Trayectorias y proyectos intelectuales. Jaime Eduardo Jaramillo Jiménez

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Название Trayectorias y proyectos intelectuales
Автор произведения Jaime Eduardo Jaramillo Jiménez
Жанр Социология
Серия Taller y oficio de la Historia
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9789587815795



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reconstruir el debate intelectual en que una obra está inscrita, trazar la trayectoria social de su autor, así como sus proyectos y apuestas intelectuales. El objetivo es identificar las tensiones, conflictos y luchas que caracterizan en un momento determinado a un campo intelectual. En fin, las relaciones de fuerzas de sus unidades componentes (Jaramillo y Osorio, 2011, p. 158).

      En segundo lugar, se trata de demostrar que el análisis de las obras científicas puede realizarse desde perspectivas historiográficas y sociológicas sin que esto implique un rechazo a la crítica epistemológica. Antes bien, una explicación empírica de las ideas exige tanto una aproximación al significado social del pensamiento como un abordaje a las justificaciones de validez que cada paradigma científico exige. Ciertamente, los autores en no pocas circunstancias se ven obligados a hacer frente a las expectativas sociales de la ciencia como a los requerimientos de validez del campo científico al mismo tiempo. Como lo exponen las investigaciones de Sylvia Riveros y Jaime Otavo, dedicadas al estudio de la obra de Orlando Fals Borda, el problema no se muestra simplemente como la lucha de coaliciones cientificistas contra idiosincrasias nacionales. Los intelectuales sienten, de hecho, esta presión como problema interno o propio. Pese a las rupturas y continuidades teóricas de un pensador, existe la posibilidad de que sus criterios de aprehensión del mundo social se encuentren fuertemente ligados a criterios valorativos. La necesidad de justificar la remanencia de elecciones valorativas muchas veces condiciona la selección de los objetos de estudio, la imagen del intelectual y la forma misma en que se presenta las investigaciones.

      III

      La historiografía de la literatura moderna ha debatido sobre la idoneidad de las lecturas textuales o contextuales de los textos literarios. Estas formas antagónicas de entender la obra literaria corrieron en paralelo a la preocupación más general por establecer los vínculos entre sociedad e ideas, entre textos y contextos. Las orientaciones difundidas, sobre todo durante las primeras tres décadas del siglo XX, o bien sugerían que la obra literaria reflejaba los movimientos ideológicos de una época, o bien abogaban por la autonomía del campo artístico. En consecuencia, si se seguía la primera orientación, el estudio del texto se dirigía hacia la averiguación de la procedencia social del autor, sus intereses políticos y la posible correlación entre la estructura literaria y la ideología del escritor. De seguir la segunda, el interés se centraba en el estudio de las estructuras formales que caracterizan las obras, con independencia de los acontecimientos externos.

      En América Latina, el problema se planteó en torno a la temática de la identidad de la literatura local. Las preguntas se concibieron en términos de si la formación de obras literarias se daba en razón de una recepción pasiva de ideas de otras latitudes, o si, por el contrario, era posible reconstruir un canon que reflejase el carácter propio de las realidades literarias de esta región. La discusión así planteada manifestaba el predominio de una pauta de pensamiento que orientaba la investigación hacia a la búsqueda de los elementos inmutables que explicitarían los desarrollos observables en la historia de la expresión literaria en la región. La función de la crítica era, entonces, develar esta pauta invariable y juzgar la pertenencia o no de una obra al campo literario en función de su cumplimiento.

      La sección dedicada al estudio de obras y crítica literaria reconstruye los esfuerzos de los intelectuales, a partir de los años treinta, por superar dicha pauta de pensamiento. Estudia, específicamente, la manera en que los escritores y los críticos latinoamericanos replantearon el dilema que presupone una lectura interna o externa de los textos. Un procedimiento así planteado permitió entender la producción literaria ya no como algo determinado por algo externo, como la sociedad o las reglas del campo, sino como un proceso de configuración social. La literatura y cada uno de sus géneros se entienden como el proceso, social e históricamente logrado, de elaboración y comunicación de determinadas experiencias. El problema de estudio es, precisamente, la explicación de cómo los individuos han logrado elaborar un tipo de reflexividad que les permita entenderse a sí mismos como personas capaces de crear ciertas experiencias y los medios para comunicarlas. Los ensayos presentados en esta sección describen estas experiencias, identifican sus condiciones de posibilidad y analizan las consecuencias que han extraído de ella los autores estudiados.

      Los artículos de Laura Peña, sobre Tomás Vargas Osorio y la noción de crisis; Manuela Luengas, sobre Pedro Gómez Valderrama y la idea de historia; Jonathan Beltrán, sobre António Cândido y su propuesta de sistema literario, y de Facundo Gómez, sobre Ángel Rama y su propuesta de crítico latinoamericano, pueden ser leídos en relación con la emergencia de esta reflexividad y las experiencias que se pueden lograr con ella.

      IV

      Que en el siglo XX los pensadores latinoamericanos hicieron un tránsito de ideólogos partidistas hacia pensadores sociales es una afirmación bastante documentada, extendida y consensuada. Existe, también, un relativo acuerdo frente a la idea de que en ese tránsito el significado de conceptos como nación, república, Estado e historia ha cambiado. Mientras que para las primeras generaciones republicanas tales nociones parecían proyectar los deseos de fracciones sociales enfrentadas, para las generaciones posteriores, especialmente para aquellas surgidas en vísperas del primer centenario, los mismos términos reflejaban realidades totalmente distintas. Su relación con otros conceptos como lenguaje, cultura y pueblo apareció reorganizada en la pregunta ¿qué es ser latino? Lo anterior supone, para muchos, una exclusión de intereses antagónicos y el nacimiento de una historia nacional consensuada por las élites sociales de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

      La idea según la cual el pensamiento latinoamericano cambió en el trascurso de este siglo parece irrefutable. No obstante, tan pronto se trata de explicar la naturaleza de este cambio los consensos tienden a disiparse. En las últimas décadas el disenso ha sido tal que la idea misma de indagar qué tipo de cambio se tiene a la vista parece inverosímil. Acaso ¿se puede hablar de cambio en el sentido de un progreso en la competencia para entender la idea de pueblo en el siglo XX en Colombia?, por ejemplo. ¿Se desarrolló la concepción de república en la región? ¿Cómo ha cambiado la idea de desarrollo en el curso del proceso social de las naciones latinoamericanas? Y si pueden constatarse esta clase de cambios en el largo plazo, ¿en qué sentido se puede hablar de un desarrollo del pensamiento? Este tipo de preguntas han caído en descrédito, y con su marginación se ha perdido la posibilidad de esgrimir un criterio de comparación histórica en virtud del cual identificar las condiciones bajo las cuales las reflexiones sobre el mundo social han tomado las formas en que se les puede ver en la historia.

      La trasformación conceptual puede entenderse como un paulatino desarrollo del pensamiento, en virtud del cual las interpretaciones idealizadas como modelo de explicación del orden social ceden espacio a otro modelo donde se le da preponderancia a la relación inherente entre los acontecimientos sociales. El estudio de las condiciones con las cuales los grupos de humanos pudieron elaborar o no tales conceptos resulta crucial para entender la labor del científico social ante la realidad del subcontinente. Es el compromiso con este horizonte de indagación y la apuesta por contribuir a la comprensión y explicación de los cambios que caracterizan el desarrollo del pensamiento y de la reflexión sobre lo social en el espacio intelectual latinoamericano, más allá de los diagnósticos de manual, lo que otorga unidad de propósito a los trabajos que conforman esta sección del libro.

      Los cuatro ensayos consideran procesos sociales de resignificación y cambio conceptual en el largo plazo. El escrito de María Isabel Zapata explora, por ejemplo, los cambios en el ideario republicano impulsados a partir de 1910; el artículo de Diana Mora estudia la manera como es pensado el pueblo por parte de las élites en el contexto de la república liberal hacia los años treinta del siglo pasado, y el trabajo realizado por Julián Gómez destaca el significado de la labor investigativa de la Misión de Economía y Humanismo, a mediados de los años cincuenta del siglo XX en Colombia, como antecedente insoslayable del oficio riguroso y metódico del sociólogo profesional, tanto por las técnicas empleadas como por la hondura de la perspectiva sociológica desde la que, desafiando el economicismo reinante y el compromiso político, se piensa el problema del desarrollo en el país en la coyuntura histórica definida por una particular correlación de fuerzas constitutiva del entramado sociopolítico nacional de mediados los años cincuenta.

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