Más allá del ayer. Ronald K. Noltze

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Название Más allá del ayer
Автор произведения Ronald K. Noltze
Жанр Сделай Сам
Серия
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9789877985412



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Míster Bubele, Recibimos la noticia con un mensaje del tambor que nos enviaron desde Konola –me explicó.

      Giré y miré a los ojos de Gatai buscando comprender aquella respuesta. Mientras me miraba, murmuró con algo de vergüenza:

      –Sí, Míster Bubele, fui yo.

      Evidentemente había sido ella la que, sin consultar a Míster Roberts, hizo los arreglos para pasar el mensaje de aviso a su tribu mediante un código basado en el tambor.

      El maestro de la escuela resultó sorprendentemente bien informado sobre el desarrollo histórico de las misiones adventistas en el país.

      –Como parte de la enseñanza para los niños repetimos cada semana la historia de los pioneros. Cada niño sabe de memoria en qué forma se establecieron las diferentes estaciones misioneras. ¿Quiere escucharlo? –me preguntó.

      Con visible satisfacción, llamó a un alumno de entre las filas y este repitió con voz clara cómo había sido la llegada del misionero Massa Noltze, en una barcaza, a la costa de Liberia. Era evidente: la trasmisión oral consecuente había logrado conservar cada uno de los detalles del pasado.

      ¡Impresionante! Escuchar de labios de un niño liberiano el relato de cómo mis padres habían arribado a su país fue algo conmovedor. ¡Estaba fascinado!

      La casa principal de los misioneros en Liiwa ya no existía. Había sido incendiada y destruida por los hechiceros de la tribu de los Kpelle –un grupo étnico de la zona– a mediados de los años treinta. Pregunté a Gatai por el sitio.

      –Conozco perfectamente el lugar donde ha estado ubicada la “gran casa blanca”, pero ahora está todo invadido y cubierto por los matorrales de la selva –me respondió.

      De todas maneras, no me rendí e insistí:

      –Quisiera ir a ese lugar, vayamos a esas ruinas, por favor.

      Con machetes, algunos hombres de la zona nos abrieron laboriosamente el camino. Cuando llegamos, comprobé que Gatai estaba bien informada. Me encontré parado frente a los restos carbonizados de lo que alguna vez había sido mi lugar de nacimiento: allí estaban los hierros retorcidos y oxidados de la cama de mis padres, una cocina de hierro fundido con una todavía legible inscripción de “Stuttgart” y un pequeño montículo más alto y extendido de cenizas de lo que había sido una gran casa hecha de troncos.

      ¡Había llegado a la meta de mi viaje! Este había sido el desafío: las expectativas se habían cumplido. No sé durante cuánto tiempo permanecí en cuclillas, ensimismado, recordando lo que había sido y lo que ya no era más...

      –No estés triste... –dijo Gatai con voz suave.

      –Gracias –fue lo único que logré musitar.

      Estaba emocionado ante estos mudos testigos. Ellos me hacían recordar a los intrépidos pioneros, quienes habían venido a este país para traer al pueblo liberiano el mensaje de un Redentor que los ama. Entre ellos estaban mis propios padres. Su confianza en Dios había sido más fuerte que el temor a los nativos incivilizados; más fuerte que el miedo a la selva, los animales salvajes y al calor tropical. Habían puesto fundamentos, con la certeza de que, con la ayuda de Dios, otros se encargarían de la cosecha.

      Con el tiempo, las estaciones misioneras –sencillas, aunque bien organizadas– se desarrollaron. Seminaristas nativos, hijos de la misma tierra, fueron entrenados como pastores y continuaron con la labor. De los vacilantes comienzos resultaron escuelas reconocidas, una universidad, un hospital y una gran cantidad de iglesias adventistas en todo el país.

      Mirada retrospectiva

      ¿Cuál fue la estructura social desde la cual Europa tomó la decisión de enviar misioneros a la costa atlántica de África? ¿Qué motivó a los pioneros para enfrentar semejante desafío de llevar el evangelio de Cristo a estos países tropicales? ¿Cómo fueron realmente las experiencias que vivieron estos hombres y mujeres junto a Dios?

      Esta visita improvisada me permitió dirigir una mirada retrospectiva hacia una época prácticamente olvidada de Liberia. Y, al hacerlo, las preguntas sobre aquel pasado comenzaron a brotar en mi mente.

      Las vivencias del viaje me impulsaron a reconstruir –pa­ra ti, apreciado lector– los años llenos de sacrificios y ricas experiencias de los primeros intrépidos misioneros en la costa occidental de África. De ello se tratan las próximas páginas.

      Ronald Noltze de visita en Monorvia (1978). Pastor Harding, Secretario de la Misión de Liberia de la IASD. Bruce Roberts, Director de la Konola Academy.

      Liberia, el campo misionero virgen en la costa atlántica de África

      La Primera Guerra Mundial había terminado. Europa trató de recuperar su vida normal, pero los tiempos de la posguerra resultaron ser años por demás turbulentos.

      Por un lado, hubo diversos conflictos políticos, pero fue la crisis económica la principal responsable de que se paralizaran los Estados del centro de Europa. Cinco años después de la rendición, Alemania se confrontó en 1923 con una hiperinflación nunca imaginada, la cual quitó a la gente hasta sus últimas posesiones. El desorden financiero se extendió paulatinamente a otros países y terminó, finalmente, en la crisis económica mundial que comenzó en 1928 (la cual estallaría al año siguiente y recibiría el nombre de La Gran Depresión).

      Paralelamente, se notaba un cambio en la mentalidad del pueblo. Conceptos religiosos cristianos, que antes nunca habían sido puestos en tela de juicio, comenzaban a ser cuestionados. El proceso era complejo: mientras unos lo incitaban, otros lo veían con malos ojos. Paulatinamente, se llegó a una incertidumbre generalizada.

      La escala de valores del cristianismo había sufrido una incisión notable, con la cual la mayoría tenía serios problemas. Una búsqueda por el retorno a las viejas raíces de estabilidad, nobleza y confianza se palpaba en todos los niveles y la gente encontraba estos postulados en la religión y en la fe cristiana. Las iglesias comenzaron a ser frecuentadas otra vez, las casas de oración se llenaron y los diferentes credos experimentaron un crecimiento repentino.

      También los adventistas del séptimo día, cuyas raíces provienen de la Reforma y de los movimientos de reavivamiento del siglo XIX, se beneficiaron con este despertar religioso. Un intenso deseo por la actividad misionera impregnó sus filas. Los miembros de las iglesias tuvieron el anhelo de trasmitir a otros el mensaje del evangelio. Y esto involucraba tanto actividades en los propios países europeos como también esfuerzos misioneros extendidos a países lejanos, los cuales fueron apoyados e incentivados con mucho entusiasmo.

      En 1926, la dirección general de la Iglesia Adventista en Europa Central decidió iniciar un programa de “campos misioneros nuevos”.

      Desde hacía muchos años existían misioneros alemanes en África del este. Cerca del monte Kilimanjaro, en las montañas de Pare de Tanzania, se había establecido en 1903 la estación misionera Friedenstal. Otras instituciones la siguieron. Misioneros del norte de Europa y otros de los Estados Unidos fueron enviados a los más diversos países del globo. Aquella fue una época floreciente para las misiones en ultramar. Ahora, las miradas se dirigían a África occidental.

      En una empresa mancomunada de Europa del Norte y Europa Central se acordó enviar voluntarios con el fin de establecer estaciones misioneras en Liberia. El secretario de las misiones inglesas, J. Read, y el alemán Walter K. Ising fueron los encargados del proyecto. Ante todo, tomaron contacto con el Gobierno de Liberia y lograron que este donara, generosamente, dos grandes terrenos a la iglesia. Estaban localizados no muy lejos de la costa, en la provincia de Grand Bassa. La primera condición básica para poder iniciar el proyecto había sido alcanzada. La siguiente tarea, un tanto más delicada, consistía en la búsqueda de jóvenes ministros, adecuados