El Tipo Perfecto . Блейк Пирс

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Название El Tipo Perfecto
Автор произведения Блейк Пирс
Жанр Современные детективы
Серия Un Thriller de Suspense Psicológico con Jessie Hunt
Издательство Современные детективы
Год выпуска 0
isbn 9781640299955



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mayor potencial de reventa. Además, nunca sabes cómo puede cambiar tu situación en un par de años”.

      “Eso es cierto”, reconoció Jessie, pensando mentalmente que solo hace dos meses estaba casada, embarazada, y viviendo en una mansión en Orange County. Ahora estaba separada de un asesino que había confesado su crimen, había perdido a su hijo nonnato, y estaba viviendo con una amiga de la universidad. “Pero un dormitorio me va bien”.

      “Por supuesto”, dijo Bridget en un tono que indicaba que todavía no se iba a rendir. “¿Te importa si te pregunto cuáles son tus circunstancias? Me puede ayudar a enfocarme mejor en tus preferencias. No puedo evitar notar que tienes la piel más pálida en el dedo anular donde hasta hace poco había un anillo de bodas.

      “Podría adaptar la selección de ubicaciones dependiendo de si estás pensando en tirar hacia adelante con todas tus fuerzas o en… acomodarte”.

      “Estamos en la zona adecuada”, dijo Jessie, mientras su voz se tensaba involuntariamente. “Solo quiero ver apartamentos de un dormitorio por aquí. Esa es toda la información que necesitas ahora mismo, Bridget”.

      “Por supuesto. Lo siento”, dijo Bridget, escarmentada.

      “Tengo que tomar prestado el cuarto de baño un momento”, dijo Jessie, sintiendo como la tensión que había en su garganta se expandía hacia su pecho. No estaba segura de lo que le estaba pasando. “¿Está bien?”.

      “Por supuesto”, dijo Bridget. “¿Recuerdas dónde estaba, al final del pasillo?”.

      Jessie asintió y se dirigió hacia allí lo más deprisa que pudo sin echarse a correr. Para cuando llegó y cerró la puerta, tenía miedo de que se fuera a desmayar. Parecía como si estuviera a punto de tener un ataque de pánico.

      ¿Qué diablos me está pasando?

      Se refrescó la cara con agua fría, y después reposó las palmas sobre el mostrador mientras se guiaba a sí misma a través de unas respiraciones lentas, y profundas.

      Las imágenes se sucedían a través de su mente sin ritmo o razón de ser: estar acurrucada en el sofá con Kyle, temblando en una cabaña desolada al fondo de la cordillera Ozark, mirando el ultrasonido de su bebé por nacer y que nunca lo haría, leyendo una historia para irse a dormir con su padre adoptivo en una mecedora, viendo cómo su marido arrojaba un cadáver desde un yate en las aguas costeras, el sonido de su padre susurrándole “bicho de verano” al oído.

      Jessie no sabía por qué le había alterado la pregunta básicamente inocua que había hecho Bridget sobre sus circunstancias. Lo cierto es que lo había hecho y ahora sentía un sudor frío, temblaba involuntariamente, y miraba de vuelta al espejo a una persona que apenas reconocía.

      No estaba del todo mal que su próxima parada fuera para ver a su terapeuta. El pensamiento calmó ligeramente a Jessie que tomó unas cuantas respiraciones profundas antes de salir del cuarto de baño y dirigirse al fondo del pasillo hasta la puerta principal.

      “Ya te llamaré”, le gritó a Bridget al tiempo que cerraba la puerta después de salir. Pero no estaba segura de que lo haría. Ahora mismo, no estaba segura de nada.

      CAPÍTULO TRES

      La consulta de la doctora Janice Lemmon solo estaba a unas cuantas manzanas del apartamento del que Jessie estaba saliendo y se alegró por la oportunidad de caminar y aclararse la mente. Mientras descendía por Figueroa, casi se alegró de sentir el viento punzante, cortante, que hacía que se le humedecieran los ojos antes de secarse de inmediato. El frío sobrecogedor empujó la mayoría de los pensamientos hacia un lado, excepto el de moverse deprisa.

      Cerró la cremallera del abrigo hasta el cuello y bajó la cabeza mientras pasaba junto a una cafetería, y después un restaurante que estaba casi a rebosar. Eran mediados de diciembre en Los Ángeles y los negocios locales hacían lo que podían para que sus fachadas resultaran festivas en una ciudad donde la nieve era casi un concepto abstracto.

      Sin embargo, en los túneles de viento que creaban los rascacielos del centro urbano, el frío siempre estaba presente. Eran casi las 11 de la mañana, el cielo estaba gris y la temperatura rondaba los diez grados. Hoy iba a bajar hasta los cuatro grados centígrados. Para Los Ángeles, eso era frío siberiano. Por supuesto, Jessie ya había pasado por inviernos mucho más fríos.

      De niña en su Missouri rural, antes de que todo se fuera al carajo, jugaba en el pequeño patio de la casa móvil de su madre en el parque de caravanas, con los dedos y la cara medio entumecidos, montando muñecos de nieve no demasiado impresionantes, pero de rostro alegre, mientras su madre la observaba con atención desde la ventana. Jessie recordaba preguntarse por qué su madre nunca le quitaba los ojos de encima. En retrospectiva, ahora estaba claro.

      Unos cuantos años más tarde, en los suburbios de Las Cruces, Nuevo México, donde vivió con su familia adoptiva después de que la metieran en el programa de Protección de Testigos, iba a esquiar en las laderas de las montañas cercanas con su segundo padre, un agente del FBI que proyectaba un profesionalismo sereno, sin que importara la situación de que se tratara. Siempre estaba ahí para ayudarle cuando se caía. Y generalmente, podía contar con una taza de chocolate caliente cuando descendían de las colinas desérticas, peladas y regresaban al albergue.

      Esos recuerdos del frío le calentaban mientras doblaba la esquina de la última manzana para ir a la consulta de la doctora Lemmon. Con mucho cuidado, eligió no pensar en los recuerdos menos agradables que, inevitablemente, se entrelazaban con los buenos.

      Se presentó en recepción y se quitó las capas de ropa mientras esperaba a que le llamaran para entrar a la consulta de la doctora. No tardaron mucho. A las 11 en punto, su terapeuta abrió la puerta y le invitó a pasar adentro.

      La doctora Janice Lemmon tenía unos sesenta y tantos años, aunque no los aparentaba. Estaba en excelente forma y sus ojos, detrás de unas gafas gruesas, eran agudos y enfocados. Sus tirabuzones rubios brincaban cuando caminaba y poseía una intensidad contenida que no podía enmascarar.

      Se sentaron en unos sillones de felpa la una frente a la otra. La doctora Lemmon le concedió unos momentos para que se asentara antes de hablar.

      “¿Cómo estás?”, le preguntó de esa manera abierta que siempre hacía que Jessie se planteara la pregunta con más seriedad de lo que era habitual en su vida diaria.

      “He estado mejor”, admitió.

      “¿Y por qué es eso?”.

      Jessie le contó lo de su ataque de pánico en el apartamento y los recuerdos del pasado que le asaltaron a continuación.

      “No sé qué es lo que me alteró”, dijo a modo de conclusión.

      “Creo que sí lo sabes”, le insistió la doctora Lemmon.

      “¿Te importaría darme una pista?”, respondió Jessie.

      “Bueno, me pregunto si perdiste la calma en presencia de una persona casi desconocida porque no te parece que tengas ningún otro sitio donde liberar tu ansiedad. Deja que te pregunte esto—¿tienes algún acontecimiento o decisión estresante en el futuro cercano?”.

      “¿Quieres decir alguna cosa que no sea la cita con mi ginecólogo en dos horas para ver si me he recuperado del aborto, finalizar el divorcio con el hombre que intentó asesinarme, vender la casa que compartimos, procesar el hecho de que mi padre el asesino en serie me está buscando, decidir si voy a Virginia o no durante dos meses y medio para que los instructores del FBI se rían de mí, y tener que mudarme del apartamento de una amiga para que pueda dormir bien una noche? Excepto por estas cosas, diría que estoy bien”.

      “Eso suena a bastante”, respondió la doctora Lemmon, ignorando el tono sarcástico de Jessie. “¿Por qué no empezamos con las preocupaciones inmediatas y trabajamos hacia fuera desde allí, te parece?”.

      “Tú mandas”, murmuró Jessie.

      “La