Amalia en la lluvia. Dill McLain

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Название Amalia en la lluvia
Автор произведения Dill McLain
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9783742769817



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tanto para el Palazzo Dalla Rosa Prati como para el artista, que estaba a punto de estallar en lágrimas. ¡Reinaba la impotencia! De hecho, el artista sacó un pañuelo de su bolsillo y se limpió los ojos, uno después del otro, con una expresión de desespero en el rostro. Para él, esto era el fin del mundo.

      —¡Queréis parar ya con esta tontería! ¡Lo que pasó, pasó! ¡No eché a perder a propósito vuestros cuadros sagrados! ¡Y no va a ayudar si estáis aquí ahora con esas caras tristes y desvalidas sin ánimo para hacer nada! ¡Lo que necesitamos es hallar una solución! —sonó la voz seca de la mujer de rosa.

      El artista emitió un fuerte sollozo y le lanzó una hiriente mirada, como de odio.

      —¡Ninguna pieza que tenga la calidad de estas obras puede ser reemplazada en unas horas! —dijo, subrayando su manera de pensar con ademanes de desdén hacia ella y como menospreciándola; volvió su rostro hacia el otro lado mientras recalcaba en un tono de enojo:

      —¡Usted no tiene ni idea!

      La mujer de rosa se incorporó y con una mirada que parecía haberse incendiado de repente, le gritó:

      —¡Deje ya de comportarse como un demente! ¡Tranquilícese! ¡Esto no es el fin de nada!

      Se plantó luego delante del artista y, como si fuera la cosa más natural del mundo, le pidió con una voz muy segura:

      —¡Por favor, consiga una variedad de colores de pintura acrílica que puedan secarse rápidamente!

      Se volvió entonces hacia el dueño del Palazzo y le dijo:

      —¡Me encantaría si usted me mostrara ahora, por favor, la colección de muebles viejos que guarda en el sótano del hotel!

      Y antes de seguir al dueño, quien, frunciendo el entrecejo se puso en marcha de inmediato a través del vestíbulo, se volvió hacia el artista —que continuaba allí con la incredulidad prendida a su mirada— y con una sonrisa en los labios le dijo:

      —¡Dese prisa! ¡Nos encontraremos en media hora en el último piso, en la Violeta!

      Desapareció luego a través de la puerta.

      Ella no se equivocó. El enorme sótano de aquella edificación con una historia muy antigua era el sitio perfecto para, en cuestión de minutos, poder encontrar lo que estaba buscando. El elegante dueño se había quedado apostado junto a la entrada y la vio aparecer de vuelta, trayendo dos puertas de madera que en el pasado debieron de pertenecer a alguna especie de armario, pero ahora estaban tiradas y aparentemente olvidadas bien al fondo, en la oscuridad de aquel recinto.

      —¿Qué hay de estas? ¿Podría quedármelas? ¡Encajarían perfectamente en el propósito que tengo y estoy segura de que se convertirán en un éxito total! —preguntó la mujer de rosa, casi convencida de que la respuesta sería de su agrado. Sin detener el paso, abandonó el local cargando con las dos puertas a su costado.

      —Bueno, son parte de algunos armarios que solemos colocar ahora sin puertas en los corredores para exhibir en ellos objetos decorativos. ¡Jamás hemos usado esas puertas! ¡Así que sí, puede quedarse con ellas! —le respondió el hombre elegante, siguiéndola por el corredor tras haber cerrado con llave la puerta del sótano. Se quedó algo intrigado pensando qué podría hacer ella con aquellos dos pedazos de madera.

      Al llegar a la recepción, la mujer de rosa se detuvo por un momento, soltó las puertas y explicó:

      —¡La vernissage se va a llevar a cabo tal y como estaba planeada! ¡Eso os lo aseguro! ¡No tenéis motivo alguno para el pánico! ¡Por favor, es necesario que consigáis dos sábanas viejas y una gran lámina de plástico! ¡Llevádmelo todo ahora mismo a la Violeta!

      Dicho esto, asió de vuelta las dos puertas de madera y desapareció.

      Media hora después, el artista apareció en la recepción cargando algunas bolsas de plástico. Le echó una mirada llena de dudas al recepcionista y, mientras agitaba varias veces la cabeza a un lado y otro, preguntó cuál era el camino para llegar a la Violeta —nombre que obviamente él sabía bien que debía corresponder a una habitación del hotel—. Luego de obtener respuesta, desapareció también en dirección al ascensor.

      Mientras tanto, la mujer de rosa había transformado una esquina de la habitación, convirtiéndola en una especie de taller con la ayuda de dos sillas de baño sobre las cuales había apoyado las dos puertas de madera, no sin antes desempolvarlas. Abajo, el suelo estaba cubierto casi en su totalidad con sábanas de cama, así como con una gruesa lámina de plástico. Cuando escuchó que tocaban a la puerta, se incorporó con rapidez y avanzó presurosa para abrir. Era el artista quien estaba allí, cargando bolsas de plástico y mirándola con una expresión llena de dudas, de descontento y de profunda repulsión. Entró molesto, pasó con rapidez por su lado y colocó abruptamente las bolsas de plástico casi en el medio de la habitación. En tono enojado, le espetó:

      —A fin de cuentas, ¿qué demonios pretende hacer usted con toda esta payasada? ¡Usted destruyó mis obras con su comportamiento tan idiota en la mesa! ¡Obras que son irremplazables! Y esa perspectiva de que salga algo más o menos decente, o al menos medianamente exitoso para el evento de esta noche, es absolutamente nula. ¡Es usted una vaca tonta!

      —¡Eh! ¡Eh! ¡Mi nombre es Luna, no Vaca! —le dio ella un ligero golpe en el hombro—. Y el suyo es Sandro, de acuerdo a lo que pude leer en sus pinturas. ¡Siéntese ahí y pare ya con su furor!

      Ella le señaló una silla situada frente a donde estaban apoyadas las dos puertas de madera y él se sentó gruñendo y con cierta vacilación.

      Luna desempacó los tubos de pintura y los colocó con mucha gracia cerca de sus piernas, junto a algunos pinceles y una toalla.

      —¡Ahora va a demostrarme que es realmente un artista! ¡Va a pintar sobre esas puertas, y en diferentes colores, sus típicas figuras onduladas! Eso sí, como tenemos tanta presión con el tiempo, usted lo ejecutará de prisa, ¡pero sin perder ni el placer de hacerlo ni su poderosa energía de siempre! Después yo haré mi parte. ¡Le daré el acabado final a ambos trabajos, pero solo cuando usted haya concluido!

      Lo primero que Sandro pensó fue que aquella mujer estaba completamente loca, pero, en la misma medida en que fue asimilando el modo en que ella había preparado las cosas, comenzó a tener dudas acerca de su primera impresión. En realidad, comenzó a creer que ella podría tener algo bajo la manga y él no tenía pista alguna de qué podía ser. La manera tan decidida en que explicó su plan era sumamente rara y hasta parecía interesante. Como un autómata, empezó a abrir los tubos de pintura acrílica y, mientras se inclinaba sobre ellos, no dejó de observarla de reojo. Llevaba ahora el pelo recogido atrás en una cola de caballo. La luz de la habitación, al caer sobre su rostro, la favorecía notablemente, dándole una expresión dramática. Mirándola bien, se podría decir que era una mujer muy atractiva y que tenía un cuerpo muy bien tonificado. Sonriendo, ella le echó un vistazo y él fingió dedicarse —aún irritado— a colocar los diferentes tubos de pintura en cierto orden, pero en realidad hacía esto para ganar tiempo. Luna tomó entonces una revista y se tendió a leer en el sofá de estilo antiguo.

      Después de pasar algunos minutos contemplando las puertas de madera, Sandro agitó por fin la cabeza, dejó escapar un par de comentarios inciertos y comenzó a pintar. Decidió darle a este misterioso proyecto de arte —propuesto por aquella mujer llegada de cualquier parte— una oportunidad, y con movimientos muy seguros les dio vida a grandes manchas onduladas de pintura acrílica sobre toda el área de la madera, no dejando libres ni siquiera los bordes.

      «¿Por qué no haces algo loco alguna vez?», llegó hasta él su voz interna, mientras se llenaba de orgullo artístico y se disparaba su creatividad. Hasta ahora nunca imaginó poder pintar sobre puertas de madera. Pero, haciéndolo, se sintió incluso liberado, inspirado y hasta satisfecho de cierta manera. Al concluir, después de aproximadamente cuarenta y cinco minutos, se sintió relajado y en tono medio alegre declaró:

      —¡Arriba, que aquí vamos! ¡Ahora le toca a usted hacer su parte!