Название | Viajes por España |
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Автор произведения | Pedro Antonio de Alarcón |
Жанр | Книги о Путешествиях |
Серия | |
Издательство | Книги о Путешествиях |
Год выпуска | 0 |
isbn |
»Seguía reteniendo al Emperador en Jarandilla la falta de dinero para pagar y despedir la gente que había traído consigo, y aun para los precisos gastos de manutención, hasta que, habiendo llegado el dinero que tenía pedido á Sevilla (16 de Enero de 1557), fué dando orden en la paga de los criados que más impacientes se mostraban por marchar. Con esto apresuró ya los preparativos para su entrada en Yuste, cosa que apetecían vivamente los monjes, tanto como la repugnaban y sentían cada vez más cuantos componían su casa y servicio.
»Entró, pues, el emperador Carlos V en el Monasterio de Yuste el 3 de Febrero de 1557. Su primera visita fué á la iglesia, donde le recibió la Comunidad con cruz, cantando el Te Deum laudamus, y colocado después S. M. en una silla, fueron todos los monjes por su orden besándole la mano, y el Prior le dirigió una breve arenga, felicitando á la Comunidad por haberse ido á vivir entre ellos7.»
De la vida que el César hizo en Yuste, algo nos dirá, aunque tan ruinoso, el propio Monasterio, cuando penetremos en él…; y para que esto no se retarde ya mucho, terminaremos rápidamente el extracto que vamos haciendo de los anales del edificio.
En 1570, doce años después de la muerte del Emperador, fué á visitar su sepultura el rey D. Felipe II, al paso que se dirigía á Córdoba con motivo de la rebelión de los moriscos de Granada. Dos días permaneció el severo Monarca en la que había sido última mansión de su augusto padre; pero, «por respeto (dice el fraile cronista), no durmió en el dormitorio de éste, sino en un retrete del mesmo aposento, que apenas cabe una cama pequeña».
Ya veremos nosotros todas estas habitaciones, que existen todavía.
Cuatro años más tarde, terminado ya el Panteón de El Escorial, fué trasladado á su gran cripta el cadáver de Carlos V, con harto sentimiento de los PP. Jerónimos de Yuste. Sin embargo, los Reyes que sucedieron á Felipe II, lo mismo los de su dinastía que los de la de Borbón, continuaron dispensando al Monasterio grandes mercedes y muy decidida protección, con lo que siguió siendo uno de los más ricos y florecientes de la Orden jerónima.
Así llegó, sin novedad alguna digna de mencionarse, el año de 1809. – Era el 12 de Agosto, quince días después de la victoria obtenida por españoles é ingleses sobre los ejércitos de Napoleón delante de Talavera de la Reina. Una columna francesa, parece que fugitiva ó cortada, estuvo merodeando en la Vera, esperando á saber cómo podría reunirse al grueso del ejército derrotado. Los frailes de Yuste huyeron á su aproximación, y los soldados franceses profanaron la iglesia, robaron cuanto hubieron á mano, penetraron en el convento, saquearon su rica despensa y vaciaron su bien provista bodega, de cuyas resultas estaban todos ebrios cuando les llegó la orden de evacuar inmediatamente aquella comarca y salir á juntarse á las tropas del mariscal Víctor. Marcharon, pues, como Dios les dió á entender; pero no pudieron hacerlo diez ó doce, cuya embriaguez era absoluta, por lo que se quedaron en el Monasterio durmiendo la borrachera. Sabedores de esta circunstancia los colonos y criados de la casa, que tan maltratados habían sido aquellos días por la soldadesca invasora, tomaron una horrible venganza en aquellos diez ó doce hombres dormidos, á los cuales dieron muerte á mansalva. Dos días después fueron echados de menos por sus camaradas, quienes, sospechando lo ocurrido, enviaron en su busca una sección de caballería. Estos expedicionarios no hallaron á nadie en el convento ni en sus alrededores, pero sí grandes manchas de sangre en el lugar en que dejaron dormidos á sus compañeros…; y apelando á su vez á las represalias, pusieron fuego al Monasterio, cuya parte más monumental y preciosa quedó completamente destruída, salvándose la iglesia, el Noviciado y las habitaciones que se construyeron para albergue de Carlos V. – Es decir, que pereció todo el Convento Nuevo, edificado, como dijimos, á mitad del siglo xvi.
Desde entonces volvieron los frailes á habitar el Convento Viejo, ó sea el Noviciado.
En 1820 fueron expulsados por la revolución, y vendióse el Monasterio á un Sr. Tarríus, que lo poseyó hasta 1823.
En 1823 se anuló la venta por la reacción.
En 1834 la expulsión volvió á tener efecto, y la compra del Sr. Tarríus fué revalidada por el Gobierno.
Hace algunos años el Sr. Tarríus sacó el Monasterio á pública subasta. Napoleón III quiso adquirirlo; pero los periódicos hablaron mucho sobre el particular, lamentando que la cámara mortuoria del vencedor de Pavía pudiese ir á parar á manos francesas. Entonces, animados de un sentimiento patriótico, reuniéronse algunos títulos de Castilla, y acordaron comprar á Yuste, costare lo que costare. Pero este proyecto, como todos aquellos en que intervienen muchos, iba quedando en conversación, cuando el Sr. Marqués de Miravel, uno de los asociados, viendo que no se hacía nada de lo convenido, lo compró por sí solo en la cantidad de 400.000 reales.
Más adelante veremos que el histórico Monasterio no ha podido caer en mejores manos.
El Sr. Marqués de Miravel se ha consagrado con incesante afán, y á costa de grandes sacrificios, á salvar á Yuste de la total ruina que le amenazaba. Ya ha reedificado mucho de lo derruído; ya ha contenido en todas partes la destrucción, y de esperar es que algún día acabe de restaurar lo que yace en pedazos por el suelo. – Sólo con lo que ha hecho hasta hoy, ya ha merecido bien de la patria y de cuantos aman sus antiguas glorias.
Conque penetremos en Yuste.
III
Delante de la actual entrada, que es la antigua de la Huerta del Monasterio, y por la que se regía el Emperador cuando salía á caballo, elévase un añoso y corpulento nogal, tenido en gran veneración histórica, y del que no hay viajero que no se lleve algunas hojas como recuerdo de su peregrinación á Yuste.
Es que aquel nogal data de un tiempo muy anterior á la fundación del convento; es que á su sombra fué donde, según la tradición, se sentaron los anacoretas Bralles y Castellanos la tarde que eligieron aquel sitio, entonces desierto, como el más á propósito para establecerse, y es que el mismo César, en tiempo de verano, solía pasar largas horas bajo su espesísimo ramaje, viendo correr el agua del arroyo que fluye á su pie y respirando el fresco ambiente de un lugar tan umbroso, ameno y deleitable.
Después de rendir el debido acatamiento á aquel árbol, cuya edad no bajará de seis siglos, llamamos á la mencionada puerta del Monasterio, ó sea á la puerta rústica del que fué Palacio del Emperador. Un campesino acudió á abrirnos, y como ya se hubiese recibido allí recado del Administrador (que reside en Quacos) avisando nuestra visita y anunciando que él llegaría inmediatamente á hacernos los honores de aquella mansión de los recuerdos, dejósenos pasar adelante.
Agradabilísima emoción nos produjo el noble cuanto gracioso aspecto del primer cuadro que apareció á nuestros ojos. – Gigantescos naranjos seculares, cuajados de rojas naranjas, sombreaban la especie de atrio ó compás en que habíamos entrado. Sus ramas subían hasta los arcos de un elegante mirador que teníamos enfrente y que sirve de fachada al único piso alto de un modesto aunque decoroso edificio. A aquel mirador ó salón abierto, cuyo interior descúbrese completamente por los amplios arcos que constituyen dos de sus lados, se sube, no por escaleras, sino por una suave rampa construída sobre otros arcos de progresiva elevación. Debajo del salón-mirador vense también al descubierto los pilares, arcos y bóvedas que lo sustentan, de modo que la tal morada aparecía á nuestros ojos en una forma aérea, calada, abierta, luminosa, sin otra defensa contra el sol y el viento que el verdor de los próximos árboles ó de las enredaderas y rosales que trepaban por pilastras, balaustres y columnas.
Aquel risueño edificio era el Palacio del Emperador, al cual servía de vestíbulo el descubierto y alegre aposento que estábamos mirando, aposento restaurado recientemente por el Sr. Marqués de Miravel, mediante costosísimas obras, en que se ha respetado religiosamente la primitiva forma y disposición de la parte arruinada.
La
7
El Prior (dice Gaztelu) llamó al Emperador