Isis modernista. José Ricardo Chaves

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Название Isis modernista
Автор произведения José Ricardo Chaves
Жанр Языкознание
Серия Pública Ensayo
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786078781171



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de Isis, con Las metamorfosis o El asno de oro, de Apuleyo), ahora con un nuevo conjunto de textos que apuntalaba dicho prestigio.

      Para el siglo XVII, el sabio jesuita Athanasius Kircher, personaje de proyección internacional, cuyos libros y grabados llegaron incluso a la Nueva España, como puede apreciarse en sor Juana Inés de la Cruz y en Carlos de Sigüenza y Góngora, retoma de los clásicos, sobre todo de Plutarco, la metáfora del “velo de Isis” como símbolo de los secretos de la Naturaleza, esto en su libro Oedipus Aegyptiacus (1652-1654). En su tratado Isis y Osiris, Plutarco se refiere a la inscripción que había en el pedestal de Isis, en la ciudad egipcia de Sais: “Soy todo lo que fue, todo lo que es y todo lo que será y jamás mortal alguno ha levantado todavía mi velo” (1986, 13).

      El siglo XVIII, el de la Ilustración y el de la Revolución, no abandona a la diosa con velo sino que la seculariza. Ella, la naturaleza, posee secretos que la razón humana se encargará de develar. En palabras de Pierre Hadot:

      Muchos grabados representarán el desvelamiento de la Naturaleza como el triunfo de la filosofía de las Luces sobre el oscurantismo. Será uno de los temas preferidos de la Revolución […]. De una manera general, el motivo del desvelamiento de Isis desempeñó un papel capital en la ilustración de los libros científicos en los siglos XVII y XVIII. Pero ha sido también un tema literario y filosófico muy importante a finales del siglo XVIII y a principios del siglo XIX, que deja entrever una transformación significativa de la actitud de los filósofos y de los poetas con respecto a la naturaleza (2015, 310-311).

      Con el surgimiento del romanticismo a finales del XVIII y principios del XIX, Isis velada sufre nuevas metamorfosis, empezando con Goethe, quien considera que no es Isis quien está velada, sino los ojos de quienes buscan contemplarla, los que requieren, para traspasarlo, una percepción estética de la naturaleza (cf. Hadot, 313-330). Otros autores germanos retomarán la figura de la diosa, como Schiller, quien escribió su famoso poema “La imagen velada de Sais” (1795), en el que la contemplación directa de la diosa acarrea la muerte, o Novalis, quien acudirá a la diosa y su inscripción plutarquiana en su texto Los discípulos en Sais (1802) y, en oposición a Schiller, acepta el reto de mirarla: “si, de acuerdo con la inscripción del templo, ningún mortal descorre el velo, tendremos que tratar de convertirnos en inmortales: el que no quiere descorrerlo, o no tiene suficiente voluntad como para levantar el velo, ese no es un verdadero discípulo, ni es digno de permanecer en Sais” (1988, 32). En otros autores alemanes se aprecia esta referencia isiaca, y algo parecido ocurre en el ámbito francés, de manera ejemplar en Gérard de Nerval, en quien la figura de Isis es recurrente y se manifiesta como el centro de una red imaginaria que combina misterio, sabiduría y feminidad (cf. Aubaude, 1997 y Spiquel, 1999), pero la lista es larga y abundante, e incluye entre otros a Victor Hugo, Flaubert, Gautier y Villiers de l’Isle Adam.

      Podemos ver entonces que la Isis hermética del Renacimiento y del Barroco se seculariza en una Isis ilustrada y neoclásica que representa tan solo los secretos de la naturaleza que la razón humana se apresta a descubrir. Con el romanticismo, Isis recupera su carga numinosa, pasa del plano natural al metafísico, y “el sentimiento fundamental ya no será la curiosidad, el deseo de conocer, de resolver un problema, sino la admiración, la veneración, quizá también la angustia, ante el misterio insondable de la existencia (Hadot, 2015, 330). La naturaleza se torna inaccesible, y ante ella, más que una reacción intelectual, lo que se experimenta es un estremecimiento sagrado. La categoría romántica de lo sublime (recuperada de la tradición neoplatónica) ayuda a recomponer esta visión de la naturaleza, con su aspiración a una experiencia del todo, a un infinito que, al tiempo que atrae, también genera temor por su capacidad de disolución del yo. En palabras de Hadot:

      Bajo la influencia de las representaciones de la Isis romántica y del cosmoteísmo que desarrollaron, la relación con la naturaleza se vuelve mucho más afectiva, mucho más emocional y, sobre todo, es ambivalente, hecha de terror y de maravilla, de angustia y de voluptuosidad. El desvelamiento de la estatua de Isis tiende cada vez más a perder su significación de descubrimiento de los secretos de la naturaleza para dar lugar a la estupefacción ante el misterio (2015, 357).

      Si pasamos del ámbito literario al esotérico, también podemos ver esta revitalización de Isis en la masonería de los siglos XVIII y XIX, tanto en la “ortodoxa” e ilustrada (Assmann 2003), que incluso produjo una obra maestra como La flauta mágica de Mozart (titulada significativamente en su adaptación al francés Los misterios de Isis), como en la masonería “irregular” (sobre todo de Francia), que desde Cagliostro generó una tendencia marginal de tipo “egipcio” y que siguió en el siglo XIX con nuevas formulaciones (cf. Dachez 2012). Esta Isis masónica “se niega a decir su nombre y a ser desvelada, se esconde, no para disimular la causa de tal o cual fenómeno natural, sino para convertirse ella misma en el misterio o enigma absoluto, que no podemos penetrar, la divinidad sin nombre, ya sea ser o esté más allá del ser” (Hadot, 2015, 338).

      En el siglo XIX, la corriente teosófica inaugurada por Blavatsky también reivindicará la figura de Isis, como queda explícito en su primera obra Isis Unveiled (1877), aparte de otros textos más breves en que la autora rusa se aboca a exponer la sabiduría de los antiguos egipcios. Blavatsky está al tanto de la incipiente erudición egiptológica de su siglo, y no duda en usarla en sus escritos, lo mismo que las primeras traducciones de antiguos textos como El libro egipcio de los muertos. Por otra parte, como lectora voraz que fue, estaba al tanto de parte de la literatura romántica de su siglo y de sus menciones a Isis, por lo que alude a Novalis y al famoso poema de Schiller sobre la diosa en Sais. Con su habitual estilo irónico y polémico, escribe en La Doctrina Secreta: “Schiller, en su magnífico poema sobre el Velo de Isis, hace al joven mortal que se atrevió a levantar el velo impenetrable, caer muerto al contemplar la verdad desnuda en la faz de la severa Diosa. ¿Han contemplado también algunos de nuestros darwinistas, tan tiernamente unidos en la selección natural y afinidad, a la Madre Saítica desprovista de sus velos?” (IV, 1991, 216). Repito además el epígrafe inicial de esta antología, sacado de Isis sin velo: “Los filósofos contemporáneos alzan el velo de Isis porque Isis es el símbolo de la naturaleza, pero solo ven formas físicas y el alma interna escapa a su penetración. La Divina Madre no les responde. […]. Para descubrir la gloriosa verdad, cifrada en las escrituras hieráticas de los papiros antiguos, es preciso poseer la facultad de la intuición, la vista del alma” (I, 2014, 78).

      Notas del Estudio preliminar

      1] Por supuesto, no todas las obediencias han caído en estas trampas seculares, e incluso hay ritos masónicos de fuerte contenido esotérico, como el de Menfis-Misraim (la llamada masonería “egipcia”, diferente de la “escocesa”), activo en España desde fines del siglo XIX y en América Latina desde principios del XX. El asunto de fondo es que lo esotérico está en toda masonería, lo sepan o no sus adeptos de cualquier rito, lo admitan o lo rechacen, aunque en ciertos ritos y linajes específicos se torna más explícito.

      2] Un buen ejemplo de esta recuperación crítica y académica de la masonería en los últimos años en el ámbito panhispánico es la Revista de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y del Caribe (REHMLAC), de gran calidad y que puede consultarse en línea.

      3] Para esta forma de clasificar a los autores teosóficos por generaciones, cf. Godwin y Wessinger en Hammer y Rothstein, 2013.

      4]