tienen más de 40 años, y el resto de los bebedores hace en su mayoría un uso intenso los fines de semana, siguiendo la pauta inglesa. Por lo que respecta a drogas ilícitas, el estigma farmacológico no funciona en España para quienes están entre los 15 y 30 años, y es aventurado decir —juzgando por las existencias disponibles— que subsista una guerra contra ellas. La facción antes más representativa de la ilegalidad —el yonki de aguja— se ha extinguido prácticamente, aunque esa sustancia (y el resto de las prohibidas) valgan la mitad o menos que hace una o dos décadas. Se suma al cambio un público creciente para la experimentación informada con vehículos alternativos de ebriedad, que además de placer persigue conocimiento y autosuficiencia, orientándose hacia la botánica y la química. Lo pone de manifiesto una espectacular multiplicación de reuniones, asociaciones y publicaciones sobre el asunto.
El tema tendrá perfiles propios en Tailandia, donde la adulteración de heroína y estimulantes anfetamínicos probablemente sea mucho menor. Es imposible adulterar la marihuana, a diferencia de lo que pasa con el hachís.
13/8
Envuelto en celajes pardos y aguaceros, rebosante de mendigos y desagües malolientes, Bangkok empieza a parecerme un infierno. La expresión «lujo asiático» se explica visitando hoteles de cinco estrellas, tan abundantes en varios puntos de la ciudad. Media docena de restaurantes, varias piscinas, fastuosos vestíbulos y salones, discotecas, centenares de empleados y un vasto complejo interior de tiendas son cosa habitual. Mi reserva fue hecha por la universidad a un precio excelente, y he tardado tiempo en ver que la factura puede triplicarse si uno llega sin el blindaje de un paquete turístico o el apoyo de algún nacional. De hecho, la discriminación resulta más profunda que en Iberoamérica y África —hablo de Nairobi, Zanzíbar, Lagos o Malabo—, velada apenas por suaves modales. Nadie grita ni pone mala cara, aunque la entrada a templos sea gratuita para el nativo, y onerosa para el extranjero. Si hay cola ante alguna dependencia administrativa el farang debe dejar su vez al tailandés, de acuerdo con el principio llamado «cortesía con el nacional». La suposición implícita es que todo farang resulta millonario, si bien lo cierto es que el país quiere visitantes cómodos (quién no), y decreta que permanecerán allí lo justo para vaciar su monedero. El motivo de esta discriminación podría ser racismo, robustecido por sentimientos de inferioridad y un temor a perder tradiciones, si bien necesito más referencias para formar juicio. Lo que va haciéndose evidente, por ahora, es el otro lado de la zalamería, con sus mil modalidades de sonrisa.
14/8
Cruzo por Royal Plaza después de cenar, donde todos los martes una muchedumbre venera la estatua en bronce del rey Chulalongkorn o Rama V, a quien ofrecen rosas, incienso, velas y botellas de whisky (más frecuentemente bourbon que escocés). Primer rey thai en visitar Europa, importó de nosotros e impuso con su ejemplo sillas y cubiertos de mesa, así como el pelo largo en la mujer. Bastó que se lo sugiriera a su concubina favorita, pues desde el periodo Ayuthaya era regla llevarlo muy corto. Siguiendo orientaciones de su padre Mongkut, este monarca encantador hizo lo contrario que Augusto y subsiguientes emperadores romanos: tras nacer divino (primogénito real) optó por hartarse de decir que era un mero hombre, satisfecho de vivir como tal. Entre sus fotos destaca un retrato donde viste como un parisino de clase media en la Exposición Universal. Allí vemos una frente muy despejada, ojos de profundidad serena, una nariz insólitamente enérgica para el estándar thai y el óvalo agraciado de su pueblo. El rostro compendia apostura, dignidad y e inteligencia.
No es extraño que algunos biznietos de sus súbditos —los hoy empresarios y profesionales— le hayan improvisado este altar en Bangkok, que prolongan efigies suyas en tantos hogares. El nuevo culto empezó tras el golpe de Estado de 1991, viendo la clase media instruida que ni los abades budistas ni el monarca se oponían enérgicamente al nuevo pucherazo militar. Venerar a Chula, como aquí le llaman familiarmente, es una manera de recordar a gorilas y dinosaurios sus logros de estadista, y a todos los demás hasta qué punto cabe hacer reformas benéficas. No menos simpático me cae que haya tantas ofrendas de whisky en su santuario. Las habría también de otras sustancias psicoactivas, si no mediara una inquisición farmacológica.
En 1874, cuando acababa de cumplir la mayoría de edad, Chula abolió la esclavitud en todo su territorio, adelantándose no sólo a toda Asia sino a las colonias de Cuba y Brasil, donde la abolición se hizo esperar hasta 1886 y 1888 respectivamente. Las deudas de juego eran el principal origen de esclavos en Tailandia —por autoventa del deudor, y mucho más a menudo por venta de sus hijos—, y cuando Chula emancipó a estos infelices quiso abolir también todos los lugares de juego, una medida bastante menos popular si se considera que indochinos y chinos son reconocidamente las gentes más afectas del planeta a actividades de apuesta.2 Los chinos tienen hasta un dios antropomórfico del asunto, lógicamente vestido con harapos. Si no me equivoco, esa normativa sobre casas de juego no afectó a la posibilidad de jugar en privado, pero además de vulnerar derechos adquiridos se opuso a costumbres muy arraigadas, y puede compararse (en ambición y reveses) con el experimento moral representado por la Ley Seca norteamericana. En 1940, cuando el monarca llevaba muerto tres décadas y sus descendientes proseguían con tesón la política que él inició, se calcula que un tercio de la renta percibida por pequeños propietarios agrícolas y colonos paga deudas de juego; lo mismo sucede a grandes rasgos en China y el Sureste. Esta pasión por el riesgo privado quizás compense la falta de pasión por el riesgo político, en cuya virtud la inmensa mayoría de estas poblaciones se conforma con el estatuto del súbdito.
Pero Chula hizo más que abolir la esclavitud formal, pues dicha institución deriva en última instancia de sacralizar autoridades fácticas. Hubiese sido incongruente emancipar a esclavos y esclavas sin abolir un sistema de satrapías que en Tailandia se remontaba al siglo XIII, con la dinastía Sukhothai,3 y el joven monarca sustituyó a esos autócratas regionales por una administración a la europea, donde en vez de comprometerse a levar tropas y cobrar tributos —como buenamente quisieran— los gobernadores cedieron poderes a delegaciones de educación, agricultura, comercio, industria, guerra o interior, áreas convertidas en ministerios. Chula se aseguró de que su hijo y heredero Vajiravudh (Rama VI) estudiara una carrera en Europa, y si de él hubiese dependido los thai serían hoy como los singaporeños, tanto más amantes de sus tradiciones no despóticas como volcados sobre la construcción de una sociedad abierta. No basta querer para lograr, sin embargo, y sus herederos han tenido dificultades, a veces insuperables, para ser modernos y al tiempo clásicos. Me da la sensación de que este