El nuevo gobierno de los individuos. Danilo Martuccelli

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Название El nuevo gobierno de los individuos
Автор произведения Danilo Martuccelli
Жанр Социология
Серия
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9789560014849



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la importancia adquirida en las últimas décadas por la evaluación. Bien vistas las cosas, se trata de recurrir a un reforzamiento de controles ex post, altamente publicitados, como un instrumento para dirigir, incluso independientemente del consentimiento, la conducta de los individuos. Los actores son gobernados, retóricamente, únicamente desde y a partir de sus diferenciales de resultados. En cierto sentido, se puede decir que la autoridad racional-legal, esa que estaba basada en el respeto escrupuloso de los procedimientos (y que marcó el reino del burócrata weberiano) es desplazado por la figura de tecnócratas que gobiernan las conductas a través de la ingeniería del benchmarking (comparación de resultados y rankings de actores), en donde la acción de cada actor (incluida la del propio evaluador) es sancionada (premiada o castigada) en función de los resultados obtenidos.

      En un universo de este tipo, lo importante es lo que tiene éxito (más que el respeto escrupuloso de los procedimientos); muchas actitudes son así toleradas en nombre del resultado. O sea, sin menoscabo de los controles, se otorgan márgenes de acción a los mandos intermedios en la organización de su trabajo propiamente dicho (en función de los puestos jerárquicos la evaluación de los resultados se hace todos los días, semanas o al año), pero in fine el gobierno de los individuos se organiza masivamente en torno a la obtención, o no, de los resultados que se fijaron.

      Aunque los resultados son prescriptos, el sentido del gobierno de las conductas se modifica en profundidad. Lo importante no es la fuente de la autoridad, ni siquiera la extracción explícita del consentimiento, sino los diferenciales de resultados fácticos medibles obtenidos, en un universo altamente competitivo, por los distintos actores. Muchas lógicas opuestas cohabitan en este proceso. Por un lado, la filosofía de la evaluación renueva y refuerza los gobiernos procedimentales (best practices, certificaciones de calidad) que operan como poderosos mecanismos de control fáctico de las conductas. Pero, por el otro lado, la filosofía de la evaluación permanente como forma ex post de control de las conductas le da un creciente poder a los mandos medios, quienes son los que evalúan directamente la acción de sus subordinados, ya sea en las entrevistas anuales, ya sea recomendándolos para un ascenso o un bonus salarial, lo que engendra todo un juego cortesano dentro de muchas organizaciones (Martuccelli, 2006).

      La tensión es muchas veces viva entre tener que aplicar un protocolo de procedimientos y el tener éxito. La figura del ritualista de Robert K.Merton (caracterizado por su escrupulosa adhesión a las reglas) no ha desaparecido, pero los valores del hombre de la organización (Merton, 1965; Whyte, 1959) han sido trastocados por la filosofía de la evaluación y las sanciones por diferenciales de resultados. Por supuesto, este tipo de control engendra su propia patología, ya sea a través de la consolidación de prácticas inmorales dentro de las empresas con el fin de obtener resultados11, ya sea a través de la acentuación de malestares psíquicos entre los asalariados (depresión, burnout) a causa de la intensificación de las presiones que sienten en el mundo laboral (Ehrenberg, 1998; Aubert y Gaulejac, 1991; Otero, 2012; Kiroauc, 2015).

      No se trata de oponer los estudios que insisten en la importancia del consentimiento (como en todos aquellos que, por ejemplo, de una u otra manera se siguen inscribiendo en la continuidad de la Escuela de Frankfurt) a aquellos que subrayan más bien la centralidad de las coerciones. Lo importante es comprender, en la cohabitación de estos dos factores, la inflexión tendencial en beneficio de los controles y las modificaciones que esto entraña en el nuevo gobierno de los individuos. Si la renovación de los controles es activa en el mundo laboral (lo que, de paso, da cuenta de la relativa ausencia de discursos alarmistas en lo que a la autoridad se refiere en este ámbito), en muchos otros, como la familia o la escuela, en la medida en que no existen sino parcialmente verdaderos equivalentes a nivel del incremento e intensificación de los controles, los discursos sobre la crisis de la autoridad se generalizan.

      II. La metamorfosis de las creencias

      Este segundo gran cambio estructural debe comprenderse dentro del remplazo tendencial del primado de las creencias hacia los controles, pero también dentro de un tránsito de la influencia basada en la autoridad o en grandes ideologías en beneficio de formas de influencia más abiertamente manipulativas y agonísticas.

      Como siempre, tratándose del gobierno de los hombres, nada, o casi nada, es radicalmente nuevo. Ya la retórica entre los antiguos griegos tenía por vocación producir la adhesión a la perspectiva de un orador, y desde entonces muchos otros términos se han utilizado para describir variantes en la producción de las creencias: la influencia, la persuasión, la obnubilación, la admiración. Pero ello no impide reconocer la importancia de las inflexiones en curso en por lo menos tres grandes direcciones.

      1. Manipulaciones

      La movilización manipulativa de la influencia es cada vez más visible y practicada. Si esto ya estuvo explícitamente en el centro de la publicidad comercial o de la propaganda política desde comienzos del siglo XX, esta dimensión se ha acentuado fuertemente independientemente de toda problemática de la autoridad en el sentido preciso del término. La movilización manipulativa de la influencia se ha convertido en el objetivo explícito de muchos estudios y experimentaciones efectuados desde las ciencias cognitivas o las neurociencias (Ehrenberg, 2018). Es la finalidad del trabajo de muchos expertos en gestión de crisis, spin doctors, expertos en comunicación o en los usos de los storytelling (Castells, 2013; Salmon, 2007), pero también el objetivo de muchos mensajes, políticos o comerciales, individualizados que, apoyándose en el robo o la compra de listas de consumidores o electores, y gracias a diversas estrategias de análisis de Big Data (como el big mining o el big-target) banalizan el recurso manipulativo y personalizado de las influencias. Dentro de este contexto general se inscribe el fenómeno de los fake news al cual recurren grandes órganos de prensa, empresas o gobiernos.

      La información nunca fue neutra y siempre existió el recurso a la mentira. Sin embargo, es posible pensar que esto tiende a practicarse, si no a un nivel superior, por lo menos de manera más explícita y por un número creciente de actores. Por eso, a pesar de tener antecedentes, la situación actual presenta algunas especificidades que es importante distinguir. Bajo los regímenes totalitarios del siglo XX, el recurso a la propaganda y a la mentira fue un arma explícita para influenciar, condicionar y censurar las opiniones (Arendt, 2006). Sin embargo, nada sintetiza mejor las resistencias a la mentira de la propaganda que las pantallas de televisión colocadas mirando hacia el exterior en las ventanas de tantos departamentos en Polonia tras el golpe de Estado de 1981: los ciudadanos reexpedían sus mentiras a los gobernantes. En claro contraste con estos regímenes, las democracias liberales pluralistas se organizaron (a pesar de la existencia de prácticas explícitas de manipulación de la información bajo la forma de trampas, censuras o disimilaciones) en torno a partidos de oposición, una prensa independiente y un espacio público como arena de confrontación que hacían de la pugna por la verdad un principio fundamental de la vida colectiva. O sea, el recurso a la mentira como estrategia de influencia (álgido en periodos de fuerte agonismo social), incluso si por momentos pudo ser una política sistemática (como en período de guerra), jamás fue abiertamente admitida o conocida por los ciudadanos. El espacio público se concibió como una garantía de la verdad vía la discusión y la vigilancia crítica ciudadana (Habermas, 1993).

      Si la codificación de los mensajes restringe en el momento de la emisión el abanico de lo que se comunica, la decodificación, a pesar de las múltiples estrategias de influencia y de persuasión de la que ha sido y es objeto, abre las interpretaciones. La mayoría de las personas no tiene en verdad control sobre la producción de los mensajes (aunque esta posibilidad se ha incrementado con la expansión de las TIC), pero mantienen cierto control a nivel de la interpretación. Como lo venimos de evocar, nunca se ha logrado controlar completamente los canales de la recepción, como lo atestiguan, a escala histórica, las experiencias del totalitarismo. Los mensajes son interpretados por los actores a través de distintas socializaciones, desde culturas heterogéneas, en base a sus marcos cognitivos y emocionales (Castells, 2013: capítulo III), por medio de influencias interpersonales, interacciones con diversas fuentes de información o tipos de audiencia, todo lo cual se ha incrementado en la